En una reciente columna en el medio WSJ (Wall Street Journal), se afirma que “no toda organización necesita una estrategia de IA” y que incluso algunas empresas avanzan en el uso de inteligencia artificial sin declararla como estratégica. Este enfoque, aunque provocador, omite una dimensión esencial del valor organizacional: el largo plazo.
Sostener que una organización puede generar valor sin una estrategia de IA es cierto en algunos contextos puntuales. Sin embargo, esto no invalida la necesidad de una hoja de ruta que ordene, priorice y alinee las iniciativas de IA con la misión, visión y capacidades de una empresa. Una estrategia de IA no es sinónimo de ejecución inmediata. Es una brújula. Es saber cuándo avanzar, dónde probar, qué capacidades desarrollar y, muy especialmente, cuándo no hacer nada.
Hemos visto en diversas industrias y países que organizaciones que, sin haber desplegado aún algoritmos productivos, ya están generando valor. ¿Cómo? Diseñando una arquitectura de datos robusta, promoviendo una cultura de alfabetización digital, desarrollando pilotos que permitan aprender sin comprometer operaciones, y definiendo principios éticos y gobernanza para una futura implementación. Todo eso forma parte de una estrategia.
Más aún, una organización que decide no tener una estrategia de IA está renunciando a anticipar los efectos que esta tecnología puede tener sobre sus procesos, su industria y sus clientes. Es una renuncia peligrosa. La IA no solo es una herramienta técnica, es una fuerza transformadora que reconfigura modelos de negocios, relaciones con usuarios y formas de competir.
El valor de una estrategia no está en ejecutarla de inmediato, sino en construir capacidades para actuar con oportunidad cuando las condiciones lo permitan. Una organización sin estrategia puede avanzar con suerte o intuición, pero no con sostenibilidad. Y como también se ha documentado en experiencias globales, aplicar IA sin claridad ni alineamiento genera más fracasos que beneficios.
Por eso, toda organización debería tener una estrategia de IA. Esta puede ser modesta, gradual, adaptativa, pero debe existir. Pensar estratégicamente no es una moda: es prepararse para un mundo donde no hacer nada también es una decisión que debe tener fundamentos.
Es importante también desmitificar la idea de que declarar una estrategia implica burocracia o lentitud. Las estrategias más efectivas que hemos observado no son manuales de cientos de páginas ni listas de promesas tecnológicas, sino marcos de decisión ágiles que permiten a las organizaciones responder con claridad a nuevas oportunidades, mitigar riesgos y aprender de manera continua. La estrategia de IA, entonces, es más una arquitectura de decisiones que un plan rígido de implementación.
Las organizaciones que hoy no piensan estratégicamente en IA están en riesgo de que otros actores de su entorno –proveedores, competidores, startups– avancen más rápido. Lo que hoy puede representar una ventaja en el futuro no lejano, será un requisito para sobrevivir. En un entorno cambiante, no tener estrategia no es neutral. Es exponerse a ser dirigido por la agenda de otros. Y ese, precisamente, es el costo de no pensar la IA como parte del futuro organizacional.