Innovación y Startups

El “desbalance” entre los emprendedores de impacto y los inversionistas

Expertos del ecosistema local coinciden en que el principal desafío de las startups de innovación social en Chile tiene que ver con un tema cultural y una escasa oferta de fondos de inversión.

Por: Álvaro Vergara | Publicado: Lunes 8 de febrero de 2021 a las 04:00 hrs.
  • T+
  • T-
Francisco Rojas y Julián Marín fundadores de Hobe.
Francisco Rojas y Julián Marín fundadores de Hobe.

Compartir

La última versión del ranking global que realiza la fundación Thomson Reuters sobre los países donde resulta más fácil ser emprendedor social, ubica a Chile en el décimo lugar, siendo el único país de Latinoamérica que está en el top ten.

Sin embargo, los actores del ecosistema local de triple impacto tienen una mirada algo distinta.

Julián Marín, CCO y cofundador de Hobe, startup dedicada a habilitar dormitorios al interior de contenedores para personas en situación de calle y personal de salud, reconoce que si bien el ecosistema local de innovación social lleva un par de años de desarrollo, actualmente hay un “desbalance” entre el rápido crecimiento que han tenido los emprendedores de impacto y la velocidad a la que se han ido adaptando los inversionistas.

Imagen foto_00000007

Imagen foto_00000009
Tadashi Takaoka gerente general de Socialab. Nicolás López fundador de Justo. Michel Compagnon fundador y gerente general de Atando Cabos. Josefa Monge presidenta Sistema B Chile.

Marín señala que de parte de las instituciones públicas hay un buen apoyo para etapas iniciales de los emprendimientos, pero aún hay una gran cantidad de instituciones y fondos de inversión de riesgo que no tienen en sus líneas el impacto. “La mayor parte de los inversionistas todavía no ha sabido adaptarse y abrir su abanico a propuestas diferentes que también pueden tener buenos resultados financieros”, afirma.

En el mercado de inversión de venture capital (VC) chileno, un capital semilla -para etapas tempranas- puede ir desde los US$ 40 mil a US$ 200 mil, y las rondas de serie A -para etapas de crecimiento- promedian US$ 1 millón, mientras que en Estados Unidos un capital semilla “puede alcanzar fácilmente los US$ 5 millones”, comenta Tadashi Takaoka, gerente general de Socialab.

Por eso, el CCO de Hobe asegura que “la traba” aparece cuando la innovación social quiere escalar y necesita montos de inversión superiores a los que pueden dar los subsidios estatales.

“Ahí son muchos los emprendedores de impacto que tienen que ‘luchar’ por una oferta de financiamiento que se hace escasa, y se ven obligados a buscar fondos fuera del país”, destaca.

Nicolás López, fundador de Justo -startup que ofrece un sistema de e-commerce completo y personalizado para restaurantes y otras tiendas-, concuerda: dice que los fondos de venture capital chilenos “están muy al debe” en comparación con lo que ocurre en el extranjero.

“En muchos casos los inversionistas de acá buscan comprar el mayor porcentaje posible de las empresas y al menor costo posible, desmotivando a los fundadores y provocando que las startups mueran finalmente”, dice el emprendedor.

Y añade: “Los fondos internacionales no compran más de un 20% de participación, entregan mucho más capital y lo hacen bajo un modelo de nota convertible -préstamo a corto plazo que se convierte en participación accionaria-, lo que es mucho más eficiente y permite cerrar los negocios rápidamente”.

Los expertos creen que se requiere una cadena de escalamiento y financiamiento que vaya apoyando a los emprendedores de impacto, y en ese sentido, la presidenta de Sistema B Chile, Josefa Monge, le entrega otra parte de la responsabilidad al sector público.

“Como el comprador más grande que puede tener un país, el Estado debería tener una política de compras públicas sostenibles. No le debería dar lo mismo cómo se desarrollan los productos que compra, sino que debería considerar cuáles fueron las condiciones laborales o el trato con los proveedores, entre otros factores, debe dar el ejemplo en ese sentido”, afirma.

Cambio cultural

Cerca de 8.000 proyectos postulan a financiamiento de Corfo al año, y hasta 2018 sólo un 25% de ellos tenía impacto social o medioambiental.

En ese contexto, Takaoka observa que en Chile de a poco se ha empezado a entender que ya no da lo mismo si una empresa “destruye” más que el valor que construye. Sin embargo, “aún es un tema bastante nuevo en el país”, dice, ya que todavía no hay muchos casos de éxito en ese sentido y el ecosistema financiero no ha terminado de entender el potencial de estos nuevos negocios.

“Todavía hay un tema cultural que cambiar; se sigue pensando que esto es ‘filantropía ambiental’ o que las startups de este tipo somos ‘hippies dedicados al medioambiente’”, critica Michel Compagnon, fundador y gerente general de Atando Cabos, startup dedicada a combatir la contaminación por plástico en las playas y ríos de la Patagonia. Añade: “Hay que entender que esto es una nueva forma de hacer negocios, donde, además del impacto económico, también buscamos aportar a la comunidad y al medioambiente”.

Lo que viene

“Las empresas de triple impacto necesitan diferenciarse y tener un trato distinto desde el mundo financiero”, sostiene Monge.

En esa línea, destaca la norma que dictó la Superintendencia de Pensiones hace un par de semanas obligando a las AFP a reportar a sus afiliados cómo están evaluando los riesgos climáticos, ambientales, sociales y de gobierno corporativo, los denominados “factores ASG”.

“Es algo que también se viene dando con inversionistas internacionales como BlackRock, por ejemplo, que recientemente anunció que dejará de invertir en las empresas que no tengan propósito ni un plan concreto frente al cambio climático”, dice, explicando que cambios de ese tipo generarán una mayor demanda por estas empresas.

El gerente general de Socialab cuenta que también se han comenzado a formar bancos éticos -como Triodos Bank en Holanda- que cuando evalúan a las empresas para otorgar préstamos les pide presentar un plan de impacto social y medioambiental. “De no tenerlo, no las financia”, destaca.

Asimismo, hace un par de años, en Chile empezaron a aparecer fondos de inversión dedicados al triple impacto, como es el caso del Fondo de Innovación Social (FIS). “Hoy tenemos tres en el país, y son fondos que buscan no sólo el crecimiento económico, sino también que se demuestre un impacto social”, dice Takaoka.

Asimismo, algunos family offices han apostado por invertir en este tipo de startups, pero de manera más “silenciosa”.

“Saben el enorme valor y talento que hay en el país con ganas de crear empresas que generen impacto positivo”, dice el fundador de Hobe, por lo que, afirma, “tienen algo que decir en esto, representan a grandes empresarios del país y tienen que tomar la iniciativa”.

López, por su parte, proyecta que cada vez más fondos extranjeros llegarán a invertir en innovación social en Chile, por lo que los inversionistas locales tendrán que adaptarse “o comenzarán a perder terreno, talento y grandes oportunidades de negocio”, ya que las startups preferirán acuerdos donde no se les quiten la mayor parte de su participación en sus empresas.

“Las empresas de innovación social tienen la ventaja de que son muy buenas en atraer talento. Y si a eso se suma una capacidad para atraer a los clientes e inversionistas, que es lo que está empezando a pasar, veremos cada vez más startups de triple impacto y un ecosistema más maduro en Chile”, prevé la presidenta de Sistema B.

Lo más leído