Plumas x plumas

Plumas por Plumas: Verónica Undurraga por Adriana Valdés

La ensayista Adriana Valdés y su hija Verónica se definen como independientes y feministas. Ilusionadas con la etapa política que viene, aquí abordan la vida y la muerte. “Lo que me da miedo es estar muy vieja y no estar a la altura de lo que tengo que rendir”, dice Adriana.

Por: María José Gutiérrez | Publicado: Domingo 1 de noviembre de 2020 a las 04:00 hrs.
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El domingo, Verónica Undurraga (52), Doctora en Derecho y académica de la UAI, llegó temprano al colegio Manquehue para ser apoderada de mesa por el Apruebo. Se quedó ahí hasta pasadas las 11 de la noche. Su madre, la ensayista Adriana Valdés (77), estuvo todo ese día en su departamento en Providencia, menos a las 2 pm, cuando salió a votar al Liceo 7 acompañada de su nieto Horacio.

“Él me ayudó mucho porque en realidad ando un poco encabañada. Me están costando las calles. En el Zoom, en cambio, soy una leona”, dice la directora del Instituto de Chile y de la Academia de la Lengua, Camino de regreso, los nervios iniciales se fueron. “Empecé a sentir orgullo por la gente, los vocales, la organización del Servel. Había buena onda humana”, dice.

Como tuitera impenitente que es, apenas llegó a su casa tecleó en el computador: “Volví de votar pensando cuánto queremos los chilenos nuestros procesos electorales. Todos ponen lo mejor de sí, y nos sentimos orgullosos (...) No hay que olvidar esta cara de Chile”.

Madre e hija no se reunieron ese día a celebrar. Estaban cansadas y Verónica debía preparar una entrevista para la mañana siguiente en una radio. “Conversamos sobre todo sobre la participación electoral -que aumentaran los jóvenes y en ciertos distritos- y bueno, lo realmente impactante era el mapa de las tres comunas, ese dibujo que uno ve...”, relata la abogada.

-Estamos en tu casa en Lo Barnechea, precisamente una de las tres comunas ricas donde ganó el Rechazo. ¿Cuál es tu mirada sobre sus pares?

-VU: Estoy acostumbrada. Mira, yo mido 1,80 mt, vivíamos en Vitacura, luego en Providencia, después me cambié para acá para estar cerca del colegio de los niños que iban al Santiago College. Trabajé primero como abogada corporativa, no me gustó porque me quería dedicar a la academia. Me puse a estudiar el doctorado y de ahí me invitaron a trabajar al centro de DDHH. Yo siempre he sido feminista. Al principio las feministas me miraban con cara de “y ésta qué hace aquí”. Después me fueron conociendo y ahora se ríen de mí, “la feminista cuica”, me dicen, pero en buena. Y yo no niego eso, porque por la forma en que hablo mis hijos me dicen que me parezco a la de Pitucas sin lucas. (Ríe)

-AV: Yo puse un Twitter diciendo: “Estoy feliz de vivir en Providencia” (Ríe). Uno les podía decir que estaban aislados del sentimiento del resto de Chile, pero nunca pensé que fuera una evidencia así. Y eso preocupa mucho porque hay muy buena gente también en estas comunas: estudiosa, preocupada de los demás y aun esas personas votaron Rechazo. No entienden que la comunidad no es lo que ellos ven.

-Verónica, ¿ya está decidido que vas de constituyente?

-VU: Me encantaría. Es el sueño de todo constitucionalista y más de una constitucionalista feminista en una convención paritaria. A mí me interesa estar porque a pesar de que yo creo firmemente que los constituyentes no tienen por qué ser expertos en Derecho -para eso están los de asistencia técnica- estoy segura de que va a haber mucho abogado constituyente tradicional y la mayoría van a ser hombres, entonces necesitamos contrapesar. No me sirve que todas las constituyentes mujeres sean actrices, que las encuentro maravillosas y lo pueden hacer fantástico, pero debe haber un grupo que pueda hacer la discusión jurídica pesada, ¿te fijas?

-Y tú, Adriana, ¿has pensado competir?

-AV: No, estoy muy vieja. Ella es mi candidata.

-Estamos en un momento de mucha euforia y optimismo, pero ¿hay algo que les preocupe del proceso que viene?

-AV: El mayor miedo mío era no tener esperanza. Yo tenía pena de que iba a resultar lo mismo de siempre, con la misma gente, las mismas lealtades y con los mismos discursos vacíos de siempre. Eso no pasó.

-VU: Mi miedo es que si los partidos tienen tanta ventaja, el entusiasmo de las personas que pusieron ya su confianza en el Plebiscito se puede derrumbar. Y eso sería de nuevo un alejamiento de la política.

