La gran prueba que rinde Lavín
Aprobar la reforma educacional es determinante para consolidar el nuevo liderazgo que reconstruyó en Educación.
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Blanca Arthur
Completamente posicionado de su cargo de ministro de Educación, Joaquín Lavín se pasea por el Congreso entre un sinfín de reuniones, sabiendo que carga sobre sus hombros una tarea difícil, pero en la que está empeñado para sacar adelante como sea.
Parece mucho más entusiasmado que si fuera senador, e incluso da la impresión de que la derrota que hace un año auguraba el fin de su carrera política, no pudo resultarle más auspiciosa. En lugar de ser un parlamentario de la coalición oficialista -desde donde cuesta tener protagonismo- con su incorporación al gabinete reemergió al punto de transformarse en una de las figuras más destacadas del gobierno. Convertido en estos días en el principal protagonista de la reforma que el presidente Sebastián Piñera definió como la más emblemática de su gestión, Lavín no ha cesado en usar todas sus dotes políticas negociando con los parlamentarios de los distintos partidos, con la esperanza de lograr que sea aprobada este mes.
Tiene claro que enfrenta un escenario complejo, entre otras cosas por la resistencia que persiste en parte de la Concertación, donde no se ha llegado a un acuerdo, o por las crecientes presiones del Colegio de Profesores que pueden incidir precisamente en la posición de los parlamentarios.
Pero eso mismo lo ha impulsado a redoblar sus esfuerzos, entendiendo que está frente a la gran prueba para el liderazgo que decidió reconstruir como ministro, con un estilo completamente diferente a ese cosismo que él instauró hace más de una década.
La metamorfosis
Ha sorprendido en todos los sectores la especie de metamorfosis que ha experimentado Lavín desde que, inesperadamente, Piñera optara por ponerlo a la cabeza de la difícil cartera de Educación. En ese momento, no fueron pocos los que pronosticaron su sepultura política, e incluso quienes interpretaron que ésa podía ser la intención detrás de su nombramiento, el que frustró sus propias expectativas de asumir, desde Mideplan, la creación del Ministerio de Desarrollo Social para luchar contra la pobreza. Pero de pronto, un hecho fortuito como el terremoto, lo situó en la primera línea, cuando logró cumplir la meta presidencial de que más de un millón de escolares retornaran a clases en un plazo de 45 días.
La capacidad de reacción que mostró para encarar la emergencia lo encumbró en las encuestas al punto de alcanzar cerca de un 80% de aprobación, pero él mismo entendió que el desafío como ministro de Educación excedía a la capacidad de eficiencia que exhibió frente a una situación excepcional.
En su círculo cuentan que si bien ello fue un estímulo, de inmediato entendió que debía tratar de apostar ese capital político a realizar cambios enfocados a mejorar la calidad de educación en el país, tarea que él mismo destacó como aquella a la que se abocaría cuando fue nominado.
En esa línea fue planteando numerosas medidas, como la creación de liceos de excelencia, los estímulos para estudiar pedagogía creando la beca Vocación de Profesor, o metas como subir en 10 puntos los puntajes del SIMCE.
Con sus reconocidas dotes comunicacionales, progresivamente fue instalando el tema educacional como la gran prioridad del gobierno, sin perjuicio de que afloraran ideas que recordaban su estilo, como los semáforos SIMCE que con tres luces informa a las familias de la calidad de los establecimientos en que estudian sus hijos -u otras que generaban incertidumbre acerca de si estaba decidido a enfrentar los temas de fondo.
El paso audaz
Esas dudas comenzaron a disiparse, sin embargo, cuando más allá de medidas de impacto público, Lavín no titubeó en destacar que cualquier cambio importante en educación, requería la modificación de la estructura de la carrera docente.
Ese fue el gran paso que dio cuenta de su metamorfosis, considerando que era una propuesta que lo enfrentaría a dificultades especialmente por la resistencia del Colegio de Profesores, con todo lo que eso implicaba para que fuera acogida por los parlamentarios de la Concertación.
