Por Blanca Arthur
Con el sigilo que acostumbra a rodear sus principales decisiones, la presidenta electa, Michelle Bachelet, está abocada a armar el gabinete que la acompañará a partir de marzo.
Como un indicio la autonomía con que decidió actuar, es una tarea en la que sólo han participado su más estrechos colaboradores. Porque aún cuando optó por realizar una ronda de reuniones con los presidentes de los partidos, el propósito sería compartir algunos criterios, pero en ningún caso ceder un ápice propósito de compartir algunos criterios, pero en ningún caso a ceder un ápice en la libertad con la que conformará su equipo.
Por eso, en medio de la creciente expectación frente al anuncio del futuro gabinete, lo único que se conoce con cierta certeza son justamente algunos de los criterios que Bachelet que ha considerado para elegir a sus ministros.
Uno de los primeros que transmitió a los políticos por intermedio de su principal asesor, Rodrigo Peñailillo, es que buscaría a personas completamente comprometidas con su programa, de manera de impedir que afloren diferencias internas que pudieran ser un obstáculo para impulsar las reformas que propondrá.
Con ese requisito básico, la futura presidenta estaría tratando de conformar su equipo considerando otras premisas como la incorporación de mujeres, además de figuras nuevas, pero no atada a condiciones similares a las que se autoimpuso en 2006, como la paridad de género o que nadie se repitiera el plato.
Con el aprendizaje de lo ocurrido entonces, en que durante su mandato debió renegar de esas restricciones, todo indica que en esta oportunidad será más flexible. De hecho, ella misma ha reconocido que no necesariamente nombrará al mismo número de mujeres que de hombres, mientras tampoco prescindirá de figuras con experiencia.
Es cierto que, aun resguardando su autonomía, Bachelet sabe que deberá mantener los equilibrios políticos entre los distintos partidos, pero eso no le coartaría la liberatd, al punto que ni siquiera se descarta que pueda romper con la tradición de que el equipo de La Moneda quede integrado por un ministro de cada uno de los tres principales partidos, si para esa ecuación no cuenta con los nombres que considera los más adecuados.
Con el fin, precisamente, de no dar espacio a reclamos por falta de representación, la presidenta electa tendría la intención de nominar a todo su gabinete -incluidos subsecretarios e intendentes- donde se supone que aplicaría las necesarias compensaciones políticas para impedir que se genere ruido en los partidos.
Equipo político
Conociendo estos criterios generales, especial expectación genera la designación del equipo político, donde la gran interrogante es si pondrá o no a Rodrigo Peñailillo en el Ministerio del Interior. Por la cercanía que tiene con él, cimentada en su anterior gobierno, pero que se consolidó durante la campaña, existe la sensación de que es la figura que más le acomodaría, sobre todo después de que le ha entregado responsabilidades políticas, en las que ha mostrado tener un buen manejo. Paralelamente, junto con cumplir con el requisito de ser una figura joven, también le permitiría mantener solucionar el tema de la presencia del PPD en La Moneda, considerando que prácticamente no existen otras figuras de ese partido para conformar la troika de palacio.
Pero a pesar de cumplir con esas condiciones, no pocos apuntan a que es difícil que instale finalmente a Peñailillo en Interior, básicamente para no exponerlo a un cargo en que las circunstancias podrían obligarla a cambiarlo. Como se parte del supuesto que lo necesitaría a su lado durante todo el gobierno, asoma la probabilidad de que lo nomine como jefe de asesores del segundo piso, donde manteniendo poder, no sea un fusible.
En ese caso, lo que aparece más posible es que Bachelet recurra a alguien del PS, en parte porque es su partido, pero también porque para los desafíos que deberá enfrentar el gobierno, un perfil de izquierda podría facilitar la gestión. Es allí donde se presume que podría aplicar el criterio de la experiencia, al punto que es la característica de los nombres que suenan.
Uno de ellos es Ricardo Solari, quién pese a no ser de su círculo, ha sido cercano a Bachelet, aunque sobre todo se destaca que se trata de un político con capacidad de diálogo y buen negociador, que además ocupó cargos de gobierno como subsecretario general de la Presidencia y ministro del Trabajo.
En caso de que la cercanía o lealtad sean una condición primordial, no se descarta que recurra a Camilo Escalona, aunque su nombre genera dudas, básicamente, porque representaría más continuidad que cambio, tanto por las posturas que ha tenido frente a algunos aspectos del programa, como por ser uno de los emblemas del eje PS-DC que en esta etapa se daría por superado.
En esta misma línea, la última carta que ha comenzado a sonar es la de José Miguel Insulza, quién no siendo de sus más cercanos, la experiencia como el pánzer de La Moneda le podría garantizar la conducción política que requerirá en su gobierno. La principal aprensión sería que se trata de uno de los más fieles exponentes de la antigua Concertación, que además tampoco se ha mostrado tan comprometido con lineamientos del programa como la educación gratuita o los cambios a la Constitución, aunque en ese sentido la apuesta sería al pragmatismo con que sabe operar.
