Los despidos en el sector tecnológico nos dan una lección sobre la 'guerra por el talento'
Meta ha despedido a 11 mil trabajadores, el 13% de su plantilla. Elon Musk, nuevo propietario de Twitter, ha reducido la plantilla del grupo a la mitad. Amazon planea recortar unos 10 mil puestos de trabajo, mientras que Stripe, una empresa privada de pagos, eliminó el 14% de los trabajadores. Ha sido una experiencia brutal para el personal.
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Hace tiempo, los jóvenes licenciados pensaban que tenían que elegir: podían hacerse ricos, pero sentirse frustrados en un banco de inversión o un bufete de abogados, o podían vivir sin un gran sueldo, pero haciendo algo más divertido. Entonces, llegaron las grandes empresas tecnológicas. De repente, era posible que alguien con una determinada serie de habilidades se divirtiera y pudiera enriquecerse al mismo tiempo.
Las tecnológicas parecían representar un mundo laboral menos jerárquico en el que todos llevaban vaqueros y camisetas y el mérito era lo que más importaba. Los salarios eran altos y las opciones sobre acciones, generosas. Si tenías suerte, la empresa también se ocupaba de las partes más tediosas de la vida, como lavar la ropa, cocinar la comida o el traslado a casa por la noche. Este año, las tecnológicas representaron cinco de los diez mejores lugares para trabajar en Estados Unidos, según las opiniones de los empleados en Glassdoor.
Las autoridades y los economistas no tardaron en calificar a los trabajadores del sector como los ganadores de la economía del siglo XXI: posicionados claramente en el lado "encantador" de la creciente brecha entre los trabajos "con encanto" y los "pésimos".
Cuando algunos empleados del sector intentaron sindicarse, la respuesta de las empresas y los inversionistas fue argumentar que ya eran trabajos excelentes, así que ¿qué sentido tenía? Como dijo un inversionista, los trabajadores del sector tecnológico que intentaban sindicarse "se apropiaban del lenguaje de los mineros del carbón explotados mientras disfrutaban de la experiencia laboral más privilegiada de la historia de la humanidad".
Esta historia se ha visto empañada por una serie de despidos masivos de empresas tecnológicas en las últimas semanas. Meta ha despedido a 11.000 trabajadores, el 13% de su plantilla. Elon Musk, nuevo propietario de Twitter, ha reducido la plantilla del grupo a la mitad. Amazon planea recortar unos 10.000 puestos de trabajo, mientras que Stripe, una empresa privada de pagos, eliminó el 14% de los trabajadores. Ha sido una experiencia brutal para el personal.
En la mayoría de los casos (Twitter es una historia algo diferente) los recortes de la plantilla son el reverso de la reciente oleada de contrataciones. Las empresas tecnológicas habían apostado por la continuidad de un entorno macroeconómico extraordinario que, de hecho, estaba tocando a su fin. Los consumidores ya no están confinados en sus casas y no están limitados a las compras por Internet. Los tipos de interés ya no están por los suelos.
No es el fin de estas empresas. Meta sigue teniendo más personal que el año pasado. Sin embargo, los despidos masivos nos ofrecen un par de lecciones.
La primera es que, se lleven o no vaqueros a la oficina, en muchas empresas tecnológicas reina la autocracia. Resultó sorprendente ver cómo los CEO asumían la responsabilidad personal de los despidos, pero también fue una forma de recordar el poder que tienen.
En Meta, por ejemplo, los inversionistas se han sentido cada vez más frustrados por la cantidad de dinero que el CEO, Mark Zuckerberg, invertía en el "metaverso". Pero la estructura accionarial de Meta le permite, con el 13% del capital, controlar más de la mitad de los votos.
"Tomé la decisión de aumentar significativamente nuestras inversiones. Me equivoqué y asumo la responsabilidad por ello", escribió Zuckerberg en un memorando al personal la semana pasada.
La rapidez de los despidos de estas empresas globales también choca con el espíritu de la legislación laboral en Reino Unido y Europa.
"En muchos países de Europa hay que avisar a las administraciones públicas o a los comités de empresa o a los sindicatos, aunque la empresa no esté sindicada, hay que tener un plan que mitigue el impacto social de las decisiones", explica Valerio De Stefano, profesor de la Facultad de Derecho Osgoode Hall de Toronto.
La idea de esta legislación no es impedir que las empresas realicen despidos, dice, sino asegurarse de que se produzcan de forma justa y con el debido aviso. "Ahora nos encontramos con que no hay ningún tipo de control ni consulta, sólo alguien que dice: 'Lo siento, es mi culpa'", añade.
Para los empleados, la experiencia subraya el hecho de que las dictaduras benévolas pueden parecer buenas hasta que dejan de serlo. Incluso las personas que han conservado sus puestos de trabajo están viendo cambios en algunos beneficios. En Twitter, Musk ha anunciado que todo el mundo debe trabajar al menos 40 horas en la oficina, lo que ha trastornado la vida de las personas que habían planeado trabajar en remoto.
Los sindicatos confían en que los despidos les ayuden a argumentar que no se limitan a intentar mejorar las malas condiciones de trabajo, sino que también tienen una voz real y representación en la mesa de negociaciones. Mike Clancy, secretario general del sindicato británico Prospect, asegura que el sindicato tiene algunos miembros en Twitter y espera reclutar más en el sector tecnológico. "Suele haber un barniz progresista: intentan proyectar una propuesta de empleo diferente, pero las cosas cambian cuando se trata de deshacerse de la mano de obra", lamenta.
La otra lección es que no hay que dejarse llevar por el lenguaje autocomplaciente sobre la "guerra por el talento", omnipresente en el sector tecnológico hasta hace poco. Hay gente con talento en todos los ámbitos de la vida. Lo que verdaderamente influye en la remuneración es la oferta y la demanda. Los trabajadores mal pagados de EEUU han obtenido grandes aumentos salariales en términos nominales este año. Nadie llama a eso "guerra por el talento"; lo llaman escasez de mano de obra.
Es posible que las empresas tecnológicas ofrezcan ventajas increíbles, pero la gente no necesita trabajos de ensueño, sino trabajos que les traten decentemente. Lo que ocurre con los sueños es que se desvanecen cuando uno se despierta.