Pese a tener claro que no necesariamente los cambios al Estatuto Docente serían populares, ni que exhibirían resultados en un corto plazo, decidió apostar a ellos, con el supuesto que era lo que podía distinguir su gestión.
Con esta faceta de Lavín-ministro, más que la de Lavín-candidato, fue encontrando un fuerte respaldo de Piñera a sus propuestas, al punto que entre los asesores presidenciales que no comulgaban con su estilo- comentan casi incrédulos, pero satisfechos, la transformación que experimentó desde su cargo en el gabinete.
La creciente cercanía entre ambos fue un elemento determinante para que, a la hora de poner en la agenda del año 2011 el tema de las reformas estructurales, la opción presidencial fuera priorizar la Educación.
En ese contexto, Piñera acordó con Lavín que todo el conjunto de medidas anunciadas durante el año de las cuales muchas tenían acogida- eran suficientes como para conformar una gran propuesta de reforma educacional, la que fue anunciada incluso por cadena nacional a fines del mes de noviembre, como una gran revolución, e ingresada luego al Congreso con trámite de urgencia.
Muñeca política
La parafernalia que rodeó al anuncio fue el primer obstáculo que debió enfrentar el ministro al comenzar a rendir su prueba con la oposición, la que le encaró que muchas de las medidas no eran nuevas, sino que habían sido planteadas desde los gobiernos de la Concertación, como la subvención preferencial que se aumentaba- o la prueba para los egresados de pedagogía, que de ser voluntaria, se transformaba en obligatoria.
Poco le importó a Lavín reconocerlo, e incluso decir que más que una revolución era una evolución de medidas anteriores, si ello le allanaba el camino a que se aprobara la propuesta que sí era de este gobierno, como el cambio a la estructura del Estatuto Docente.
Consciente de que ésta era la más trascendente que implicaba, entre otras medidas, nominar a los directores a través de una Alta Dirección Pública Pedagógica, que los sueldos de los profesores mejoren por su desempeño, no por antigüedad, pero además que los directores puedan echar al 5% de éstos al año- Lavín se mostró dispuesto a ceder lo que fuera necesario, a cambio de lograr su aprobación.
Fue lo que consiguió en la Cámara de Diputados, donde tras acceder a incorporar una serie de indicaciones opositoras, la sacó adelante con el respaldo de parlamentarios de la Concertación. Lo relevante, en todo caso, en ese primer trámite, es que no sólo se aprobó la idea de legislar con votos de la oposición, sino también 60 de los 61 artículos de la iniciativa, incluido el relativo al Estatuto Docente, que incluso apoyaron algunos radicales.
Este triunfo, sin embargo, no era garantía de un trámite expedito en el Senado, menos después de que la Concertación acordara actuar como bloque, aunque sin contar con un acuerdo, básicamente por el endurecimiento de algunos socialistas, partido que no puede aparecer distante de las demandas de los profesores, o de aquellos que consideran que la reforma puede ser el comienzo del fin de la educación pública.
Con el ineludible componente ideológico, que reconocen los propios parlamentarios de la oposición, muchos de los cuales tampoco ocultan que electoralmente les complica aparecer del lado de la derecha confrontando a los profesores, ni menos entregándole un triunfo a Lavín, la tarea para éste parece más complicada.
Pero con ese optimismo intrínseco que lo caracteriza, el ministro cree que finalmente conseguirá su propósito, sobre todo después de que se allanara a establecer un acuerdo marco con la Concertación, el que además de la reforma actual, incorpore aquella pendiente de los tiempos de Bachelet, que está radicada en el Congreso.
En estas horas febriles de negociaciones, Lavin dará tregua a sus esfuerzos de persuasión a los parlamentarios concertacionistas que intentan aunar criterios.
Es que sabe que si tiene éxito en la prueba que está rindiendo, ésta puede darle una oportunidad que hace un año escapaba a cualquier cálculo.