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Patricia May: "Este tiempo guarda una enorme posibilidad de transformación y cambio”

La antropóloga que dirige la Escuela del Alma, que hace décadas trabaja en una síntesis entre el conocimiento científico y las filosofías espirituales, reflexiona sobre el momento evolutivo de Chile, luego del estallido social y en medio de la pandemia. “Es el momento de repensar nuestras prioridades”.

Por: Rocío Montes | Publicado: Jueves 20 de agosto de 2020 a las 18:17 hrs.
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Foto: Rodrigo Opazo
Foto: Rodrigo Opazo

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Hace 13 años, en 2007, la antropóloga de la Universidad de Chile Patricia May publicaba su libro "De la cultura del ego a la cultura del Alma", donde describe –entre otros asuntos– que la cultura egocéntrica en la que vivimos está constituida por "yoes" y "otros" que impiden observar que "el bien del uno y del otro están en íntima relación e interdependencia".

Reconocida por el gobierno en 2001 como una de las mujeres destacadas por su aporte desde las ciencias sociales al desarrollo social, en su libro –uno de tantos de su obra– habla sobre la importancia de la lógica de sistema o consciencia sistémica. Se trata, en definitiva, de comprender que "los bienestares locales no son posibles", una reflexión que, actualmente, en el marco de la pandemia mundial, parece profética por su vigencia: una de las lecciones de la crisis del Covid-19 apunta –justamente– a que el bienestar de unos y de otros está interrelacionado dentro de una sociedad, cualquiera sea la posición de los individuos.

Se describe como "una caminante en la senda de la conciencia integral" y forma parte del grupo de chilenos que hace décadas empuja por un giro de la sociedad que permita a los seres humanos conectar con el verdadero el sentido de sus existencias. May no se nombra, pero enumera una larga lista de gente que ha cuestionado desde sus respectivos ámbitos nuestra forma de vivir: Gabriela Mistral, Lola Hoffmann, Claudio Naranjo, Gastón Soublette, Humberto Maturana... Ella, desde la Escuela del Alma que dirige –un lugar donde se "guía y acompaña el vivir consciente de las personas"–, reflexiona sobre la evolución y sentido de la existencia en un mundo incierto, junto con trabajar técnicas como la meditación como recurso transformador de lo personal y social. A los encuentros de su centro de Colina llegan muchos profesionales de sectores donde impera la razón, como el bancario y de las ingenierías.

–¿Cómo ve hoy a Chile?

–Comenzaría analizando la sociedad y a Chile desde lo que ocurrió en octubre. De alguna manera, fue como que de repente se desinfló el globo en el que vivía una parte muy importante de la población: vivir corriendo, tratando de ascender, endeudándose y entrando a niveles de consumo que hace unas generaciones no teníamos. Fue como un gran espejismo que se desinfló y, desde entonces, comenzó un proceso de toma de conciencia de nuestra realidad más profunda, un despertar. Lo que ocurre es que el despertar, que a veces se idealiza en determinadas tradiciones espirituales, es un proceso duro. Porque comienza por un despertar de conciencia que nos permite ver lo que no veíamos.

–Y en menos de seis meses viene un segundo golpe, el Covid-19...

–Que nuevamente revela una tremenda vulnerabilidad de una mayoría de la población y nos deja desnudos ante nuestra verdad. Pero, en el fondo, desde una mirada evolutiva, tiene un sentido, aunque el ciudadano –acosado por el día a día– no la pueda observar fácilmente.

–¿A qué se refiere?

–Observando desde una gran mirada el proceso evolutivo del país –a lo que me dedico–, este momento es radicalmente importante: la conciencia nos pegó en la cabeza y debemos darnos cuenta que tenemos que hacer cambios profundos en muchos sentidos y que es intolerable la manera en que hemos estado viviendo y las consecuencias a largo plazo de nuestras actitudes. En definitiva, estamos en un momento evolutivo que presenta una tremenda oportunidad, aunque también un inmenso riesgo.

–¿Cuáles son los riesgos?

