Por Stephen Cave
Los economistas deben aprender más de las ciencias naturales si quieren tener un modelo realista de comportamiento humano.
Alguien entra a un bar para almorzar: en un lado del mostrador hay una hamburguesa y en otro una ensalada. Tras dudar elige la hamburguesa. ¿Por qué?
Los economistas clásicos dirían que tomó su decisión completamente consciente de la consecuencia de sus acciones, que evaluó las implicancias y llegó a la conclusión de que, tomando todo en consideración, la hamburguesa es la mejor opción.
Sin embargo, yo personalmente pocas veces soy tan racional y frecuentemente lamento mi incapacidad para elegir la opción más sana. Tomando en cuenta que hay más de mil millones de personas a nivel mundial con sobrepeso, supongo que no estoy solo.
Algunos economistas han comprendido esto y debido a la incapacidad de los modelos clásicos para predecir la crisis financiera, una nueva disciplina, la economía del comportamiento, ahora está en auge. Están convencidos de que los modelos acertados y las buenas políticas requieren de una aproximación adecuada al comportamiento humano en la vida real. Por eso intentan tomar en cuenta nuestras debilidades más predecibles, como una tendencia a pensar en el corto plazo. El conocimiento de estas debilidades proviene de otras disciplinas, principalmente la sicología.
Tres nuevos libros presentan evidencia al respecto. En “Deceit and Self-Deception: Fooling Yourself the Better to Fool Others”, el biólogo Robert Trivers argumenta que distorsionamos sistemáticamente nuestra imagen de la realidad. El neurocientífico Dean Buonomano realiza afirmaciones similares en “Brain Bugs: How the Brain’s Flaws Shape Our Lives”, pero se centra en su propio campo, la neurociencia, en busca de evidencia. Y en “I’ll Have What She’s Having: Mapping Social Behaviour”, dos antropólogos y un gurú del marketing explican que las políticas actuales no toman suficientemente en cuenta nuestra naturaleza social.
La tendencia a autoengañarse
En “Deceit and Self-Deception”, Trivers intenta crear una “teoría del engaño”, y argumenta que constantemente distorsionamos nuestra imagen del mundo para poder hacer las cosas a nuestro modo: Inflamos nuestros logros, restamos importancias a nuestros fracasos y buscamos una explicación racional a nuestros errores.
Considerado ampliamente como uno de los teóricos evolucionistas más importantes de nuestro tiempo, Trivers argumenta que hemos desarrollado estas tendencias durante cientos de miles de años, y de hecho compartimos muchas de ellas con los simios.
El libro es amplio en su alcance y cubre cada aspecto de nuestras vidas, desde el sexo hasta la religión, pasando por la familia y la guerra, pero Trivers se reserva una ira particular para los fracasos de la teoría económica.
Escribe que ésta “actúa como una ciencia y aparenta serlo”, pero no lo es. Dice que sus ideas clave son ingenuas y circulares: supone que tomamos nuestras decisiones como maximizadores utilitarios racionales, cuando no es así.
En la teoría clásica, no hay espacio para que alguien compre una ensalada, confrontado luego con una hamburguesa se convenza de que es la opción superior sólo para arrepentirse más tarde.
“Sin embargo”, escribe Trivers, “esta ‘ciencia’ está tan desconectada de la realidad que estas contradicciones sólo llaman la atención cuando el mundo se precipita hacia una depresión económica basada en codicia corporativa casada con una teoría económica falsa”.
Imitar al resto en vez de pensar por sí mismo
“Brain Bugs” de Buonomano se basa en recientes descubrimientos de la neurociencia y apunta a mostrar cómo las estructuras específicas de nuestro cerebro han evolucionado durante milenios y son inadecuadas en un mundo “digital, libre de depredadores, abundante en azúcares, lleno de efectos especiales y antibióticos, saturado de medios y densamente poblado”. Comienza con una fascinante explicación de cómo se crean los recuerdos, proceso que frecuentemente nos inducen a cometer errores: desde olvidar tu número telefónico hasta apuntar a la persona equivocada en una rueda de identificación policial o desarrollar recuerdos totalmente falsos de abuso familiar.
En tanto, en “I’ll have What She is Having”, Alex Benley, Mark Earls y Michael J. O’Brien aseguran que la economía subestima nuestra tendencia a imitar a otros en vez de pensar por nosotros mismos.
Efectivamente, primero copiamos a nuestros padres, luego a nuestros pares y finalmente a cualquiera que parezca estar bien. Y frecuentemente tenemos razón en hacerlo: es peor tratar de entender cómo funciona el metro de Tokio que parar un minuto y ver lo que hace al resto.
El verdadero valor de este libro está en su intento de entender qué significan nuestros instintos de copia para predecir el comportamiento de grandes poblaciones. Los autores demuestran cómo los modelos derivados difieren de lo que es anticipado por la economía clásica, especialmente cuando hay un gran número de gente involucrada o una gran cantidad de opciones para elegir. La teoría de la elección racional puede ayudar a predecir si un financista invertirá en un fondo, pero nada dirá sobre qué fondos de inversión serán populares a nivel nacional.
En conjunto, estos libros muestran que la economía del comportamiento tiene un buen trecho por delante antes de poder afirmar que es un modelo realista de la naturaleza humana.