Son pasadas las dos de la tarde, el termómetro marca sobre 37 grados -con una humedad de 80%- y un grupo de personas carga una serie de cajas a pleno sol. Son voluntarios que preparan la siguiente misión de la fundación Root Medical Corp, una de las más de 40 mil ONG que existen en Taiwán para prestar ayudar internacional. Esta es una vuelta de mano de lo que la República Democrática China (como se llaman oficialmente) recibió entre 1950 y 1960, principalmente de Estados Unidos, Japón, Alemania y Arabia Saudí, tras ser expulsados de la China Continental por el régimen comunista.
Mucho ha cambiado desde entonces. Taiwán ya no recibe ayuda internacional, sino que es uno de los aportantes a naciones más desfavorecidas. Tampoco es una gran comunidad agraria como en sus inicios, sino que está centrada en la producción y exportaciones de bienes, siendo reconocida como uno de los "tigres asiáticos". En 2014 su PIB creció 3,8%; mientras que para este año se espera que lo haga en torno a 2,5%. Por lo mismo, sus cifras le permiten ir en ayuda de los más necesitados.
Afuera del edificio donde se emplaza Root Corp. hay un pequeña camioneta que bien podría ser la de un vendedor de helados; sin embargo, en realidad es una pequeña consulta dental. También de la fundación. En este caso, otros voluntarios recorren cada fin de semana las partes más recónditas de Taiwán prestando sus servicios de manera desinteresada. Sus objetivos son niños y adultos campesinos, muchas veces de algunas de las tribus aborígenes taiwanesas que no bajan de sus pequeños poblados ubicados en lo alto de las montañas para tratarse.
Una máquina para ayudar
A las espaldas de la Fundación Root se ve un edificio majestuoso, de color gris y de al menos unos 15 pisos. Su arquitectura recuerda a los típicos palacios chinos, pero bien podría uno pensar al mirarlo que son departamentos de lujo, similares a los que hay en el Cerro San Luis, en el barrio El Golf. Sin embargo, tras esas paredes se esconde el Hospital General de la Fundación Budista Tzu Chi. Uno de los varios que tienen.
En la costa este de Taiwán, en una pequeña cabaña, nació la fundación en 1960, la misma que hoy tiene un amplio abanico de misiones que cumplir, todas ellas definidas por su fundadora, la gran maestra Cheng Yen: caridad, medicina, educación, protección ambiental, ayuda internacional, donación de médula ósea y cultura, esto último a través de su propio canal de televisión, el que hace gala de un espectacular edificio que ya quisieran las televisoras chilenas, cuyo interior está forrado en madera de ciprés.
La fundación Tzu Chi reconoce haber prestado ayuda en unos 87 países, incluyendo por cierto a Chile. Sus voluntarios son principalmente religiosas budistas que costean hasta sus propias vestimentas y se han comprometido con donaciones cada mes. Una de ellas recuerda con emoción el tiempo que pasó en Dichato tras el terremoto de 2010, lo que está plasmado en una de las fotografías del folleto que promueve sus obras en el mundo.
Las dificultades de ayudar al mundo
Las monjas de Tzu Chi son cálidas, serviciales y muestran gran compasión. Todas, características que más que ser propias de los voluntarios de esta fundación parecieran estar en el ADN de los taiwaneses. Es inevitable sorprenderse con las reverencias que brindan los vendedores de tiendas o el personal del hotel cuando se despiden de sus clientes o huéspedes.
Por lo mismo, no es de extrañarse que el prestar ayuda a otros sea una política de Estado. La Cancillería taiwanesa destina varios millones de dólares cada año para financiar varios proyectos, los que hoy suman unos 340 alrededor del mundo.
Para hacerlo crearon el Fondo de Cooperación y Desarrollo Internacional (ICDF), que funciona como su brazo ejecutivo para la ayuda humanitaria. El fondo maneja un presupuesto de unos US$ 500 millones y cada año se agregan unos US$ 70 millones adicionales.
Sin embargo, el ir en ayuda de otros no ha resultado fácil. Varios países han rechazado la asistencia de Taiwán, muchos de ellos por tener lazos comerciales mucho más fuertes con China Continental, cuenta Paipo Lee, vicesecretario general del ICDF.
Quizás por lo mismo en la lista de países que han sido ayudados por Taiwán principalmente aparecen naciones que han reconocido a la isla como independiente. Lino Cheng, vicedirector general del Ministerio de Relaciones Exteriores de Taiwán encargado de asuntos para América Latina y el Caribe, descarta que su país vincule la ayuda al reconocimiento internacional y asegura que jamás ha puesto esto como una precondición para asistir a una nación.
Sin embargo, reconoce que la ayuda humanitaria es un buen canal para tener participación internacional. De esta forma, añade, "mostramos nuestra voluntad de que somos un miembro responsable de la comunidad internacional".
Ajenos a los temas políticos, los voluntarios de la Fundación Root, armados de sus sombreros de paja, trabajan a toda máquina preparando el equipo, pues esa semana emprenderían un nuevo viaje internacional, costeado por ellos mismos, donde pretenden prestar ayuda médica y dental. Se trata de lo mismo que vienen haciendo desde 1995 y que ya los ha llevado a más de 300 misiones alrededor del globo.