El rey ha muerto; larga vida a la reina. Dominique Strauss-Kahn, el francés ex director gerente del Fondo Monetario Internacional, no había renunciado aún cuando los europeos comenzaron a unirse alrededor de Christine Lagarde, la ministra de Finanzas de Francia, como su sucesora. Se han ido promesas pasadas de una selección abierta. Los europeos insisten en el principio de que hay que mantener lo que se tiene. El antiguo régimen sobrevive.
Lagarde es una candidata perfectamente respetable. Es francesa, casi un requisito, parece a menudo, para ser la cabeza europea de una institución internacional. Es una mujer, sin duda una ventaja, más aún cuando su predecesor enfrenta cargos por intento de violación. Fue presidenta de Baker & McKenzie, una famosa firma legal estadounidense, y habla inglés de forma fluida. Es una persona extremadamente agradable y admirable. Pero no es una candidata perfecta: su economía es limitada. Si se convirtiera en la directora de la organización tendría que depender de la asesoría de quienes la rodean. Si obtuviera el trabajo, sería esencial que quien reemplace a John Lipsky, subdirector gerente, quien dejará el cargo en agosto, sea un economista de primer nivel.
Escribo como si ella fuera a obtener el trabajo. Estoy muy seguro de que así será. Hasta hoy, la Unión Europea aún posee 32% de los votos y Estados Unidos otro 16,7%. Si este país la apoya, como sospecho que sucederá, los europeos no tendrán dificultades para obtener votos adicionales de países que le sean dependientes. ¿Por qué EEUU habría de apoyar a los europeos otra vez? Una razón es que EEUU no ha olvidado el antiguo acuerdo, que le da una llave permanente a la presidencia del Banco Mundial. De hecho, los estadounidenses probablemente se digan a sí mismos que las posibilidades de obtener dinero del Congreso para programas del Banco Mundial (sobre todo su brazo de préstamos blandos, la Asociación de Desarrollo Internacional) es cercana a cero si el presidente del banco no es estadounidense.
Para ser justo con los europeos, la transformación del FMI en el transcurso de la actual crisis hasta lo que es en los hechos un fondo monetario europeo, da un urgencia entendible a su deseo de control sobre una institución que ha jugado un rol catalizador vital en la respuesta a la crisis no sólo en la periferia occidental y oriental de Europa, sino dentro de la eurozona misma. A partir de abril de 2011, 79,5% de los créditos vigentes del FMI están en países europeos.
La respuesta de los críticos de Europa es de condena energética: ¿alguien pensó, se preguntan, que el director del FMI debía ser asiático para lidiar con la crisis asiática de fines de los ‘90, o un latinoamericano para lidiar con la crisis en ese continente en los ‘80 o ‘90? Por supuesto que no. Entonces ¿por qué se necesita a un europeo para limpiar el desastre europeo? La afirmación tradicional de los países avanzados era que sus nacionales debían operar las organizaciones internacionales, porque son relativamente competentes. El desorden europeo actual, notan los críticos, refuta esta propuesta.
El argumento de los europeos es, en mi opinión, más fuerte de lo que admiten los críticos. La eurozona es una construcción muy especial (y, en mi opinión, bastante peligrosa). Cuando el FMI le otorga créditos a Grecia, Irlanda o Portugal, afecta directamente a la estabilidad monetaria y financiera de todos los otros miembros de la eurozona. Es casi como si estuviera rescatando, digamos, a California, de un default inminente. Es, creo, entendible que los líderes de los países poderosos, como Alemania y Francia, quieran sentir confianza total en la administración de una institución que está realizando una función tan vital para sí mismos. De hecho, fue por esta razón que yo pensé inicialmente que el FMI no debía involucrarse en la eurozona: a la larga minaría la propia independencia del FMI.
Pese a que considero que este argumento europeo tiene algo de fuerza, no tiene la fuerza suficiente. El contraargumento es que es parte de los intereses europeos recibir asesoría imparcial e independiente del FMI. Eso, no lo pudo entregar Strauss-Kahn. Lagarde no será independiente tampoco. Pero alguien tendrá que hacer que los europeos reconozcan que casi con certeza se necesitará reestructurar la deuda y que, dado esto, sería mejor reparar los sistemas financieros directamente, en lugar de indirectamente a través de préstamos a gobiernos probablemente insolventes.
En resumen, entonces, no creo que el argumento para que el director del FMI sea europeo se base en la crisis actual. Entonces, uno debe reconocer las enormes ventajas en términos de la legitimidad y efectividad global, no sólo del FMI, sino de un orden institucional multilateral, de hacer la transición a una selección global abierta de un nuevo director gerente del Fondo. Hay que reconocer que el lugar en la economía mundial de los viejos países avanzados y de Europa, en particular, está cayendo rápidamente. Según las estadísticas del FMI, la participación de la Unión Europea en el Producto Interno Bruto global, en paridad de poder de compra, bajará de 25% en 2000 a 18% en 2015, una tasa de caída asombrosamente rápida. La Unión Europea sigue sobre representada en el FMI; incluso después del ajuste, el porcentaje de votos de Holanda es 1,76%, frente a 2,62% de India.
El mejor rumbo, creo, sería conformar un comité de investigación de alto nivel. Los candidatos también deberían proponer su prospecto para el futuro del FMI: hay muchos asuntos relevantes por delante, incluyendo la reforma monetaria global. Deberían escogerse entonces por los miembros en base al mérito.
El criterio usado debería, sin embargo, ser mucho más tecnocrático. Saber de economía es de hecho importante. También lo es habilidad política, firmeza y experiencia probadas como una autoridad de alto nivel exitosa. La persona escogida debería estar dispuesta a tomar los riesgos de los préstamos. En ese respecto, Strauss-Kahn sobresalía. No excluiría un europeo, como harían algunos que respeto. Pero ha llegado el tiempo de que los poderes incumbentes reconozcan que no pueden continuar dominando la escena global. Si persisten en operar estas instituciones, los poderes emergentes inevitablemente se alejarán de ellos, para crear reemplazos que puedan controlar. Esto balcanizará el manejo de la economía global, para desventaja a largo plazo de todos.
Los regímenes que no se adaptan a los vientos de cambio desaparecen. Los europeos necesitan reconocer esa verdad. No lo harán. Pero será un gran error.