Discriminación

Por: | Publicado: Viernes 11 de marzo de 2011 a las 05:00 hrs.
  • T+
  • T-

Compartir

Jesucristo vino a derribar los muros y construir puentes. Para Él no hay personas, razas, sexos, edades, grupos que por su sola condición de tales sean merecedores de privilegios o sancionados con exclusión. Jesucristo es el gran dignificador de la mujer. Acogió con misericordia a samaritanos, sirofenicios, griegos y militares romanos. Entre sus apóstoles había pescadores artesanales y repudiados recaudadores de impuestos. Comió y alojó dondequiera fue invitado. Dispensó comprensión y perdón a prostitutas y adúlteras. Compartió suplicio con dos ladrones, y a uno le prometió el Paraíso. Su sangre fue derramada para expiar por el pecado de todos. En la lógica, en la aritmética de Jesús sólo hay lugar para el sumar y multiplicar ; ninguno para el restar y dividir.

Cuando san Pedro, siendo ya Papa, fue invitado a la casa del centurión romano Cornelio y constató su noble apertura a conocer la verdad de Cristo, acuñó esta frase que resume la teología de la salvación y hace imposible toda arbitraria discriminación: “ verdaderamente comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en cualquier nación el que le respeta y practica la justicia le es grato”. Mientras decía estas cosas, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que escuchaban la Palabra, también sobre los gentiles. El Espíritu Santo no era propiedad exclusiva de un pueblo, nación o religión.

Dios no hace acepción de personas y prohíbe hacerla. “Si a vuestra asamblea entra uno con anillos de oro y vestido espléndido, y también un pobre con un vestido sucio, y tú le dices al primero: ‘siéntate en un buen lugar’, y al pobre ‘tú, quédate de pie’ o ‘en el suelo, a mis pies’, eso es hacer acepción de personas, juzgar con criterio falso, cometer pecado”: enseñanza del apóstol Santiago en su Epístola. “Fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados los honores debidos a las autoridades civiles, no se hará acepción alguna de personas o de clases sociales ni en las ceremonias ni en el ornato externo”, amonesta con solemnidad el Concilio Vaticano II.

El principio de no-discriminación, o igualdad de todos ante la ley no es invento de la modernidad ni patrimonio de alguna ideología política. Su principal fundamentador, testigo y promotor es Jesucristo. Una nación, una cultura que expresamente reconozca su raigambre cristiana tiene con ello asumido que en su seno no habrá lugar para diferencias arbitrarias o exclusiones a priori. Si lo dice y manda Jesucristo, si además lo dice y garantiza la Constitución, un deber de elemental coherencia y justicia prohíbe, a toda autoridad o ley, excluir discriminatoriamente de beneficios humanitarios a quienes ostenten la condición de militar o haber militado en las Fuerzas Armadas.



Lo más leído