En todo caso, aún cuando la idea instalada es que si no es Peñailillo, Bachelet optaría por un PS para Interior, tampoco estaría enteramente decidido que no acuda a un DC.
Parece difícil por la experiencia del gobierno anterior, cuando excepto la relación que estableció al final con Edmundo Pérez Yoma, no logró sintonizar con los ministros de ese partido. Con todo, la necesidad de mantener alineada a la DC hace pensar que podría recurrir a alguien de sus filas, donde el nombre que más suena es el de Jorge Burgos, quien fue subsecretario tanto de esa cartera, como de Defensa, por lo que, en ese caso, le podría dar un perfil más enfocado al manejo de la seguridad que que a la articulación política, la que podría quedar radicada en que quedaría radicada en la Secretaría General de la Presidencia, probablemente a cargo de un PS que en este esquema podría ser Solari.
Es una opción que se considera, desde el momento en que dicho ministerio podría adquirir especial trascendencia, por la importancia que tendrá la relación del gobierno con el Congreso donde lo determinante será mantener alineado al bloque para sacar adelante las reformas.
Pero también podría darse que ni en Interior, ni en Segpres quedara un DC, porque la principal candidata para la Secretaría General de Gobierno, es Javiera Blanco, cercana a ese partido, lo que podría hacer emigrar a Burgos a Defensa.
Las posibilidades para armar el puzzle de La Moneda no se agotan, porque tampoco estaría desechado que si Bachelet no rompe la traidición de mantener a los tres partidos en La Moneda, recurra a Nicolás Eyzaguirre para Interior, no sólo porque es PPD, sino por sus condiciones, además de la cercanía que tiene con ella. En todo caso, sería la carta menos probable, no sólo porque no se trata de un político consagrado como tal, sino por las posibles dificultades que podría tener el futuro ministro de Hacienda con un jefe de gabinete que ejerció ese cargo con éxito.
Los otros clave
La coordinación del equipo político con Hacienda es uno de los criterios que estaría pesando fuerte en las decisiones de la futura presidenta.
En esa línea, no querría repetir la experiencia de su anterior gobierno donde fue difícil conciliar las posturas de Andrés Velasco con las de los ministros políticos.
Esa sería una de las razones para que el principal candidato sea Alberto Arenas, quién teniendo capacidades técnicas, es menos díscolo, a lo que se suma que supo conciliar las distintas posiciones en la elaboración del programa que lideró. Desde ese cargo, además, estableció una relación tanto de confianza como de lealtad con Bachelet, condición que también pesaría para instalarlo en Hacienda.
Es la nominación que aparece como menos incierta, aunque no faltan quienes apuestan a que lo podría nombrar en la Segpres para que desde allí, en dupla con Peñailillo, sean los principales impulsores del programa. Eso abriría la posibilidad de poner a Eyzaguirre en Hacienda o a un DC, sobre todo si este partido no queda con una presencia fuerte en La Moneda, donde asoma el nombre de Guillermo Larraín, más que el de José De Gregorio o René Cortázar porque su perfil de tecnócratas podría crear anticuerpos en los partidos.
La Cancillería cierra el círculo de los ministerios de primera línea, donde el principal candidato es el ex ministro de Defensa José Goñi, quien además de ser cercano a Bachelet, fue parte del equipo de campaña e incluso continúa asesorándola en temas como el próximo fallo de La Haya. Pero aun cuando además cumple el requisito de ser una de las pocas figuras del PPD para los principales ministerios, existen otros candidatos como Juan Somavía o Luis Maira, ambos PS.
Por la prioridad que tendrá la reforma educacional, el elegido para esa cartera se considera que debería ser uno de los más importantes, donde a diferencia de los demás, no existe una gama de nombres que cumpla con los requisitos, excepto que la presidenta electa opte por alguien con perfil netamente político. En caso contrario, está sonando el actual rector de la Usach, Juan Manuel Zolezzi, por el compromiso con las propuestas en la materia, como por su relación con el movimiento estudiantil, aun cuando sólo después de la elección reconoció su respaldo a Bachelet.
Para los desafíos futuros también se estima un factor importante la forma en que se incorpore el PC al gabinete, al que se le entregaría la cartera de Desarrollo Social y la de Cultura, además de algunas subsecretarías, como la Dirección del Trabajo, de manera de que se sienta lo suficientemente incorporado como para cumplir el papel de moderador que se espera frente a las demandas sociales.
En el resto, todo indica que la futura presidenta conciliará los criterios tanto de paridad, como de rostros nuevos, sin descuidar el necesario equilibrio político para que la coalición que ahora conforman siete partidos se mantenga alineada sin dar espacio a los díscolos.