El creciente reino de Jamie Dimon
La cuestión ahora es si JPMorgan es demasiado grande para su propio bien.
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Aunque no tiene corona, en Wall Street al menos, Jamie Dimon es la réplica estadounidense al rey Carlos III: adulado por algunos, criticado por otros, pero inmensamente poderoso.
Días antes de la coronación del monarca británico, Dimon consolidó su estatus real en el sector financiero con otro acuerdo histórico para JPMorgan Chase, el banco que dirige desde 2005.
Con la adquisición, orquestada por la Administración Biden, de First Republic, JPMorgan ha triplicado su tamaño anterior a la crisis financiera de 2008 y ahora cuenta con una base de activos de casi 4 billones de dólares.
La adquisición de First Republic recuerda a dos grandes operaciones de rescate que tuvieron lugar en la crisis de 2008, cuando las autoridades colaboraron con Dimon para facilitar la compra por parte de JPMorgan del banco de inversión en quiebra Bear Stearns y de Washington Mutual, un banco comercial con problemas.
La Corporación Federal de Seguros de Depósitos (FDIC, por sus siglas en inglés), que gestiona las quiebras bancarias en EEUU y gestionó la transacción de First Republic, dejó claro que JPMorgan había ganado la operación frente a otros bancos, fundamentalmente debido a su peso. El banco ofreció una solución más ventajosa a la FDIC y el organismo tiene la obligación legal de elegir la solución "menos costosa".
No obstante, se trata de un argumento enquistado y con la crisis derivada de las turbulencias de los bancos regionales de los últimos meses, JPMorgan bien podría convertirse en el comprador de otros bancos con problemas. Esta opción no parece ni sana ni sostenible. Respetar la ley del "menor coste", sin tener en cuenta el panorama general a largo plazo, carece de sentido.
No es que el panorama a corto plazo esté despejado. La situación financiera de los últimos meses ha beneficiado hasta ahora a los grandes bancos, que inspiran más confianza a los depositantes y a los inversionistas de capital. Pero, al menos en teoría, la inestabilidad podría extenderse más allá de los bancos regionales más débiles, especialmente si el inminente techo de la deuda pública de EEUU aumenta los rumores, aunque inverosímiles, de un impago.
En ese tipo de escenario sombrío, cuanto mayor sea el banco, mayor será el problema. En relación con el riesgo sistémico que los grandes bancos plantean a sus países de origen en otras partes del mundo, JPMorgan tiene en realidad un tamaño modesto. Sus activos representan menos del 17% del PIB de EEUU. El banco tendría que rescatar a otros 102 First Republic para igualar siquiera el PIB del país (o a 234 para llegar al doble del PIB, el tamaño de UBS en relación con la economía suiza tras su rescate de Credit Suisse).
En términos de cuota de mercado, también, JPMorgan parece modesto en comparación con la media internacional, con una cuota de depósitos nacionales inferior al 15%, la mitad que UBS, después de Credit Suisse.
Sin embargo, en un sentido absoluto, JPMorgan es enorme y no tiene parangón en el mundo occidental. (Sólo los cuatro grandes bancos chinos le superan en activos.) Y ahora que sus detractores manifiestan su oposición a su condición de banco de confianza de la FDIC, existe la posibilidad de que el banco se vea obligado a cumplir normas reguladoras más estrictas. Ya tiene una ratio de capital básico Tier 1 inusualmente alto -una medida crucial de la solidez financiera- en gran parte porque está sujeto al recargo de capital más elevado de todos los bancos de importancia sistémica mundial. Algunos analistas creen que ese recargo podría aumentar aún más, contrarrestando el beneficio financiero derivado de su crecimiento.
Lo que nos lleva a la cuestión de si JPMorgan se beneficia de este tipo de operaciones. Si echamos la vista atrás a sus adquisiciones (mucho mayores) de 2008, la conclusión es ambigua. Aunque reforzaron el negocio en ciertas áreas, los negocios adquiridos también representaron la mayor parte de los 19.000 millones de dólares de costes legales y sanciones que acabó pagando, en gran parte relacionados con delitos hipotecarios heredados. (La experiencia llevó a Dimon a prometer que "no volvería a hacer algo como Bear Stearns").
Independientemente de lo buenas o malas que resulten este tipo de operaciones para JPMorgan, está claro que crean un banco cada vez más grande y más difícil de gestionar.
Una de las razones por las que Dimon disfruta de un estatus casi real es que siempre ha estado a la altura de las circunstancias, con las obvias excepciones del escándalo de la operación London Whale, valorada en 6.200 millones de dólares, y la extraña lealtad del banco a su antiguo cliente y delincuente sexual Jeffrey Epstein, un asunto sobre el que el propio Dimon prestará declaración el mes que viene.
Pero si hay dudas sobre la capacidad de este hombre de 67 años para dirigir un banco cada vez más grande y complejo, hay muchas más sobre el (desconocido) heredero a su trono. Incluso sin ese riesgo de sucesión, las autoridades de EEUU deberían plantearse una cuestión urgente: ¿es JPMorgan demasiado grande: demasiado grande para caer, demasiado grande para gestionarlo o, como parece pensar la FDIC, demasiado grande para prescindir de él?