Aunque el ánimo público en Francia continúa siendo de desafiante unidad, ha habido una intensa toma de posiciones de los partidos políticos a raíz de los ataques terroristas en París donde 17 personas fueron asesinadas. Mucho de esto proviene de la suposición –legítima– de que muchos votantes van a ver en los ataques una validación de la retórica más dura contra el islam usada por el partido de extrema-derecha Frente Nacional (FN).
Cuando la "marcha de la unidad" en París fue organizada, la líder del FN, Marine Le Pen, fue deliberadamente excluida de la lista oficial de invitados, basándose en que su partido apunta a la división en lugar de a la unidad.
Esta fue una decisión errada en numerosos niveles. Su exclusión posiblemente potenciará la posición de Le Pen entre ahora y las elecciones presidenciales de 2017, aunque no lo suficiente como para hacer que su victoria sea un escenario plausible.
Al no extender a Le Pen la invitación que se le ofreció a otros líderes de partidos, el presidente François Hollande, se ha arriesgado a trasmitir el mensaje de que la gente de extrema derecha pero que respeta las leyes tienen menos derechos a oponerse al extremismo religioso violento que otras personas. Esta es una curiosa forma de atraer a un creciente número de ciudadanos franceses quienes han estado girando hacia el FN en años recientes.
Más aún, su decisión juega perfectamente con una de las líneas políticas más efectivas de Le Pen: que la mayoría de los partidos está fuera de contacto con el ánimo público y que responden a las preguntas políticas incómodas demonizando a quienes las realizan en lugar de abordar los temas planteados.
Libertad, igualdad, fraternidad, laicismo.
Tradicionalmente, Francia ha tomado una posición más directa que muchos de sus vecinos respecto al rol de la religión en la esfera pública. El laicismo está profundamente arraigado en el primer artículo de la constitución, y en una ley seminal de 1905 que fue introducida para codificar una fuerte cultura política anti-clerical. Aunque el propósito original del estatuto de 1905 tenía como objeto la relación formal y financiera entre la religión y el Estado, durante el siguiente siglo plasmó una cultura en donde restringir la religión a la esfera privada se convirtió en la norma.
Más recientemente, esto ha conducido a reiterados enfrentamientos respecto de la exhibición pública de símbolos y vestimenta religiosa. Francia tiene un fuerte enfoque asimilacionista para la integración de sus minorías religiosas y otras. En 2004 se aprobó una ley que prohíbe usar símbolos religiosos en escuelas públicas. Aunque la ley nominalmente aplica a todas las religiones y todos los símbolos, en la práctica su objetivo fue el pañuelo usado por muchas niñas y mujeres musulmanas. De forma similar, en 2010 una prohibición de usar en público ropas que cubran el rostro completo buscaba principalmente restringir el uso –o visibilidad- de la burka y nicab. Es evidente que medidas como estas no han funcionado. Podría decirse que han sido contraproducentes, porque ha aumentando la molestia de muchos musulmanes y no han disminuido los temores a la "islamización" que Le Pen explota exitosamente.
Una crisis de liderazgo
Como en muchos otros países europeos, las preocupaciones por la erosión de valores tradicionales y patrones demográficos familiares han sido una parte importante para explicar el colapso del apoyo a la mayoría de los políticos franceses. Ellos son vistos por muchos como muy distantes, muy adinerados y demasiado cosmopolitas para entender sus preocupaciones.
Un líder fuerte debe estar disponible para cerrar esa brecha entre la élite política y el creciente índice de votantes insatisfechos. Pero Francia también está atascada en una larga década de crisis de liderazgo político. Esto ha culminado en una caída en los índices de aprobación de Hollande a mínimos nunca antes vistos en el país.
En contraste, aunque Le Pen aleja a demasiados votantes como para alcanzar el poder en las elecciones presidenciales de 2017, es una firme defensora de políticas que están permitiendo claramente que ella toque una rica veta de frustración pública con el statu quo.
Ese rechazo al statu quo por muchos votantes no puede ignorarse. El presidente estaba preocupado de que invitando a Le Pen en su capacidad oficial a la marcha por la unidad pudiera legitimar o aprobar sus políticas. Sin embargo, no invitándola se arriesgaba a deslegitimar las miradas de sus opositores, que de acuerdo con algunas encuestas de opinión ahora constituyen una pluralidad del electorado francés.
Esa es una posición difícil de mantener para un líder democrático. Se invita a la derrota electoral y/o desestabiliza la fragmentación política.
El desaire de Hollande para con el FN fue agravado por una "reunión de crisis" que sostuvo en el palacio presidencial con su predecesor presidencial, Nicolas Sarkozy, quien dirige el partido de oposición de centro-derecha Union pour un Mouvement Populaire (UMP).
Otros dirigentes incluyendo a Le Pen tuvieron que contentarse con una reunión separada, y claramente de segundo nivel, con el presidente.
La intención, presumiblemente, era expresar el sentimiento de que los ideales republicanos fuertemente afirmados en público a raíz de los ataques terroristas eran mejor personificados por el Parti Socialiste (PS) del presidente y la UMP. Es posible, sin embargo, que la reunión haya sido vista por los insatisfechos votantes de forma diferente. Como una reunión -en un ambiente de opulencia, financiada por los contribuyentes- entre el presidente más impopular de Francia y el hombre que perdió una elección contra el presidente más impopular de Francia.
Se avecina una innovadora elección
Le Pen no va a ganar las elecciones. La aritmética electoral es un obstáculo demasiado grande si los votantes del PS y la UMP cooperan en la segunda vuelta –como seguramente harán– para vencerla.
Pero parece ser cada vez más inevitable que ella pase a segunda vuelta, quizás incluso ganando la primera. Su padre, el fundador del FN, Jean-Marie Le Pen, pasó a segunda vuelta en 2002, pero fue una sorpresa cuando lo hizo y los votos del FN cayeron drásticamente en la siguiente elección.
Si Le Pen alcanza la segunda vuelta tendrá un desarrollo diferente. Todos lo verán venir, y será una decisión zanjada para el electorado francés.
La presidencia podrá estar fuera de su alcance, pero Marine Le Pen está cambiando el centro de gravedad de la política francesa.