Nuevo caso de colusión: Lecciones aprendidas y deudas pendientes
José Antonio Garcés Past–president USEC
- T+
- T-
En medio de tantos encuentros, conferencias y seminarios en los que se ha reflexionado sobre la confianza, cómo ésta se pierde rápidamente y cuánto nos cuesta recuperarla,nos ha remecido el destape de un nuevo caso de colusión. Los detalles que hemos conocido de esta investigación llevada a cabo por la Fiscalía Nacional Económica, no aportan explicaciones por ahora que permitan comprender cómo fue posible sostener por casi 11 años, una práctica que atenta contra la libre y sana competencia. Esta se desarrolló en paralelo al destape de otros casos de colusión y malas prácticas, como el caso farmacias y pollos, que también fueron de alta connotación social, dado que implicaban productos de consumo masivo, imprescindibles para cualquier familia de nuestro país. Es decir, ya existía conciencia de que este tipo de prácticas son reprochables moralmente, además de constituir delito.
Consideramos una buena señal que el líder de una de las dos empresas investigadas, CMPC, haya dado la cara con prontitud, aclarando con detalle cómo se sucedieron los hechos y las medidas que la compañía fue tomando una vez que descubrieron lo que ocurría, no sólo en su filial chilena, sino también en otros países de la región. Pero lo más rescatable es que ha reconocido este episodio como algo inaceptable, ha asumido la responsabilidad de la compañía, además de pedir perdón a los clientes, colaboradores, accionistas y a toda la comunidad afectada. Pensamos que esta actitud refleja importantes lecciones que han dejado casos similares en el pasado reciente.
Sin embargo, todavía hay deudas pendientes. Se hace necesaria una profunda reflexión, sobre todo a quienes ocupamos posiciones en el gobierno corporativo de las empresas. Especialmente, respecto a la brecha que a veces existe entre la misión y valores de una compañía, con aquello que realmente cuenta y se mide al interior de éstas. Es que el buen comportamiento y la ética, no pueden seguir siendo vistos como “competencias blandas” o de un valor secundario a la excelencia técnica. Al final del día, cada decisión de negocios es atribuible a personas concretas, las que más allá de las políticas pre establecidas, siempre tendrán la opción de elegir bien o mal, puesto que son libres y moralmente responsables. Surge la inquietud acerca de la presión que tienen los ejecutivos por entregar resultados y metas que cada año son más exigentes. Surge también la pregunta acerca de cómo están puestos los incentivos y qué se prioriza a nivel de gobierno corporativo. ¿Está el foco puesto en los resultados principalmente, o hay preocupación genuina por atender el proceso y sobre todo, a las personas involucradas con el proceso necesario para obtener dichas metas? Me parece que esta necesaria reflexión debe ser imperiosamente abordada por todos nosotros, ya que implica mirar de frente a las causas que influyen más directa que indirectamente, en estas malas decisiones.
Es fundamental hacerlo, ya que lo que está en juego es no sólo la legitimidad de un modelo de mercado que ha probado ser muy beneficioso y que necesita de la confianza entre los actores que operan en éste para funcionar adecuadamente. Lo que está en juego es nuestra visión de la persona humana. ¿Somos un
“homus econnomicus” que sólo busca maximizar su propio beneficio, sin capacidad de autorregulación? O bien somos personas, en el sentido integral de la palabra, con conciencia de que pertenecemos a una comunidad que florece con el aporte de cada cual. Está en juego también, el valor que asignamos a la libertad, contrastado con la justicia. Enfoquémonos en lo esencial. En recuperar la identidad de nuestras empresas y en la vivencia de los valores declarados. Solo así tendremos equipos alineados en torno a un propósito de bien común. Estas son las materias a las que debiésemos dar prioridad en el gobierno corporativo de nuestras organizaciones.