A veces se dice que una característica definitoria de un alto cargo es que los líderes con frecuencia deben elegir entre “malo” y “peor”. Eso es lo que hace de la política el mayor drama.
Rara vez, sin embargo, los votantes se enfrentan a un dilema similar. Una excepción es ahora en Perú, donde los electores deben elegir pronto como próximo presidente lo que el premiado novelista Mario Vargas Llosa ha llamado “SIDA” o “cáncer”.
Esa elección poco envidiable -visto por algunos como una parábola del lado más oscuro de la globalización- ha convertido lo que hace unos meses parecía una elección rutinaria en una tragedia jacobina, sazonada con amarga ironía y llena de accidentes, muerte y visitas fantasmales.
Por un lado, los votantes pueden inclinarse el 5 de junio por Ollanta Humala, un militar de 48 años que una vez lideró un fallido golpe de Estado. Aunque Humala ha buscado reposicionarse a sí mismo en el molde social democrático de Brasil, ha tenido problemas para dejar atrás su pasado radical, en especial sus vínculos con Hugo Chávez, el presidente socialista de Venezuela.
O los peruanos podrán votar por Keiko Fujimori, de 35 años de edad. Su salto a la fama - y su mayor pasivo- es su padre, Alberto Fujimori, el ex presidente preso en una cárcel de Lima por corrupción y violaciones de los derechos humanos durante la guerra sucia de los ‘90 entre el ejército y la guerrilla maoísta Sendero Luminoso que dejó 70.000 muertos.
Por sus pasados, ambos candidatos sufren de altas tasas de rechazo. Humala es mirado como un retroceso socialista. Fujimori y su círculo de asesores recuerdan los abusos democráticos de su padre.
¿Cómo se llegó a esta lamentable situación? Por accidente. El centro político del Perú (la mayoría del electorado) se fragmentó durante la primera ronda de votaciones.
La paradoja es que esta elección desafortunada se lleva a cabo en un país que es un éxito económico extraordinario, por cualquier medida. Durante la última década el crecimiento económico de Perú, bombeado por la minería, ha rivalizado con el de China. El país ha firmado una seguidilla de pactos comerciales, parte de la política del presidente Alan García de “crecimiento hacia el exterior”.
Sorprendentemente, las tasas nacionales de pobreza han caído de 49% de la población a cerca de 30%.
Pero la reducción en la pobreza no ha sido uniforme. La capital y la costa del Pacífico han prosperado - pero no las regiones andinas o amazónicas, donde se concentra la mayoría de la riqueza mineral. El resentimiento del 30% de los peruanos dejados atrás durante el boom fue evidente en 2009, cuando 33 personas murieron en la provincia amazónica de Bagua durante una protesta por el uso de la tierra y otros recursos. Otras protestas han contradicho la afirmación de García de que los problemas son una especie de “residuo” que desaparecerá con el crecimiento.
¿Qué pasará después? Humala apela más a los votantes que son pobres o que toman su democracia en serio. Fujimori también atrae a los pobres, que recuerdan que su padre aplastó a Sendero Luminoso, y a cualquiera que favorezca la continuidad, en especial la comunidad empresarial.
Los peruanos probablemente están demasiado curtidos por la hiperinflación y la insurgencia guerrillera pasada como para permitir que su país se desvíe demasiado de su curso actual, sobre todo exitoso. Pero la elección ha puesto de manifiesto que estos éxitos son más frágiles de lo que muchos pensaban. Fujimori lidera las encuestas, apenas. Pero cualquier cosa podría suceder antes de que caiga el telón sobre este drama andino.