Por Vanessa Friedman
Hace poco me llegó el e-mail de un lector. “¿Cree que las cosas habrían sido diferentes en Italia si Silvio Berlusconi hubiera dejado que su cabello encaneciera de forma natural?”, preguntaba.
La respuesta es “sí”. No porque el cabello de Berlusconi afecte la economía de Italia, sino porque es (o era) una clara expresión de sus ideas sobre la vida y el gobierno. Su consigna parecía ser: “si las cosas no salen como quieres, falséalas”.
¿Tu cabello no luce joven? Tíñelo. ¿Aumenta la deuda? Insiste en que todo estará bien. Su cabello, como dicen en el poker, lo delató.
Todo el look de Berlusconi – trajes cruzados, mechones gruesos, corbata de gran nudo – era casi como un estereotipo de “los amos del universo”. En parte, los italianos se encogieron de hombros o miraron hacia otro lado por tanto tiempo ante las travesuras de Berlusconi porque las esperaban. ¿Cómo no iban a hacerlo? Berlusconi actuaba según la forma en que vestía. No pretendía ser algo diferente; lo que se veía era lo que había. Si hubiera dejado encanecer su cabello y mostrado en pleno su declive, hubiera sido otro tipo de persona, y otro tipo de líder. Un tecnócrata, por ejemplo, al menos si tomamos en cuenta el nuevo gabinete italiano.
Cuando juraron Mario Monti y sus 12 nuevos ministros, la impresión general fue bastante inequívoca: cabello gris en casi todos lados, y si no era gris o blanco, en vías de extinción (véase Monti, el ministro de Turismo y Deportes, Piero Gnudi, el ministro de Asuntos Europeos, Enzo Moavero Milanesi, el ministro de Cohesión Territorial, Fabrizio Barca, el ministro de Cooperación Internacional, Andrea Riccardi); lentes de montura metálica (Monti, Gnudi, Milanesi, Barca, Riccardi); nudos de corbata normales (los mismos). Sí, en la ceremonia también había tres mujeres pero dos tenían casi el mismo collar de perlas anticuado tipo Barbara Bush: la ministra de Justicia Paola Severino y la del Interior Anna Maria Cancellieri. Y ambas también vestían blusas de cuello blanco bajo sus trajes negros.
Desde el punto de vista netamente visual, la falta de brillo en su vestimenta fue una clara declaración de principios: el trabajo primero. Si alguien quiere saber por qué asociamos a los tecnócratas con lo aburrido, allí estaba la respuesta.
Es un estereotipo, sin duda, pero el prejuicio se basa en eso: lo que suponemos de la imagen de alguien se basa en generalizaciones básicas que todos compartimos, y nuestro propio aspecto surge de lo mismo. No admitirlo es no entender parte del asunto.
Después de todo, en el pasado éste tipo de look hubiera sido criticado en un líder mundial, un papel que en general esperamos que desempeñe alguien que parezca superior en todo sentido: más alto, más hirsuto, más compacto. El equipo Monti, sin embargo, luce mayormente como la norma (aunque esperamos que piensen por sobre la norma), lo que está bien por lo que implica en cuanto a que no forman parte del orden político usual.
Con excepción de Corrado Passera, que fue jefe del grupo bancario Intesa Sanpaolo, y Giulio Terzi di Sant’Agata, ex embajador en EEUU, la imagen de los nuevos miembros del gabinete expresa que casi no tuvieron tiempo para pulir su imagen. Lo que no significa que no sea una imagen.
Es la imagen de la no imagen (disculpas al ensayista George W.S. Trow), o la imagen de un país que no se puede permitir gastar su tiempo en preocupaciones sobre su imagen. Una imagen reconfortante y tranquilizante. Evoca laboriosidad, en todo sentido, desde el gris del cabello hasta el sacrificio de sueño que implican las grandes bolsas bajo los ojos. Y esa es la imagen, aparentemente, que queremos.
Mi pregunta es por cuanto tiempo la querremos. Otros países han experimentado momentos parecidos con diversos grados de éxito (John Major en el Reino Unido, atrapado en medio de los carismáticos Thatcher y Blair, al igual que el campechano Harry S. Truman, entre Franklin Roosevelt y Dwight Eisenhower) pero tienden a no durar demasiado. Incluso en Italia, aunque saluden a los tecnócratas y aplaudan su designación, ya se especula sobre quien llegará cuando los no-políticos se vayan.
Entre los favoritos está Luca Cordero di Montezemolo, el presidente de Ferrari, conocido por sus mechones largos, sus pañuelos de bolsillo, afición por trajes hechos a medida e inclusión en varias listas de los “mejor vestidos”.
Piensen en ello como un giro moderno de la famosa oración de San Agustín a Dios: “Concédeme castidad y templanza, pero no todavía.” Otórganos canas y trajes arrugados, pero sólo por un rato.