–La depresión, polarizarnos. Culparnos los unos a los otros. Entrar en sociedades tremendamente violentas a nivel político, ciudadano, diario. El riesgo es ponernos aún más egoístas, individualistas, aún más encerrados en un estado casi de guerra por tratar de sacar la propia tajada, sin ponernos a disposición por un bien mayor para todos. Son dos dinámicas que se polarizan: el egoísmo en contraposición al altruismo. Y es un riesgo mundial, no solo chileno.

–¿De qué depende que se tome uno u otro camino? ¿De la conducción de los líderes?

–Los liderazgos ahora son más subterráneos y no sé si los líderes son las autoridades, porque ojalá las autoridades fueran todas personas conscientes. Los liderazgos múltiples y naturales, que van surgiendo en distintos espacios y redes, han estado hasta el momento muy al borde. Pero comienzan a entrar, generar tentáculos hacia el centro del paradigma y vienen de abajo, de los márgenes, no son los de las autoridades. Creo que están cimentando algo nuevo. La gente que tiene poder se está viendo presionada a hacer cambios. Y en Chile han ocurrido transformaciones impresionantes, desde votar por una nueva Constitución, lo cual involucra un nuevo pacto social.

–¿Cuánto tardarían los cambios de los que habla?

–Estos procesos no son cortos, sino incluso generacionales. Pero me parece que estamos en un momento de quiebre.

–En su libro "De la cultura del ego a la cultura del Alma" –cuya síntesis se encuentra en "De la Tierra al Alma", disponible en Amazon– usted resalta la importancia de entender la sociedad como un sistema. La lógica de sistema o la conciencia sistémica, le llama.

–Totalmente. Hace mucho tiempo observo a una sociedad que está obsesionada con el crecimiento y que no equilibra con una educación valórica. Incluso sacamos las clases de filosofía de la escuela. Es una sociedad muy enferma, que cree que todo es crecer, funcionar, adaptar a los jóvenes y niños para que funcionen en un determinado sistema. Es muy perverso en lo profundo. Es importante, por lo tanto, que haya un número creciente de personas que empiece a tomar conciencia de lo distorsionada de la manera que hemos estado viviendo y los valores sobre los que se cimienta nuestro vivir. El mundo que necesitamos ya está. El tema de las empresas B –de entender las organizaciones desde el sentido– estaba de antes, pero estaba en los márgenes. Creo que ahora tienen que entrar.

–En estos meses de encierro, hemos visto a colegios, profesores, madres, padres y escolares en un ritmo bastante frenético trabajando desde las casas, con una lógica donde sigue imperando el logro. ¿Qué le parece?

–Pienso y visiono una educación del futuro. Y la educación no puede ser solo matemáticas, tecnología, ciencia, sino que debe estar enfocada en la persona, en la conciencia, que es la manera en que me sé a mí mismo y sé la realidad y el mundo. Se debe enseñar al ser humano a educarse a sí mismo, a la educación de la mente. Lo que viene no solo se trata de inteligencia, sino de sabiduría y paz interior. No puedo conducir las múltiples formas que me constituyen ­–porque los seres humanos somos muy complejos– si yo no me conozco a mí, no sé cómo funciono por dentro y si no logro saber y experimentar que cuando me calmo interiormente, me conecto con una fuente de paz, amor y sabiduría. Le he llamado el Alma: conectar con esa fuente interior que está en todos y que es tremendamente poderosa.

–¿Cómo se explica que a la Escuela del Alma lleguen tantos profesionales ligados a mundos racionales?

–Justamente porque son tan opresivos algunos medios que hacen que la persona estalle como olla a presión. Por mucho que tratemos de ser una especie de razón caminando por la calle, somos también cuerpo, emoción. Y lo que hemos descubierto es que también somos una poderosa fuente de claridad y amor en lo profundo. Nos hemos tratado de manejar a través de la represión intelectual o mental, pero no funciona. Si no nos hacemos cargo de todas nuestras pulsiones y no las integramos y no las aprendemos a conducir, salen igual en el colon irritable, en el estrés, a través de la agresividad que se observa en la calle.