-AV: La idea de que la gente tiene tan poca esperanza, que deja de lado la política y se empiezan a producir hasta más suicidios porque no hay sentido de comunidad, ni de la vida. Hay que cultivar esa esperanza que salió con un cuidado tremendo.

-Adriana, llegaste a Independientes No Neutrales (INN) por la Verónica, ¿no?

-AV: A INN sí, pero ella es independiente y a feminista por mí. (Ríe).

La “respirona” y los mundos cambiados

-¿Cómo fue crecer con esta mamá feminista e intelectual?

-VU: Era una mamá distinta. Lo terrible era que teníamos una casa enana y ella tenía tapadas todas las paredes con puras obras de Eugenio Dittborn que eran atroces, con presidiarias o virutillas, me acuerdo. Entonces llegaban mis compañeras de curso y yo tenía una estrategia: les decía “mi mamá es súper intelectual, yo les voy a explicar estos cuadros”, y quedaban desconcertadas pero con mucho respeto. Que estuviera separada era raro en esa época también.

-¿Te costó la maternidad? No calzabas mucho con las mujeres de tu entorno en esa época...

-AV: ¡Es que yo calzaba con todo lo típico de las mujeres de esa época! Me casé a los 21 años, tenía un marido lindísimo, tuve tres niñitas, estaba trabajando en la universidad... y de repente el mundo se me desarmó. Me di cuenta que era como haber vivido siempre en este mundo y después darse cuenta que hay otro y que en el otro estaba lo más auténticamente mío. Y de repente, me cambié a ese, simplemente. Y ahí se nos acabó el matrimonio, a los 30 años.

-VU: ¿Tan joven te separaste?

-AV: Sí. Me di cuenta que no iba a poder seguir haciendo esa vida y que nadie tenía la culpa. Mi mamá siempre pensaba que, en relación con el modelo vigente, yo era un poco loca. A lo mejor era cierto. Pero me doy cuenta cuando veo mis hijas, a mis sobrinas, que el modelo era el de la generación siguiente.

-Dijiste una vez que te escondías a leer a las feministas gringas como quien lee porno...

-AV: (Ríe). Es verdad eso. Porque no era intelectualmente muy prestigioso. Recuerdo cuando fui a conversar con la Diamela (Eltit), con la Lotty Rosenfeld, y decíamos ¿tú crees que esto de las mujeres tiene futuro? ¡Yo sí creo! Y siento que tiene futuro ahora porque está muy desgastada la mecánica de la guerra. Yo siempre he estado en la parte más académica del feminismo que de las marchas. No me gusta la violencia, ni descalificar: que todos los hombres son así, o que todas las mujeres son asá. Eso me parece que son estupideces. Pero lo que sí creo con toda mi alma es que las mujeres han tenido muy pocas oportunidades y que desde que somos ciudadanas trabajamos igual que los hombres, tenemos los mismos derechos políticos, y nos pagan menos por el mismo trabajo y nos tratan de mijita hasta mi edad. Yo digo ¿qué edad hay que cumplir para que un señor no me trate de mijita a mí?

-VU: Ese modo de convivencia, de hacer política, de solucionar problemas -que es mucho más competitivo, mucho más egótico- se agotó,

-AV: ¿Por qué uno tiene que ganar todo el tiempo? Yo estaba tan desesperada con la situación social y la pandemia, que me tiré yo misma las cartas del Tarot, y salía horrendo: el demonio, la oscuridad, la luna, las cosas ocultas... y hacia el futuro me salió la emperatriz, que es una figura súper armónica, simétrica. Es una mujer, es luminosa y acogedora, pero poderosa. Tiene que haber en el futuro un poder que sea acogedor, que no eche a nadie para fuera, que no crea que yo esté aquí te quita el lugar a ti... A mi edad estoy trabajando mucho más con las emociones.

-VU: Somos una buena mezcla de emociones y cabeza las dos. A tu pregunta de cómo era crecer con una mujer tan fuerte intelectualmente, lo que salva a mi mamá es que está súper conectada con la afectividad. Ella siempre estaba leyendo, pero estábamos en su cama y ella nos rascaba. Lo otro es que es como muy animal: no le puedes hablar si tiene hambre. Al contrario, tienes que pasarle unas galletas. Esas cosas te sacan de lo intelectual.

-AV: Yo encontraba que los hijos de la gente destacada, muchas veces son apequeñados. ¿Sabes cual es el problema? Que una persona muy destacada en la casa te respira todo el aire y te deja una alternativa muy mala: o ser igual, o competir, o ser nadie y ser contrario. Entonces yo dije: lo que tengo que hacer es no ser respirona.

-VU: Eso era increíble, pero tiene que ver también con su carácter, y yo lo heredé: era muy cariñosa pero nos dejaba un montón de espacio. Nunca estaba preguntando ¿hiciste las tareas, a quién vas a invitar, quién es el papá de esta niñita? ¡Nunca!

