Por Gideon Rachman
¿Existe realmente el estado de ánimo mundial? Definitivamente parece que sí. No recuerdo ningún momento en que simultáneamente tantos países diferentes esparcidos por el mundo sean escenario de protestas callejeras o revueltas populares. Este 2011 se está convirtiendo en el año de la indignación global. La primavera árabe a principios de este año dio el tono, pero están produciéndose levantamientos populares más moderados en otras regiones del mundo. Europa vivió disturbios políticos en Atenas, sentadas en Madrid y saqueos en Londres. En India, miles de personas se manifestaron en todo el país a favor de Anna Hazare, un activista social que realizó durante doce días una huelga de hambre en contra de la corrupción. China fue escenario de demostraciones callejeras y protestas online por un accidente industrial y el choque de un tren de alta velocidad. En Chile, durante los dos últimos meses hubo enormes marchas de estudiantes pidiendo mayor gasto social.
Las conclusiones que se pueden sacar frente a acontecimientos tan dispares sin duda deben ser cautelosas. Pero se observan rasgos comunes. Muchos de los disturbios de 2011 enfrentan a una élite con conexión internacional contra ciudadanos comunes que se sienten excluidos de los beneficios del crecimiento económico, y están enojados por los altos niveles de corrupción.
La indignación por la riqueza y corrupción de la élite gobernante fue el origen de los levantamientos en Túnez y Egipto. Las acusaciones de corrupción en los gobiernos fueron centrales para las protestas populares en India y China. La falta de oportunidades que tienen los jóvenes y la erosión de los estándares de vida de la clase media son reclamos comunes en las manifestaciones de España, Grecia, Israel y Chile.
Muchos de los países golpeados por el malestar social aceptaron explícitamente que la mayor desigualdad es un precio que se paga por el rápido crecimiento económico. Y sin embargo muchos de esos mismos países también tienen fuertes tradiciones igualitarias que aún cuentan con la aceptación del pueblo. Hazare copió a conciencia los métodos y el lenguaje de Mahatma Gandhi. Muchos de los manifestantes de Israel recuerdan con nostalgia las tradiciones socialistas del movimiento kibutz. Los indignados de Madrid, Atenas y París exigen apoyo para el “modelo social europeo”.
Es tentador relacionar todos esos levantamientos con una globalización que elevó los ingresos de los ricos, mientras creaba un mercado laboral internacional que mantuvo bajos los salarios de los trabajadores sin capacitación, al menos en occidente.
Pero es misteriosa la aparición de un estado de ánimo mundial. En 1968, antes de que la palabra globalización o internet existieran, ya había rebeliones estudiantiles en todo el mundo. En 1989 no sólo cayó el Muro de Berlín, sino que también se produjo la revuelta de la Plaza de Tiananmen en China. Quizás 2011 sea considerado -al igual que 1968 y 1989- un año de sublevación global.
Y sin embargo, hay una sorprendente excepción: Estados Unidos. El país norteamericano muestra muchas de las tendencias sociales y económicas que la gente salió a manifestar en las calles de otros países. No obstante, hasta ahora toda esa ira se expresó a través de los medios y de las urnas, pero no disturbios en las calles.
La cultura política de EEUU siempre ha sido más individualista y menos igualitaria que la de otras naciones. Y si bien hay enormes recompensas para quienes triunfan en el país norteamericano, existe la creencia de que los maleantes serán castigados. Sobrevive el mensaje de que nadie está por encima de la ley y que no se tolerará la corrupción.
Al presidente Barack Obama se lo critica por no creer en la excepción americana. Pero ésta es una forma de excepción que él agradece.