Los hermanos que más mascarillas producen en Chile ya miran a Europa
Dos ingenieros comerciales decidieron, en plena pandemia, emprender con un negocio de mascarillas. Lo que partió como una pequeña importación desde China, terminó siendo una empresa líder de producción e investigación regional.
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En su negocio no había relación con la industria sanitaria, pero tuvieron que improvisar. Con la llegada del Covid-19 a inicios de marzo de 2020, los hermanos Marcelo y Juan Ricardo Olivares —ambos ingenieros comerciales de la Universidad Adolfo Ibáñez— pausaron la operación de su empresa de marketing y empezaron a importar mascarillas desde China.
En marzo constituyeron Deysa Care e importaron una primera carga de 150 mil mascarillas desechables. Era, según sus fundadores, un buen negocio, pero no los convencía porque no tenían todas las certificaciones de calidad. “En China, antes de la pandemia, las mascarillas se hacían en un total de 1.500 fábricas certificadas. Con la crisis sanitaria pasaron a 60 mil, pero muchas de ellas sin ningún estándar de calidad. Y esas aterrizaron en Chile. Fue un caos total porque llegaba cualquier cosa”, cuenta Juan Ricardo Olivares, CEO de Deysa Care.
Fue ahí cuando surgió la idea de producirlas en suelo nacional. “En abril me fui a vivir a la casa de Marcelo. Estuvimos semanas filosofando sobre cómo ejecutar la idea. Nos convenció tanto que pusimos todo nuestro capital, todo lo que habíamos ganado en estos últimos cinco años”. En mayo invirtieron los US$ 2 millones que tenían ahorrados, y se trajeron la primera máquina. Mientras tanto, arrendaron un galpón de 1.500 metros cuadrados en Quilicura, contrataron técnicos con experiencia en CMPC y Unilever, y capacitaron al personal de la fábrica.
Sin embargo, cuando llegó la máquina enfrentaron el primer golpe: “Era manual, poco intuitiva, nada amigable y costaba mucho calibrarla. Generó mucha merma”, relatan. Había que revertir ese obstáculo, y buscaron otras alternativas. Decidieron comprar unas automáticas, más caras, pero más tarde se dieron cuenta que valía la pena. Hoy utilizan cuatro artefactos y dos de ellos son de última generación, los cuales permiten tener una continuidad operacional y prevenir posibles fallas en el futuro.
La primera máquina, eso sí, ya pasó al olvido. “Todavía está, pero la tenemos en el cementerio”, cuenta Marcelo Olivares, gerente de operaciones de la compañía.
Actualmente producen cerca de 350 mil mascarillas desechables al día, 10 millones al mes y más de 60 millones en total. Esto los convierte en los mayores productores de mascarillas desechables en todo Chile, y en uno de los más importantes de Sudamérica. Tienen 70 empleados y en 2021 buscan triplicar los ingresos del año pasado, los cuales no se conocen por un contrato de confidencialidad que firmaron recientemente.
Sus principales clientes son Walmart, Farmacias Ahumada, Cencosud, Lucchetti y empresas de minería. Su próximo desafío local es conquistar al sistema de salud público, el cual, según los fundadores, es “muy cerrado y difícil de entrar”.
La tecnología, dicen ellos, fue la clave. Para esto, trabajaron con un equipo de científicos de la Universidad de Panjab, ubicada en Chandigarh, India, también con académicos norteamericanos y un grupo de investigadores de la Universidad de Santiago, liderados por el profesor Manuel Azócar, quien lleva 12 años estudiando nanopartículas. “En conjunto desarrollamos una capa cristalina que se adhiere a la capa exterior de la mascarilla”, cuenta Marcelo Olivares.
Y su hermano complementa: “Las mascarillas las mandamos a un laboratorio en Shanghái. Ahí se sometió a una prueba muy rigurosa de la norma europea. Después de varios intentos salió certificada con la mayor calidad. Con eso llegamos a Chile”.
La mascarilla se llama Diamant NanoTech y es autodesinfectante por su capa de nanopartículas de plata y cobre, capaz de eliminar —cada 90 minutos— el 99% de los virus y bacterias que toman contacto con la capa exterior.
Además, desarrollaron un módulo especial que se incluye en las máquinas y que logra unir las nanopartículas con la mascarilla a través de un modelo bautizado como “atomización ultrasónica”. En pocas palabras, se trata de una onda de ultrasonido que rompe las nanopartículas y las fragmenta en todo el producto para lograr la autodesinfección.
“Es una tecnología propia y estamos en proceso de patentarla. Hoy son las mascarillas, pero en el futuro podrán ser batas quirúrgicas, cubrecalzado o cofias”, enfatiza Marcelo Olivares.
En todo caso, hay un asunto que preocupa a nivel mundial. Según la organización de conservación marina OceansAsia, en 2020 los océanos recibieron 1..560 millones de mascarillas faciales. Respecto a ello, dicen que la “mascarilla puede ser reutilizada hasta tres veces en ambientes no-médicos”. Sin embargo, todavía no desarrollan un programa de reciclaje concreto.
Los fundadores de Deysa Care tienen en mente dos cosas. La primera es que la pandemia —y por ende, el “buen” negocio de las mascarillas— no durará para siempre. Y la segunda es que ya tienen la experiencia y la capacidad de producción para buscar un espacio en otros países.
Es por eso que ahora se preparan para aterrizar en el mercado europeo y norteamericano. “Son los países que valoran la tecnología y están dispuestos a pagar más por un producto de calidad”, confiesa el CEO de la compañía, quien enfatiza que los países desarrollados están avanzados en la regulación de este tipo de artículos.
“Estamos por obtener el certificado CE (que permite tener una regulación en toda la Unión Europea) y un test que acredita nuestra tecnología con un laboratorio reconocido por los países de la OCDE”, agregan.
Para concretar su proyecto de internacionalización ya comenzaron con el estudio de los proveedores. “Es algo nuevo y lo estamos atacando por varios frentes. Ya entramos en contacto con ProChile y esperamos hacer una buena alianza. Y en paralelo estamos llegando a distintos distribuidores de diferentes países”, cuenta Juan Ricardo Olivares.
¿Seguiremos usando mascarilla cuando acabe la pandemia?
Es la gran pregunta de los productores de mascarillas a nivel mundial. Ante esto, Juan Ricardo Olivares dice: “La gente se dio cuenta que si usa mascarillas en el metro puede que se resfrien una vez al año en vez de tres. El costo que más estamos dispuestos a pagar en esta pandemia es el uso de este producto en un espacio público. Lo más caro es la cuarentena, el toque de queda y dejar de ver a los familiares. La mascarilla debería quedarse en épocas especiales como el invierno y en lugares de alta carga viral como hospitales, transporte público y malls”.