INMACULADA
Por Padre Raúl Hasbún
Por: | Publicado: Viernes 6 de diciembre de 2013 a las 05:00 hrs.
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Inmaculada es quien no tiene mancha. Y mancha es lo que ensucia o echa a perder la integral belleza de un ser. La naturaleza, que nada hace en vano, aborrece tanto el vacío como la suciedad. Es que lleva impresa, y en forma pura, la ley o propiedad fundamental de todo ente: tender a lo bueno, a lo verdadero, a lo bello. También el hombre, cúspide y rey de la naturaleza, participa de esta aspiración cosmética y estética, pero con una reserva: su libertad, don exclusivo, lo habilita para escoger lo feo, lo desdoroso y corruptor de sí mismo. Este abuso de la libertad, orientado a elegir supuestos bienes que contradicen la tendencia natural a lo bueno, verdadero y bello es lo que la teología y la experiencia llaman “pecado”.
A veces se dice que una determinada acción es mala porque es pecado. Quien lo escucha entiende que esa acción no sería mala si alguien no la hubiera estigmatizado como pecado. El pecado sería un decreto, divino o eclesiástico, que por imposición arbitraria prohíbe una conducta y castiga, por desobediente, a quien la realiza. Pero es al revés: esa acción es pecado porque es mala en sí. Su objetiva consistencia la hace incompatible con la dignidad de la persona humana, llamada a distinguir y elegir entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, la belleza y la suciedad. Quien peca desobedece a su propia ley interior y desafía el decreto promulgado en su conciencia moral. Es sintomático que en el relato de la Creación no se hace referencia a los diez mandamientos. Sólo se prohíbe al hombre arrogarse el poder de llamar bien al mal y mal al bien. Y eso fue lo que hicieron Eva y Adán. Pecaron porque en su soberbia pretendieron situarse por encima del bien y del mal. Y al elegir ser lo que no podían ser, terminaron dejando de ser ellos mismos. Se mancharon. Se corrompieron. Se autocastigaron. Si no quieres actuar como hombre, resígnate a ser menos hombre.
Esta mancha ontológica, este desmejoramiento sustantivo en la calidad y riqueza de nuestro patrimonio humano fue lo que heredamos de Eva y Adán y llamamos “pecado original”. Cada uno de nosotros incrementó esa mancha común con la de sus propios pecados. Sólo una fue preservada de esta maldición. El pueblo la llama simplemente “la” Inmaculada. No lo fue por mérito antecedente, sino por gratuita elección. En ella recupera el cosmos su vocación a la Belleza pura. Atrae, la Inmaculada, como un imán, porque con sólo mirarla resucita, en quien la mira, el insaciable apetito por la hermosura indeficiente. Transparencia y anticorrupción son bienvenidos efectos de esta común nostalgia de Inmaculada. Inmaculada desde su concepción. Ya en la concepción humana hay vida y belleza divina.
A veces se dice que una determinada acción es mala porque es pecado. Quien lo escucha entiende que esa acción no sería mala si alguien no la hubiera estigmatizado como pecado. El pecado sería un decreto, divino o eclesiástico, que por imposición arbitraria prohíbe una conducta y castiga, por desobediente, a quien la realiza. Pero es al revés: esa acción es pecado porque es mala en sí. Su objetiva consistencia la hace incompatible con la dignidad de la persona humana, llamada a distinguir y elegir entre el bien y el mal, la verdad y la mentira, la belleza y la suciedad. Quien peca desobedece a su propia ley interior y desafía el decreto promulgado en su conciencia moral. Es sintomático que en el relato de la Creación no se hace referencia a los diez mandamientos. Sólo se prohíbe al hombre arrogarse el poder de llamar bien al mal y mal al bien. Y eso fue lo que hicieron Eva y Adán. Pecaron porque en su soberbia pretendieron situarse por encima del bien y del mal. Y al elegir ser lo que no podían ser, terminaron dejando de ser ellos mismos. Se mancharon. Se corrompieron. Se autocastigaron. Si no quieres actuar como hombre, resígnate a ser menos hombre.
Esta mancha ontológica, este desmejoramiento sustantivo en la calidad y riqueza de nuestro patrimonio humano fue lo que heredamos de Eva y Adán y llamamos “pecado original”. Cada uno de nosotros incrementó esa mancha común con la de sus propios pecados. Sólo una fue preservada de esta maldición. El pueblo la llama simplemente “la” Inmaculada. No lo fue por mérito antecedente, sino por gratuita elección. En ella recupera el cosmos su vocación a la Belleza pura. Atrae, la Inmaculada, como un imán, porque con sólo mirarla resucita, en quien la mira, el insaciable apetito por la hermosura indeficiente. Transparencia y anticorrupción son bienvenidos efectos de esta común nostalgia de Inmaculada. Inmaculada desde su concepción. Ya en la concepción humana hay vida y belleza divina.