Por Quentin Peel
Hace más de 30 años, Henry Kissinger, en aquel entonces secretario de Estado norteamericano, supuestamente dijo que no iba a creer en Europa hasta que tuviera un solo teléfono para llamar. Hoy estaría feliz, según la popular revista alemana Stern. Simplemente tendría que telefonear a “Madame Europa”, alias Angela Merkel, la canciller germana, en Berlín.
Alemania descubrió tardíamente que Merkel, una mujer seria, sólida y deliberadamente poco glamorosa, es realmente la persona a cargo en el continente. “Lo queramos o no, hoy es la persona más importante en Europa”, asegura Gerd Langguth, profesor de ciencias políticas en la universidad de Bonn y uno de los biógrafos de la canciller. “A ella puede no gustarle, aunque mientras más está en el centro de las cosas, más parece disfrutarlo”.
En medio de la conmoción que causó la crisis de la deuda europea esta semana en los mercados, la ex física de 57 años arrojó el guante a sus socios europeos al pedir “más Europa, no menos Europa” como respuesta. En el congreso anual de su Unión Democristiana (CDU) de centro derecha, pidió un “avance paso a paso hacia la unión política” en la UE. No era lo que querían escuchar los mercados, que deseaban una solución inmediata, pero alegró al partido.
La visión de Merkel sobre el futuro también alarmó a los países menos federalistas de la UE, como el Reino Unido, donde decir las palabras “unión política” es como agitar un paño rojo frente al toro. Pero al persuadir a su partido de que pueden esperar “más Europa”, también ha ganado espacio de maniobra para ser más flexible en la crisis.
En realidad, la canciller ha dominado la toma de decisiones en la UE desde que la crisis de la deuda de la eurozona comenzara en Grecia hace dos años, si no antes. Puede ser que hable con palabras suaves y forje consenso, pero es su pensamiento el que ha fijado la agenda en Bruselas y dictado los principios para el manejo de la crisis. Insiste en que no puede haber rescate sin drásticas condiciones de austeridad. Es firme al pedir que los acreedores privados deben compartir la carga de una reducción de la deuda. Y se niega a pedir al Banco Central Europeo que sea prestamista de última instancia para detener el contagio en el mercado de bonos.
Aún así los titulares alemanes que saludan el regreso de un “canciller de hierro” - como Bismarck – no logran captar su flexible personalidad. Nacida en Hamburgo pero crecida en la Alemania Oriental comunista, llegó desde afuera para tomar el control de una CDU dominada por hombres en 2000, y ahora es la líder sin contrapeso.
Llegó al gobierno gracias a Helmut Kohl tras la unificación en 1990, como una mujer símbolo del Este. Él la llamaba “la chica” y la convirtió en ministra para mujeres y jóvenes. Entonces la hija de un pastor protestante mostraba pocas señales de ambición, pero ya estaba dotada de una aguda antena política. Puede ser encantadora y divertida, pero también implacable. Desde que llegó a la cima ha sacado cuidadosamente del camino a todo posible rival.
Al igual que Kohl, es conocida por su excelente memoria y su determinación para dominar un tema mejor que cualquiera de sus asesores. Como científica, siempre quiere comprender cómo funcionan las cosas, según un ex colaborador suyo, y una vez que ha tomado una decisión, se apega a ella, a menos que cambien las circunstancias.
En 2010 cambió dos veces de opinión y logró convencer a su partido de seguirla. La primera fue al revertir su decisión de extender el funcionamiento de las centrales nucleares alemanas, tras el desastre en la planta de Fukushima, en Japón. “Por ser física durante mucho tiempo se sintió cómoda con la energía atómica”, explica Margaret Heckel, autora de “How the Chancellor Rules”. El accidente nuclear “en un país de alta tecnología como Japón fue algo que simplemente no estaba en sus proyecciones. Comprendió que, incluso en Alemania, podría suceder algo inimaginable”. No sólo eso, sabía que la energía nuclear sería muy impopular e inflaría la votación de los Verdes. Y cambió su posición de la noche a la mañana.
Su segundo giro ocurrió esta semana: a pesar de una fuerte oposición, convenció a la CDU de apoyar la fijación de un salario mínimo.
Si gana un tercer mandato en 2013 – aún es la política alemana más popular y su partido el más grande – puede elegir formar una coalición hacia la izquierda o hacia la derecha. Llegó a su cargo en 2005 y bajó el telón a la cancillería de Gerhard Schröder, pero desde entonces no ha mostrado señales de perder su entusiasmo por los altos cargos.
“Nunca deja de aprender”, dice Heckel. “Por eso la gente tiende a subestimarla. Una vez que te has formado una opinión sobre ella, Merkel ya cambió”.
“Soluciona los problemas de forma pragmática, no ideológica”, dice Langguth. “Puede cambiar de opinión de un día para otro. A su partido eso no le gusta, quieren una posición consecuente, pero los democristianos (…) saben que sólo con ella pueden ganar la próxima elección”.
Sus críticos dicen que su tratamiento de la crisis ha sido “demasiado débil, demasiado tarde” para estabilizar a los mercados. Merkel está obsesionada por la contradicción entre un proceso democrático de lento desarrollo y la reacción instantánea de los inversionistas. Desconfía de los mercados y se niega a que la apuren a responder. También es extremadamente reacia al riesgo, por lo cual es muy querida entre los votantes más temerosos, pero por lo pragmática que es puede cambiar de opinión.
Margaret Thatcher, la otra legendaria política que se convirtió en jefa de gobierno, se hizo famosa al decir una vez que no estaba para “andar cambiando (de opinión)”. Para muchos que ahora miran hacia Alemania, lo mismo se aplica a Merkel. Pero no se engañen: “Mutti”, como es conocida en los medios alemanes, es en general una figura mucho más flexible.