–Y en las redes sociales.

–Totalmente. Eso que está en las redes ¿qué es lo que es? Los aspectos no racionales que salen ahí ­­–la rabia, el rencor– son asuntos que no he conseguido manejar o que ni siquiera conozco de mí mismo.

–¿Cómo volveremos a ser ciudadanos a medida que comience el desconfinamiento?

–No lo sé, porque ni siquiera sabemos si van a haber rebrotes, si vamos a tener que instalar otras maneras de vivir o seguir muchos trabajando online. Si acaso los colegios todo el año van a estar sin asistencia. No tenemos idea. Pero parece evidente que, sin embargo, este tiempo guarda una enorme posibilidad de transformación y cambio. ¿Cómo vamos a volver? No volvería a la normalidad. No se trata de volver a lo mismo, porque lo mismo era alienante. Todo está bajo cuestión en este momento.

–¿También el trabajo?

– De partida, reformularía el sentido profundo del trabajar y de la organización. Lo digo en las charlas en empresas: resulta una locura que haya organizaciones cuyo único fin sea aumentar las utilidades y no el servicio que prestan a la sociedad y a la gente que se integra a trabajar en ellas. Yo creo que se tiene que comenzar por cambiar eso. Cada persona que se integra a la empresa es un ser humano completo que está colaborando, aprendiendo, obteniendo por su trabajo una retribución y esta retribución tiene que ser justa, mejor repartida.

–En su charla en el Congreso del Futuro el año pasado, usted señalaba: "El mundo es tan complejo que el ser humano no puede prever escenarios. Más que planificar y controlar, se trata de intuir el flujo y hacia dónde van las cosas. Está surgiendo una mente más flexible, dúctil, desapegada y telepática: la consciencia integral".

–En este mundo impredecible, donde los procesos son a mil por la interconectividad mundial, al que se nos suma la pandemia y una sociedad como la nuestra, consciente de sus quiebres, es súper difícil planificar rígidamente. Es necesario alinear nuestra vida, nuestras elecciones. Es el momento de repensar nuestras prioridades. En Chile estábamos viviendo de una manera tan vertiginosa que no sé si las personas tenían el tiempo para cuestionarse si de verdad querían lo que hacían. Esa es la falta de sentido horrible que hemos vivido. Yo le llamo la dictadura inconsciente, que impide preguntarte para qué y por qué. ¿Para qué y por qué me estoy endeudando más? ¿Para qué y por qué quiero cambiarme de barrio? No se trata de que no nos movamos, sino que de verdad lo que hacemos sea con un motivo.

–¿Cree que el estallido social, la pandemia y la crisis económica sean suficientes para provocar estas transformaciones de las que habla?

– Tampoco me imagino, ingenuamente, que vamos a salir de aquí y vamos a estar en otro planeta. No. Pero me da esperanza estar en un momento tan radical. Y no creo que sea posible no hacer cambios: hay una presión social y una conciencia despierta. Si no se hacen cambios, simplemente sería como ir a una guerra. En ese sentido, la nueva Constitución es muy importante para canalizar las inquietudes de un mundo nuevo. Es una torpeza obstaculizar el camino constituyente, porque es una manera de sacar la presión y que se canalice de un modo virtuoso.

–La historiadora Sofía Correa Sutil señalaba que "el haber experimentado tan de cerca la fragilidad humana traerá una vuelta muy vital hacia las grandes religiones". ¿Qué cree usted?

–Yo creo que es completamente necesario que resurja una espiritualidad, pero una espiritualidad en el sentido más amplio de la palabra, no necesariamente como una religión. Una espiritualidad cuyo principio fundamental sea reconocer la unidad esencial de toda la humanidad y el planeta entero como una gran totalidad. Reconocer que hay algo más allá de la razón, de la emoción, del cuerpo, algo que trasciende esto y que es necesario que se manifieste para que el ser humano viva una vida plena de sentido y genere sociedades y culturas mejores.

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