Por Alan Beattie
Si el precio de US$ 5 millones que le puso Estados Unidos a la cabeza de Osama bin Laden en 1998 hubiera tenido como resultado su captura inmediata y la paralización de las actividades de al-Qaeda, habría sido la ganga del milenio.
Suponiendo que los ataques del 11 de septiembre de 2001 no hubieran ocurrido sin Bin Laden, y que las guerras de Afganistán e Irak no se hubieran producido sin los ataques del 11 de septiembre, el líder de al-Qaeda le ha costado en forma directa a los contribuyentes estadounidenses más de US$ 2 billones (millones de millones) y la carga indirecta podría ser mayor.
El muy debatido asunto de estimar lo que costó el ataque del 11 de septiembre se ha convertido en una industria floreciente. Los costos directos de las operaciones en Afganistán e Irak son la parte más fácil. El Servicio de Investigaciones del Congreso (CRS), un think-tank no partidario del Capitolio, calculó que, sin los ajustes por inflación e intereses sobre la deuda, el Congreso ha asignado US$ 1,2 billones por encima del gasto militar usual desde 2001. El CRS estima que los costos totalizarán US$ 1,8 billones para 2021.
La llamada “guerra contra el terrorismo” dejó a EEUU con nuevos compromisos que pueden ser difíciles de reducir. El gasto en antiterrorismo doméstico trepó desde la creación del Department for Homeland Security en 2002.
Un paper de John Mueller en la universidad Ohio State y Mark Stewart en la Universidad Newcastle en Australia, argumenta que la respuesta ha sido cara y excesiva. Los autores dicen que el costo directo del gasto adicional en seguridad interna entre 2002 y 2011, principalmente por el gobierno federal, fue de
US$ 690 mil millones en dólares de hoy, con los retrasos para los pasajeros por revisiones adicionales y otros costos indirectos sumando US$ 417 mil millones más. En 2009, la carga fue de casi 1% del PIB. Y los autores creen que en términos de propiedades y vidas salvadas, la mayor parte del dinero es perdido.
El impacto amplio de Bin Laden en la economía es más incierto. Pese a los temores en el momento, el shock del 11 de septiembre mismo no causó una recesión global. Y aunque se temió una parálisis en la globalización, el comercio mundial siguió acelerándose hasta la crisis financiera global de 2008.
Algunos economistas atribuyen a los recortes en las tasas de interés de la Reserva Federal en respuesta al 11 de septiembre el haber inflado la burbuja crediticia de los 2000. Pero fue después de 2004, cuando las tasas siguieron bajas pese a la recuperación en la economía global, cuando las burbujas en la vivienda y otras se salieron de control.
Joseph Stiglitz, premio Nobel y profesor de la Universidad de Columbia, probablemente pisa terreno más firme cuando dice que fue la guerra de Irak la que afectó los ingresos de los estadounidenses al empujar al alza el precio del petróleo y provocar una política monetaria excesivamente laxa. Junto con Linda Bilmes, una académica de Harvard, Stiglitz estimó que la guerra de Irak infligió daños a la economía de EEUU de por lo menos US$ 3 billones.
Por último, puede que Bin Laden haya sido inadvertidamente responsable por debilitar potencialmente el marco legal para el comercio global y hacer perder un montón de tiempo a los burócratas. La ronda Doha de negociaciones comerciales se lanzó en Qatar en noviembre de 2001, tras el fracaso en Seattle en 1999. Los partidarios de una nueva ronda, como el entonces representante de comercio de EEUU, Robert Zoellick, pidieron una demostración de solidaridad global tras el 11 de septiembre. Pero casi una década después, con el fervor inicial extinguido hace tiempo, las negociaciones está paradas, con EEUU enfrentado con India y China sobre aranceles industriales y agrícolas. Los participantes han comenzado a hablar de reducir radicalmente el plan original, en cuyo caso la ronda habrá debilitado, más que fortalecido, el sistema multilateral de comercio.
Al final, los costos de las guerras de Afganistán e Irak provocados por el 11 de septiembre fueron mucho más altos que los previstos inicialmente, mientras que el daño a la economía global resultó menos que lo temido. Puede que Bin Laden haya puesto una gran carga sobre los hombros de los contribuyentes estadounidenses, pero no puso fin al capitalismo occidental como lo conocemos.