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Columnistas

Alegría

Por Padre Raúl Hasbún

Por: Equipo DF

Publicado: Viernes 8 de agosto de 2014 a las 05:00 hrs.

Quienes codifican y abogan por los derechos humanos (vida, libertad, trabajo, propiedad, salud, educación), han silenciado y desprotegido el derecho a la alegría. Sorprendente omisión. Compartida por los celosos tutores y juzgadores de los deberes humanos. Los primeros, parecen no haberse dado cuenta de que el titular de un derecho no quiere trabajar, comer, estudiar, medicarse ni vivir, si no tiene alegría. Los segundos, parecen ignorar que la naturaleza humana está configurada para aceptar los rigores y superar los inconvenientes anexos al deber, en la medida en que ello sea el precio-peaje de la alegría. De ahí la nada sorprendente coincidencia entre unos y otros: se les suele ver indignados o deprimidos, atormentados o cariacontecidos.

La alegría es el reposo o satisfacción de un apetito en el bien que le es propio. El bien que el ser racional apetece como propio es doble: la Verdad y el Amor. De ahí que los principales enemigos de la alegría sean las agresiones que el hombre comete o consiente contra la Verdad y contra el Amor.

A la Verdad se la agrede con la mentira, con la soberbia, con la envidia y con la depresión. En estas cuatro figuras el hombre traiciona su vocación de ser el que es, y no otro. El principal nombre bíblico de Dios en el Antiguo Testamento es Yahwé: “Soy el que soy”. El hombre, imagen y semejanza de Dios, sólo encuentra alegría en ser el que es.

El primer agresor del Amor es el odio. Quien no tiene voluntad de perdonar y olvidar se autocondena a la tristeza. Perdonar es donar todo, para siempre. Y hay una amnesia divina, regocijante: dejar en el olvido las cadenas y los fantasmas del pasado.

La indiferencia es, no pocas veces, peor y más dolorosa que el odio. Traiciona la vocación relacional y solidaria del hombre, hecho para vivir con- en- y para los demás. Nadie goza más alegría que el que sale de si en un éxtasis de autodonación. El enclaustramiento en el Ego es ya un infierno en la tierra.

Más sutil, pero igualmente devastadora de la alegría, es la mediocridad: el prematuro contentarse con la mitad del don de sí. Esa otra mitad que no se dio a los demás permanece petrificada y envenena al mediocre. Sólo hay alegría en el don total.

Estas reflexiones son de naturaleza metafísica y observación antropológica. Valen igual para creyentes y no creyentes. Si algo tenemos en común los seres humanos, es la necesidad, derecho y deber de alegría. Si me piden una definición o una consigna del buen vivir humano, no dudaré en cifrarla así: yo quiero ser causa de alegría para todos los que me rodean.

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