La mayor parte de los estadounidenses nunca ha oído hablar de la Oficina de la Deuda Pública pero esta repartición, que funciona dentro del Departamento del Tesoro, al lado de la Casa Blanca, es crucial para mantener a flote al país en el siglo XXI. En un ritual casi diario, realiza subastas de títulos del Tesoro para recaudar decenas de miles de millones de dólares que se necesitan para financiar el gobierno federal y pagar el servicio de la creciente deuda pública.
“Es atemorizante. La gente no entiende realmente lo que pasa porque la mente humana no puede asimilar la magnitud de las sumas de las que se está hablando”, comentó James Risch, un senador republicano por Idaho, tras ser testigo de una de estas subastas durante la visita de varios legisladores a la Oficina de la Deuda Pública.
Risch no es un novato. Ha sido gobernador y ocupó una serie de altos puestos en su estado antes de ser elegido para el Senado de EEUU en 2008. Sin embargo, sus opiniones sobre la deuda coinciden con la opinión generalizada en la política estadounidense, cada vez más obsesionada con reducir el tamaño del gobierno y controlar el déficit presupuestario.
Los republicanos presionan sin cesar por estas metas, pidiendo recortes en los gastos a cambio de aprobar medidas presupuestarias en el Congreso. Para elevar el techo de la deuda en los próximos meses, de modo que el Tesoro pueda pedir el dinero que el gobierno ya gastó, los republicanos quieren reducciones en el gasto por “billones de dólares”.
Barack Obama sigue siendo una figura relativamente popular, consideran que asumió con la tarea gigantesca de sanear la economía tras el casi colapso de la crisis financiera de 2008. Sin embargo, en los últimos 18 meses, los republicanos vienen en ascenso, impulsados por la inquietud popular ante la ambiciosa agenda de los primeros años de Obama, la ansiedad sobre la economía y la creciente preocupación por el déficit de presupuesto. En noviembre pasado, el partido ganó las elecciones, quitándole a los demócratas su mayoría en la Cámara de Representantes y restringiendo la capacidad de Obama de hacer avanzar nuevos programas.
Los republicanos recién elegidos llegaron a Washington prometiendo destrozar los logros legislativos del presidente, especialmente en cuanto a las reformas del sistema de salud. En los últimos tiempos, los republicanos de la cámara baja disputaron abiertamente sobre modificaciones radicales al gasto en salud, pero lo más incómodo para ellos ha sido la búsqueda de un candidato que compita con Obama. El partido tiene dificultades para encontrar una figura ganadora que pueda articular y llevar adelante su programa. La preocupación por esta carencia alimentó una explosión de energía en la política conservadora que es evidente en todas partes, desde la presencia ampliada de los republicanos en el Congreso, tras su triunfo de noviembre, a la proliferación de activistas de base bajo el estandarte del Tea Party, que cuenta con el incansable apoyo de Fox News -de lejos, el canal de noticias más popular entre los de cable.
Con respecto a las asociaciones políticas, Edwin Feulner, presidente de la Heritage Foundation, un importante think-tank conservador, dijo que el número de miembros pasó de 280.000 a 710.000 en los últimos años. La mayor parte de estos miembros adicionales se incorporó durante la presidencia de Obama, pero la revuelta conservadora comenzó en la administración republicana de su predecesor, George W. Bush, por la indignación causada por sus laxas políticas fiscales.
Además, los activistas conservadores tienen dinero. Algunos de los más ricos operan en nuevos grupos que recaudan fondos por fuera del partido, y pueden gastar en los candidatos que elijan.
Los conservadores venden agresivamente su idea de un gobierno más chico, con recortes en bienestar social y salud, mientras Obama propone una especie de chaleco de fuerza fiscal a partir de 2015 si la reducción del déficit no cumple metas específicas. Y sobre todo este debate pende la amenaza de otra crisis financiera en EEUU. Si inversionistas como China, por ejemplo, se negaran a tomar parte en las subastas de la Oficina de la Deuda Pública, las tasas de interés subirían abruptamente.
El terreno político rara vez ha sido más fértil para los que quieren reducir el presupuesto. El déficit que la Casa Blanca pronostica para este año fiscal es de US$ 1,65 billones. Por cada dólar que gasta, EEUU debe pedir prestados 42 centavos. Hasta ahora, la indignación por la deuda ha servido para lograr votos. Las elecciones parlamentarias de 2010, que los republicanos ganaron claramente, representó una divisoria de aguas para el movimiento conservador. “Fue la primera elección que recuerdo en la que la gente votó realmente preocupada por el déficit y el gasto”, comentó Vin Weber, un consultor que fue congresista republicano.
También hay guerra abierta entre los senadores republicanos que tratan de alcanzar posiciones de compromiso con los demócratas en el tema del déficit y Grover Norquist, el poderoso titular de Americans for Tax Reform.
El senador republicano Tom Coburn respaldó un plan para eliminar un alivio impositivo para las compañías que mezclan etanol con la gasolina que representa
US$ 5.000 millones anuales. Pero Norquist y otros activistas anti-impuestos dijeron que era inaceptable. Para ellos, decisiones como eliminar los subsidios al uso del etanol, que pueden aumentar la recaudación, equivalen a aumentos de facto en los impuestos y deben compensarse con recortes comparables. Coburn, furioso, respondió diciendo que Norquist era “el clérigo jefe de la sharia impositiva”. Este comentario tiene un tono desagradable porque la mujer de Norquist es una palestina musulmana.
Pasarán meses antes de que el Partido Republicano encuentre un candidato, y durante ese tiempo la posición del presidente podría declinar si la economía se debilita. Pero los potenciales participantes no son fuertes. Algunos republicanos conceden, en privado, que es improbable que obtengan la Casa Blanca y se conformarían con el Senado.