Los encuentros anuales del Banco Mundial y del Fondo Monetario Internacional (FMI) el fin de semana reunieron a personas asustadas y enojadas. La crisis financiera que cayó sobre el mundo en agosto de 2007 entró en una fase nueva y, en aspectos cruciales, más peligrosa. Un rizo de retroalimentación positivo entre bancos y debilitados gobiernos está surgiendo, con un efecto potencialmente calamitoso en la eurozona y la economía global: la eurozona no es una isla. Lo que hace a este proceso particularmente espantoso es que los golpeados gobiernos no son capaces resolver su situación por sí mismos, y la eurozona no tiene a nadie al mando. A la eurozona le puede faltar la capacidad para manejar la crisis.
El peligro subyacente está planteado en el último informe de estabilidad financiera global del FMI. Esta es vigilancia de la mejor clase: clara, convincente, valiente. Entonces, ¿cuál es el mensaje? Está contenido en dos oraciones: “Casi la mitad del stock de 6,5 billones (millones de millones) de euros de deuda soberana emitida por los gobiernos de la eurozona está mostrando signos de un elevado riesgo crediticio”; y “Como resultado, los bancos que tienen cantidades sustanciales de deuda soberana más riesgosa y volátil han encontrado tensiones considerables en los mercados”.
En su libro fundamental, “Esta Vez Es Diferente”, Kenneth Rogoff, de Harvard, y Carmen Reinhart, del Instituto Peterson de Economía Internacional, explican que grandes crisis financieras a menudo terminan en crisis de deuda soberana. Esta es la etapa en la que está ahora el mundo, ya no en pequeños países periféricos de la eurozona, sino España e Italia. La aparición de dudas sobre la capacidad de los gobiernos para manejar su deuda socava la percibida fortaleza de los bancos, tanto directamente, porque estos últimos tienen mucha de la deuda de los primeros, como indirectamente, a través del menor valor de las garantías soberanas.
El reporte del FMI describe el proceso: “El contagio desde los gobiernos de alto diferencial de la eurozona han afectado a los sistemas bancarios locales pero también se ha extendido a instituciones en otros países... Además de estas exposiciones directas, los bancos han asumido riesgo soberano indirectamente, prestando a banco que poseen activos soberanos riesgosos. Los bancos también están afectados por riesgos soberanos en el lado de los pasivos de sus balances ya que las garantías implícitas de los gobiernos han sido erosionadas, el valor de los bonos gubernamentales usados como colateral ha caído, los margin calls han aumentado, y los recortes en las calificaciones soberanas han llevado a rebajas en la calificación de los bancos”. A medida que el financiamiento se ve presionado, el crédito se contrae y el sector privado se vuelve más cauto, debilitando las economías y socavando tanto la solvencia fiscal como financiera.
En el peor escenario, el mundo se encuentra al borde de una gran crisis. Por esta razón, gente como Tim Geithner, Secretario del Tesoro de EEUU, y Christine Lagarde, la nueva Directora Gerente del FMI, pusieron a las autoridades de la eurozona bajo una feroz presión para actuar: los días del “demasiado poco” y “casi demasiado tarde” terminaron, fracasar en actuar con prontitud simplemente no puede permitirse, argumentan.
Entonces, ¿qué están demandando los críticos? La respuesta es doble: una recapitalización de las instituciones bancarias débiles en una escala creíble y suficiente liquidez como para evitar el pánico ante un colapso de los bancos y gobiernos vulnerables. Diferentes estimaciones de las sumas requeridas están circulando. Los estadounidenses, conscientes de su propia experiencia en 2008 y 2009, recomendaron “un golpe de expectativas”. Considerando las necesidades de financiamiento de los bancos y los gobiernos, esto se traduce en bastante más de 1 billón de euros y, muy posiblemente, varias veces esa cifra. Esto es suficiente como para marear a los moderados alemanes.
¿Cómo podría lograrse? Mi colega, Peter Spiegel, proporcionó un excelente apronte en el artículo “Europa piensa lo impensable, del 26 de septiembre. Primero, durante octubre, la eurozona debería (con algo de suerte) haber ratificado las modificaciones al Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (EFSF), valorado en 440 mil millones de euros. El EFSF entonces sería capaz de inyectar capital a los bancos y comprar los bonos de los gobiernos en problema para crear mercado. Pero este fondo es demasiado pequeño. La eurozona requiere una bazuca mucho más grande. Aparentemente, se están discutiendo cinco planes distintos. Estos involucran apalancar el dinero del EFSF emitiendo garantías más que préstamos, o pidiendo prestado al Banco Central Europeo, o endeudándose en el mercado. Pero si se tiene que actuar en forma inmediata, y ese es el caso, la única entidad capaz de proveer los fondos necesarios es el banco central.
¿Funcionará? Mi respuesta tiene siete partes. Primero, si se llega a un acuerdo sobre medidas a la escala necesaria, eso debería contener el pánico. Segundo, podría ser imposible conseguir el consentimiento, particularmente si los fondos dependen fuertemente del BCE, al menos en el corto plazo. Mario Draghi, el italiano que asumirá la presidencia del banco, se va a encontrar en la compleja posición de verse tentado a salvar a su propio país y confrontar los reclamos del público alemán por la usurpación de su propio banco central.
Tercero, una vez que los bancos y los gobiernos se vuelvan fuertemente dependientes del financiamiento oficial, podrían descubrir que es muy difícil regresar al mercado. Cuarto, estas acciones no pueden resolver la más profunda dificultad de que países actualmente poco competitivos necesitarán una considerable entrada de fondos externos durante un período muy prolongado, de los que muy pocos probablemente van a provenir del atemorizado sector privado. Quinto, es probable que después de este rescate, la imprudencia llevará a repetir los antiguos errores, haciendo necesarios nuevos rescates. Sexto, las transferencias internas sólo podrán detenerse si hay ajustes dentro de la eurozona, incluyendo a los países con superávit, de lo cual hay escasas señales. De esta manera la eurozona arriesga convertirse en una unión de transferencia ilegal. Finalmente, hay peligro de que un programa ambicioso socave las posiciones de los gobiernos de la eurozona más sólidos, aunque un colapso podría hacer casi el mismo daño a sus calificaciones.
No quedan buenas alternativas. Los riesgos involucrados en las acciones propuestas son grandes. Pero la opción de que los colapsos financieros y crisis de deudas soberanas se extiendan por el planeta es inmensamente peor. La necesidad de un rescate como este puede ser considerado el precio a pagar por haber entrado precipitadamente al indisolube matrimonio monetario, tolerar el surgimiento de enormes desequilibrios, no sancionar a los bancos y luego afrontar de una manera tan incompetente la naciente crisis.
La eurozona todavía tiene que decidir qué quiere ser cuando crezca. Pero primero debe llegar a esa etapa. Los costos de un colapso serían demasiado altos para considerarlos. Los miembros simplemente tienen que evitarlo. No hay más alternativa.