¿Cuál será el rol de Estados Unidos en el siglo XXI? Esta es una pregunta que accedí a contestar la semana pasada en el Consejo Carnegie en Nueva York. Al analizar esto, consideré un tema estrechamente relacionado que también involucra a los estadounidenses: ¿está el futuro de Estados Unidos en sus propias manos? La respuesta es: sí, pero sólo hasta cierto punto. Estados Unidos puede controlar lo que hace. Pero no puede controlar lo que hacen otros.
El dominio histórico de Estados Unidos es el fruto de activos excepcionales. Es una potencia continental limitada por océanos al este y oeste, y vecinos no amenazantes en el norte y el sur. Tiene vastos, aunque cada vez más escasos, recursos naturales. Ha tenido la mayor economía mundial y el mayor Producto per cápita desde fines del siglo XIX. La economía estadounidense, impulsada por el mercado, también ha sido la más innovadora del mundo desde al menos la misma era.
Estados Unidos es hogar de los mercados financieros más influyentes del mundo, pese a que han sido los que desencadenaron la Gran Depresión y la Gran Recesión de años recientes. Ha sido el emisor de la principal moneda de reserva desde la Primera Guerra Mundial. Ha ofrecido uno de los mercados de importación más grandes, superado sólo por las importaciones externas de la Unión Europea.
Estados Unidos posee las fuerzas armadas más tecnológicamente avanzadas y potentes. Desde la Segunda Guerra Mundial, también ha tenido la mayor cantidad de universidades e instituciones de investigación líderes que cualquier otro país. Tiene la cultura popular más potente del mundo. Sus valores políticos todavía captan la atención de la imaginación mundial, pese a que frecuentemente se han quedado cortos en la práctica. Su sistema democrático ha probado ser suficientemente legítimo y flexible como para enfrentar los enormes desafíos que la historia le ha lanzado.
Con todos estos activos, Estados Unidos logró formar sólidas alianzas y ganar sus guerras del siglo XX, calientes y frías, contra Alemania, Japón y Rusia. Dibujó la economía abierta mundial, que nació después de la Segunda Guerra Mundial y que se hizo global después del colapso de la Unión Soviética. Ha ofrecido el modelo de modernidad más influyente del mundo. Nos guste o no, todos vivimos en el mundo que ha creado.
¿Cuántos de estos activos mantendrá Estados Unidos en este siglo?
La amenaza más obvia es a su posición como la mayor economía mundial. A tipo de cambio del mercado, su economía es aún cerca de dos veces el tamaño de la de China. Sin embargo, según el Fondo Monetario Internacional, es sólo 30% mayor, en paridad de poder de compra. Ya que el PIB de China per cápita, en PPC, es aún sólo 20% de los niveles estadounidenses, esto deja gran espacio para que se alcancen. Es probable que el crecimiento de China se desacelere en las próximas décadas, pero aún así debería converger aún más a los niveles de productividad de Estados Unidos. Lo más probable es que China tenga una economía mayor a la de Estados Unidos a principios de la década de 2020. A diferencia de, digamos Japón, China tiene los números de su lado. Si su PIB per cápita llega a la mitad del de Estados Unidos, su economía sería tan grande como la de Estados Unidos y la Unión Europea juntas.
Las exportaciones netas de productos chinos ya exceden las de Estados Unidos. Sus importaciones pronto también lo harán. Siendo un país relativamente pobre en recursos, es probable que China se mantenga como un mayor comerciante, relativo al PIB, que Estados Unidos. Una pregunta más controversial es cuán pronto el renminbi competirá con el dólar como moneda de reserva. El alza del comercio de China sugiere que la respuesta es: pronto. Frente a esto, argumentaría que el “Estado-partido” de China, que no está sujeto al estado de derecho y teme una pérdida de control, no será capaz ni estará dispuesto a proveer los mercados de capital abiertos que los extranjeros quieren a cambio de mantener sus activos más seguros en renminbis. Al final, es probable que este cambio tome décadas, no años.
En principio, Estados Unidos también podría mantener su posición de liderazgo en la ciencia y la innovación comercial. Pero, como mi colega Edward Luce muestra en su nuevo libro, la combinación de xenofobia con hostilidad a la ciencia, restricciones fiscales autoimpuestas y extrañas prioridades de gasto arriesgan que Estados Unidos pierda su acceso al talento mundial y su compromiso a liderar la investigación e innovación mundial*. Nada capta el punto mejor que esta cita: “En 1990 (California) gastó dos veces más en sus universidades que en sus cárceles. Ahora gasta casi dos veces más en sus cárceles”. Que Estados Unidos tenga la tasa de encarcelamiento más alta del mundo no es sólo una estadística social, también es un dato económico. Lo mismo es cierto del costoso e ineficaz sistema de salud de Estados Unidos, que es la principal razón de por qué sus perspectivas fiscales a largo plazo son tan sombrías.
Lo que se necesita es una reforma seria. Pero esto se ha vuelto imposible, debido al explosivo rol del dinero en la política y la creciente intransigencia del partido republicano. En un sistema construido sobre un gobierno dividido, ver al compromiso como un riesgo amenaza un repetido caos.
La economía de EEUU también dejó de otorgar los beneficios ampliamente compartidos que antes daba. En el último ciclo de negocios completo, entre 2002 y 2007, el 1% más alto capturó casi dos tercios del alza de los ingresos, mientras que el 0,1% más alto capturó más de un tercio. Esa economía de suma cero provoca desafección y desesperación. La crisis ha empeorado la rabia.
Todo esto también afectará la capacidad de Estados Unidos de jugar su rol histórico en el mundo. El apretón fiscal en ciernes minará el gasto militar. Más importante, la crisis financiera y otros grandes errores han quitado a los modelos políticos, económicos y sociales de Estados Unidos el prestigio que tenían. Europa no está mejor. Pero eso simplemente significa que Occidente como un todo es menos creíble y hasta ahora menos capaz de servir como líder.
Pase lo que pase dentro de Estados Unidos, su influencia será menor en el siglo XXI que lo que fue en el XX. Esto es principalmente porque otros han aprendido tanto de él. Pese a ello, Estados Unidos podría mantener una enorme, y posiblemente incomparable, influencia, ya que sus principales rivales enfrentan aún mayores desafíos. Sin embargo, si Estados Unidos va a desarrollar todo su potencial, debe redescubrir el pragmatismo que por tanto tiempo marcó su forma de hacer política, notablemente en sus respuestas a los muchos desafíos del siglo XX. Ninguna democracia puede prosperar si sus ciudadanos ven a su propio gobierno como su mayor enemigo. Si los estadounidenses eligen que caiga su gobierno, Estados Unidos también lo hará.
* Tiempo de empezar a pensar, Atlantic Monthly Press 2012.