Planeta Twitter

Madre e hija son asiduas tuiteras. Adriana tiene más de 54 mil posteos y casi 10 mil seguidores. Verónica 24 mil tuits y más de 6 mil followers. La primera llevó a la segunda a la red social, y aunque Verónica al principio lo encontró “aterrador”, ahora trató de desconectarse -porque sus hijos se lo pidieron- y no lo logró: le hacía falta la plataforma para estar actualizada.

Adriana toma la palabra: “Soy una señorona. Mírame sentada en cualquier café: no cualquiera se me acerca. Las afinidades que yo puedo tener -literarias, musicales, etc.- no son con la gente que se parece a mí, esa gente generalmente me latea. Entonces el Twitter es como una manera que tú tiras una cosita, como una botella en el mar, y de repente alguien lo recoge. Y le gusta lo mismo que a ti”.

-Pero es una red social bien odiosa también... ¿has tenido haters?

-AV: Si la gente garabatea, -y no es un buen garabato, porque hay veces que bien puesto es genial- yo bloqueo. No estoy para que una persona con la que yo no hablaría en la calle me tire un camión Tolva. Porque además no son ideas, son una especie de vómito.

-Tuiteas mucho de tu estado de ánimo: ¿es una forma de liberarte, o de que te consuelen?

-VU: ¡Le carga que la consuelen!

-AV: Yo creo que la parte de decir que uno no es súper persona, que uno está tan sujeta como otra a vaivenes, ayuda a que la gente no se sienta sola.

-¿Cuánto bajón has tenido este año en pandemia?

-AV: Mira, una persona que escribe está muy acostumbrada a estar sola, y a mí me encanta. Más encima vivir con mi nieto es lo mejor que me puede pasar. Y he tenido mucho que trabajar...

-VU: De repente te costó harto...

-AV: He estado de un humor muy cambiante.

-¿Qué es lo que te preocupa?

-AV: Lo que me da miedo, es estar muy vieja y no estar a la altura.

-¿A la altura de qué?

-AV: De lo que tengo que rendir. ¡Porque soy la primera mujer que dirige el Instituto y la Academia y lo quiero hacer bien! Quiero dejar la vara alta.

El tinto de la muerte

-Las dos participan en el Proyecto Mokita que invita a reflexionar sobre la muerte. ¿Tienen miedo a morir?

-VU: Yo llegué por ti porque yo estaba haciendo el Fondecyt sobre el autonomía final de la vida y me conectaste con esto.

-AV: A mí me gustó ese proyecto porque me ha tocado acompañar a personas a morir, y encuentro que uno aprende. ¿Qué cosa? No te sabría decir. Pero de que sé, sé. Entonces pensé qué bonito poder hablar con otra gente, porque si yo le digo a la Verónica, “quiero pensar en la muerte”, la pobre va pensar “¡Qué hago con mi mamá, le pasa algo!”.

-VU: Mi mamá me mandó unas instrucciones en forma de poema...

-¿Para cuando muera?

-VU: Claro, así como “no me enchufen a una máquina”, y cosas de ese tipo. ¡Pero todo en poema! Entonces yo le dije: “Mamá, ¿te importaría hacerlo ante notario de una forma un poquito más clara? Podemos tener un pequeño problema de interpretación con mis hermanas”. (Ríen)

-¿Cómo son estas reuniones de Mokita?

-AV: Ahora son virtuales. Pero yo fui, por ejemplo, a una en Ñuñoa en un restaurant, tomando vino con 12 personas que yo no había visto nunca. Cada uno dice quién es y por qué llegó ahí y se arman unas conversas que no te imaginas.

-VU: Este es un proyecto que surge en Inglaterra y ellos le pusieron Death café y nosotros encontrábamos que el café era muy fome y que en Chile tenía que ser con vino tinto, entonces acá es “el tinto de la muerte”. Al final no se habla de la muerte, se habla de la vida.

-AV: Sí claro, porque cuando te toca acompañar a alguien que se va a morir, no hay nada más intenso que esos días en que todavía tienes a la persona delante. Al menos cuando me pasó, yo dije “hay que vivir cada día como si fuera el último”. Si yo estuviera en el último día de mi vida, ¿estaría dando esta entrevista?

-¿Qué harían si este fuera su último día?

-AV: Si fuera mi último día trataría de ordenar esos horrores de papeles que yo..

-VU: ¿En serio harías eso?

-AV: Sí, lo que debería hacer es sacar todo para que lo tiraran al crematorio junto conmigo porque el horror mío es que encuentren algún papel...

-VU: ¿Papeles que no quieres que leamos?

-AV: Sí. Y ni siquiera sé dónde están, así que seguro que los van a encontrar. No me voy a poder morir tranquila hasta que no los boten todos.

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