Por Martin Sandbu
Si hay algo así como la trampa de los ingresos medios, Chile está yendo hacia allá a toda velocidad.
El país tiene un crecimiento envidiable, pero la parte dura aún está por venir, según los círculos de desarrollo económico global. Una vez que un país alcanza cierto ingreso per cápita, el crecimiento tiende a caer. Diversos estudios señalan que este rango se da entre los US$ 8.500 a US$ 18.500.
Con US$ 15.000 de ingreso, Chile está justo en el medio. Evitar la trampa no sólo importa a los chilenos, sino también al presidente Sebastián Piñera, con una disminuida popularidad. Él se comprometió a convertir a Chile en un país desarrollado en 2018, con un PIB per cápita de US$ 22.000, similar a Portugal. Eso sólo es posible si la economía crece un 6% anual.
Los que invierten o exportan hacia Chile también deberían preocuparse. Si la clase media deja de crecer, también lo hará el mercado de sus productos. Con el fin de la expansión del mercado, la fama del país como modelo económico se evaporaría. Entonces, ¿cuál es realmente la trampa del ingreso medio?
En la posguerra, la palabra para resumir cómo se vuelven ricas las economías fue “convergencia”. Mientras haya suficiente capital para invertir, las economías más pobres serán capaces de converger con la economías más productivas, adoptando sus tecnologías.
Europa Occidental se reconstruyó pronto, pero entre los países que siempre habían sido pobres sólo un puñado la alcanzó, principalmente Japón y los “nuevos países industrializados” del este asiático. Para otros -incluida América Latina- la convergencia se esfumó una vez que alcanzaron un PIB mediano.
Joaquín Vial, economista jefe para Sudamérica en el banco BBVA, destaca que en la segunda mitad del siglo XX la mayor parte del continente alcanzó el estatus de medianos ingresos. Luego aumentó la inflación, vino el pisoteo de la democracias y el estancamiento económico.
La principal razón: el crecimiento que te saca de la pobreza no te hace rico. Lo primero se logra al acumular recursos productivos y llevando a la gente del campo a una ciudad (más productiva), e invirtiendo suficiente capital. Sin embargo, a medida que crecen tus recursos, el retorno marginal disminuye a menos que obtengas más producción de una cierta cantidad de recursos.
Este tipo de análisis se aplica exactamente a Chile. Su producción se basó largo tiempo en la acumulación de trabajo a través de la urbanización en los años 50 y 60, y de capital y capacidades décadas después. Sin embargo, en el principal factor para medir qué tan bien una economía usa sus recursos -el factor de productividad total (TFP) - las cifras de Chile son decepcionantes.
Los dos sectores del espectro político coinciden en una sorprendente preocupación: si las masas se involucran en la política, esto puede asfixiar el crecimiento. En parte esto se debe a la historia: no hay que ser un defensor de Pinochet para saber que las fallidas políticas contribuyeron al caos económico cuando Salvador Allende intentó abogar por los pobres. Por eso, algunos analizan el crecimiento a la luz de la inestabilidad política. En clara referencia a las protestas estudiantiles, Larraín afirma que alguien de ingresos medios se focaliza más en los derechos que en trabajo duro: “Crecen las expectativas y uno quiere todo ahora”.
Si Chile se estanca en ingresos de niveles medios, estará atrapado por razones económicas normales. Sin embargo, como muestran las luchas y fracasos en educación, la salida de la trampa es política.