Emprendieron en viñas un día
La fascinación por las viñas es algo que ha calado profundo en un amplio espectro...
- T+
- T-
La fascinación por las viñas es algo que ha calado profundo en un amplio espectro de empresarios que tradicionalmente no navegaban en ese territorio como negocio principal. La lista es larga y en su momento cada uno ha descrito este negocio como una pasión...
Hicimos el ejercicio de conversar con varios de los que han puesto sus fichas en esta canasta durante las últimas décadas. Éstas son algunas de sus historias.
La historia de Hernán Boher -el mítico empresario dueño de Reifschneider en Chile- es embriagante. El mismo se ríe cuando cuenta cómo fue que llegó a este negocio. Todo partió en 2004 cuando su amigo Cirilo Elton, gerente general de Cristalerías de Chile, se quedó varado en Mendoza por problemas climáticos. Aprovechó entonces de conocer la bodega Rossel-Boher y como el apellido coincidía con el de su amigo le trajo un vino de regalo. Ese fue el puntapié inicial para que el mismo Boher quisiera conocer la viña trasandina tiempo después, y posteriormente encontrar los socios adecuados para emprender el camino propio: Pedro Grand, vecino suyo en Farellones, Gastón Cruzat -yerno de Grand- y Fernando Riera, amigo y socio suyo en otros proyectos. Después de darle algunas vueltas, todos convergieron en que lo mejor era llamar Cruzat a la viña en Mendoza, por el sello afrancesado del apellido, que calzaba perfecto con la producción de espumantes.
“Para mí, el mundo del vino es apasionante y atractivo, pero a la vez, complicado y difícil”, dice de entrada. Entre los hitos cuenta que han avanzado de menos a más, abriéndose distintos caminos en la comercialización. La idea dentro de los próximos años es alcanzar un peak productivo de unas 500 mil botellas anuales, para de ahí seguir creciendo hasta completar el millón. Como se ve, este sí es un enamorado que pretende seguir en el negocio.
Tanto le gusta a Juan Cúneo su viña Casas del Bosque que casi todos los fines de semana se pasea por el campo a caballo, recorriendo las vides, la bodega y sigue paso a paso los distintos procesos. En definitiva, está pendiente de todo.
No crea que esto es sólo los fines de semana. No, señor. Su preocupación es constante y diaria, ya que siempre está conversando con sus dos hijas Paola y Giorgianna -que están a la cabeza del negocio-, todos los pormenores.
Sus hijas cuentan que al negocio llegaron después de probar con otros cultivos en sus campos del Valle de Colchagua y fue en el ‘98 cuando obtuvieron su primera cosecha. “Ahí empezamos a tomar en serio el negocio con el objetivo de ser una viña boutique de familia, dedicada exclusivamente a producir vinos de calidad para seguir con la filosofía de la excelencia en el trabajo”, dice Giorgianna.
El negocio no ha sido fácil. Han debido aprender hasta del clima, por las constantes heladas. También reconocen que enfrentaron dificultades en la comercialización, sobre todo porque trabajan con precios altos dada la buena calidad de sus vinos. Pero todo les ha servido para ir creciendo. En apenas 12 años ya producen alrededor de 85 mil cajas, destacando su expertise en Sauvignon Blanc y en tintos de clima frío, como el Pinot Noir y Syrah.
José Antonio Garcés Silva es uno de los empresarios que más tempranamente buscó hacer algo en el sector viñatero. Con el hermetismo que lo caracteriza en casi todos sus negocios -con inversiones en empresas tan distintas como Consorcio, Andina o Entel-, sus hijos son los encargados en esta oportunidad de contarnos parte de la historia de estos trece años desde que fundaran la Viña Garcés Silva, también conocida como Amayna.
Con franqueza, tenemos que decir que la familia siempre estuvo relacionada de una u otra forma al negocio agrícola, porque tenían producción de uva en Graneros y Leyda. Cuentan que siempre tuvieron la intención de hacer algo más pero les era difícil, porque el fundo que tenían en este último valle era de muy poca agua al estar ubicado en el secano costero. Sólo en 1998 pudieron recién emprender un proyecto de regadío que les llevó el recurso desde el Río Maipo por medio de una tubería de 8 kilómetros y con estaciones de bombeo. Ese fue el comienzo de la nueva empresa.
María Paz Garcés Silva, socia y directora del mercado nacional de la viña, cuenta que han ido creciendo y cumpliendo cada una de las etapas que se han propuesto, que incluyeron desde un comienzo mayores plantaciones, ampliación de su capacidad de bodegaje y crecimientos en su red de comercialización.
“Hoy tenemos vinos muy bien evaluados por la crítica internacional y posicionados en el mercado de vinos de alta gama. Estamos presentes en 24 países y en sus mejores restaurantes y hoteles, con un precio de venta por caja muy superior al promedio de la industria en Chile”, describe.
Pero no crea que los vinos de esta familia no son apreciados en el mercado interno, porque pese al enfoque internacional, del 5% de su producción que se quedaba en el país en sus comienzos se ha pasado al 20% en la actualidad. “Es un motivo de orgullo que nuestros vinos sean apreciados en el exigente mercado nacional”, acota.
Aunque la historia empresarial de Jorge Matetic ha estado desde siempre más ligada al mundo ganadero, su cercanía con los campos le avivaron las ganas de entrar también a otros negocios. Sus cercanos cuentan que estuvo evaluando bastante tiempo qué hacer en materia agrícola, hasta que un día decidió que lo mejor era la industria del vino. Así fue como partió la viña Matetic a fines de los ‘90.
Su hijo, también llamado Jorge, cuenta que básicamente estaba el interés en la diversificación del negocio agrícola, sumado a la existencia de un fundo en la zona sur de Casablanca y norte de San Antonio, “donde luego de numerosos estudios nos dimos cuenta que tenía un altísimo potencial para producir uvas de alta calidad”.
Hasta ahora, todo les ha salido a pedir de boca. Cuentan que ha sido una gran experiencia pues han sido años de mucho aprendizaje. Mal que mal, fueron una de las viñas pioneras en el valle de la Quinta Región y también han sido de las primeras en sumarse a otras actividades, como el manejo de viñedos orgánicos, lo que les ha elevado todos sus desafíos. “Poco a poco nuestro proyecto se empieza a consolidar en términos de calidad donde hemos logrado un nivel de reconocimiento internacional muy importante”, agrega.
Lo mejor que sus dos hijos, Jorge y Cristián se han metido fuertemente en el negocio. Cristián maneja en general todo lo relacionado a la agricultura y con ello también los viñedos, aunque Jorge es el que ha liderado el desarrollo de la viña.
El crecimiento que han tenido queda en evidencia con sus plantaciones. Partieron con sólo 33 hectáreas de vides que vendían inicialmente en Chile, Estados Unidos e Inglaterra. Hoy, cuentan con una bodega moderna, unas 170 hectáreas plantadas con Sauvignon Blanc, Chardonnay, Pinot Noir y Syrah, y ventas que superan las 20 mil cajas al año repartidas en un abanico de 25 países.