Por Quentin Peel y Hugh Carnegy
Para Angela Merkel, la canciller alemana, la carrera para salvar el euro es una maratón, un proceso que podría tomar años, para enfrentar las causas fundamentales de la crisis financiera de la eurozona al establecer una “unión fiscal” entre sus socios.
La imagen de una carrera de largo aliento fue la que ella escogió el viernes en el Bundestag alemán, insistiendo que “puedes durar todo el recorrido si estás consciente de la escala de la tarea desde el comienzo”.
Para Nicolas Sarkozy, el presidente de Francia, la operación de rescate es mucho más urgente. Él enfrenta una crítica campaña de reelección en abril próximo, y la alarmante posibilidad de que su gobierno pueda enfrentar una humillante rebaja de su calificación de deuda triple A destruyendo sus posibilidades antes de siquiera llegar a la campaña electoral.
“Hay una urgencia”, declaró Sarkozy a una audiencia de 5.000 personas en Toulon. “El mundo no esperará a Europa. Si Europa no cambia rápidamente, la historia será escrita sin ella”.
Mientras ellos luchan por alcanzar un acuerdo de cómo reescribir las normas sobre la reestructuración de la aproblemada eurozona, Sarkozy y Merkel parecen -mezclando una metáfora- como dos estrellas en un show de famosos bailando, encerrados en un vergonzoso vals y teniendo problemas para mantener el ritmo.
El volátil presidente francés y la terca canciller alemana son muy diferentes personalidades quienes nunca han disfrutado de mucha química natural personal. Pero como la crisis financiera ha explotado alrededor de ellos, han sido forzados a reconciliar sus fuertes diferencias respecto al tipo de gobernabilidad de la Unión Europea y la divisa común, sabiendo que si fallan, el euro podría colapsar.
El discurso de Sarkozy el jueves, y la declaración de Merkel en el Bundestag el viernes, muestran que ellos han hecho un gran progreso en alcanzar acuerdos sobre ideas generales del pacto para solucionar la crisis.
Al centro estará un “acuerdo fiscal” entre los 17 miembros de la eurozona, incorporando legalmente reglas ejecutables de disciplina presupuestaria como ha pedido Merkel.
El segundo “pilar” en el plan es tener un “cortafuegos” financiero para evitar el contagio desde un estado miembro a otro: al apalancar los 440 mil millones de euros en la Facilidad Europea de Estabilidad Financiera (FEEF) y buscando un respaldo extra desde el Fondo Monetario Internacional (FMI). El tercero es para programas de austeridad nacional en los Estados miembros más endeudados, Grecia e Italia los primeros, para restaurar la confianza en sus bonos soberanos.
A cambio de todo eso, Sarkozy espera fervientemente que el Banco Central Europeo (BCE) decida intervenir más agresivamente en los mercados de bonos. Merkel está escéptica, pero ella no hará nada por interferir con la independencia del BCE.
El presidente francés tomó dos grandes pasos en la dirección de Berlín en Toulon. Dijo que la eurozona debe tener más “rápidas, automáticas y severas” sanciones para los países que rompen las reglas de préstamo, y que Francia estaba trabajando activamente con Alemania para poner las normas en el formato del tratado.
Pero a cambio de más disciplina, Sarkozy está demandando más “solidaridad”, en efecto, más voluntad alemana para rescatar a sus socios con problemas.
En la semana que queda para la reunión de la UE en Bruselas el 9 de diciembre, ambos están determinados a comprometerse. Ninguno quiere que Francia pierda su estatus triple A. Necesitan un acuerdo, y reconocen las obligaciones políticas internas que cada uno enfrenta.
Los dos se reunirán de nuevo en París el lunes. No publicarán ningún “plan franco-alemán” por temor de alienar a sus socios antes de la reunión. Pero ellos saben que restaurar la confianza en la eurozona depende de resolver sus diferencias.