Cuando los dioses quieren destruir a alguien, primero lo vuelven loco. Esa fue mi reacción al resultado de la última cumbre de la UE. Muchos centraron su atención en la decisión de David Cameron, primer ministro del Reino Unido, de vetar un nuevo tratado, pero eso sólo desvió la atención de la incapacidad de los líderes de la eurozona para crear un remedio creíble a los males de la unión monetaria. Propusieron ajustar aún más las normas fiscales. Puede parecer bueno, pero no funcionará.
Cameron quiso proteger tanto a la plaza financiera londinense como a la capacidad del gobierno británico para regularla. Podría haber dicho que aceptaría un tratado aplicable sólo a los miembros o candidatos de la eurozona. Podría haber amenazado con someter el nuevo Tratado a un referéndum local (que seguro se hubiera perdido). En vez de eso, terminó sin salvaguardas adicionales para Londres y un estatus incierto al interior de la UE de la cual, según insistió, quiere seguir siendo miembro. No es un éxito. No logró nada positivo y socavó la credibilidad del Reino Unido, con graves costos.
Aún más importante es lo que ahora podría suceder en la eurozona. Soy pesimista. Alemania y Francia han acordado que no habrá unión fiscal, ni financiera ni política. La principal decisión fue fortalecer la disciplina fiscal, para forjar lo que Angela Merkel, la canciller alemana, y Nicolas Sarkozy, el presidente francés, llamaron la semana pasada la “unión de estabilidad y crecimiento” o, lo que en mi opinión es una “unión de inestabilidad y estancamiento”.
¿Cuáles son los detalles claves? Primero, “los déficit presupuestarios guberamentales deben ser balanceados o tener superávit”. Segundo, “esta norma deberá ser parte de los sistemas legales de los países miembros”.
Una simple objeción a estas ideas podría ser que son increíblemente duras. El Consejo determinó que “las medidas y sanciones propuestas o recomendadas por la Comisión se adoptarán a menos que una mayoría calificada de miembros de la eurozona se oponga”. Incluso así, nadie me convencerá de que las gallinas votarán por el zorro, pero supongamos que lo hagan. Significaría que la Comisión - un cuerpo de burócratas no elegidos- impondrá sanciones a gobierno elegidos. ¿Qué hará la Comisión si aún así dejan de cumplir? ¿Tomarlos por asalto? La respuesta -ahora lo sabemos- es sí. Una monstruosidad constitucional.
Aún más importante, como dice el profesor Kevin O’Rourke de la Universidad de Oxford, también es una monstruosidad económica. Veamos este punto y transformemos el análisis de la semana pasada sobre balanza de pagos en uno sobre balances externos, privados y gubernamentales de la eurozona. Por definición, estos deben sumar más que cero, pero es revelador cómo lo hacen.
Como dije la semana pasada, los desequilibrios fiscales eran modestos antes de la crisis, pero los de cuenta corriente eran grandes. Los superávit de fondos privados en algunos países (sobre todo Alemania y Holanda) fueron intermediados por el sistema financiero para financiar déficit privados en otros (especialmente Grecia, Irlanda, Portugal y España). Cuando llegó la crisis, estos flujos cesaron. Los déficit del sector privado colapsaron (la mayoría se transformó en superávit), mientras el déficit fiscal explotó. Ahora, según Alemania, hay que reducir este último.
Por definición, la suma de déficit privado y cuenta corriente también deben quedar en cero. Los sectores privados de países que antes importaban capital han pasado al superávit, por una buena razón: intentan reducir su deuda, en particular porque sus bienes pierden valor. Así, el déficit externo necesita caer. Eso puede ocurrir de una forma buena o mala. La buena es a través de una mayor producción de exportaciones y sustitución de importaciones; la mala es con una recesión más profunda. El buen camino requiere muchas más importaciones en el corazón de la eurozona o mayor competitividad de la eurozona como un todo, pero hay pocas posibilidades de que exista una o la otra. Eso deja el camino malo: profundas recesiones, en las cuales los gobiernos reducen su déficit deprimiendo aún más el sector privado.
En resumen: es extremadamente difícil eliminar el déficit fiscal en los países importadores de capital sin prolongadas recesiones o fuerte mejora de su competitividad externa; pero lo último es relativo; así que las mejoras necesarias en el desempeño externo de los países débiles de la eurozona suponen un deterioro en los exportadores de capital de la eurozona, o una mejora radical del desempeño externo de la eurozona como un todo. El primero significa que Alemania se vuelve un poco menos alemana. El segundo que la eurozona se vuelve una mega Alemania. ¿Alguien cree que alguna de estas opciones sea plausible?
Por eso, el resultado más probable de la austeridad fiscal serán recesiones de largo plazo en países vulnerables. El euro pasará a ser sinónimo de caída de salarios, inflación de deuda y profundas depresiones. ¿Puede esto resistir los costos de un quiebre, por muy altos que sean?
La eurozona no tiene un plan creíble para corregir sus problemas, aparte de más austeridad fiscal. No habrá unión fiscal, financiera ni política; ni un ajuste equilibrado para deudor y acreedor. En cambio, se endurece un pacto de estabilidad y crecimiento cuyas fallas han sido predecibles y persistentes. Sí, Cameron cometió un error garrafal la semana pasada. Pero el de la eurozona parece peor.