¿Cómo terminarán las crisis al interior de la eurozona? Mucha gente me preguntó eso en EEUU en las últimas semanas. En particular, ¿cómo podría pasar la eurozona de la crisis a la estabilidad? Para responder la pregunta, hay que distinguir tres aspectos del problema: adónde va la eurozona; adónde quiere Alemania que vaya la eurozona; y adónde necesita ir la eurozona.
La situación actual de la eurozona parece dramáticamente clara. De varios países miembros, dos de ellos grandes -Italia y España- ya tienen o están al borde de tener gobiernos incapaces de manejar su deuda pública sin ayuda. Gran parte de esa deuda está en manos de sus bancos. Muchos de estos han resultado dañados, en especial en países que experimentaron importantes burbujas inmobiliarias, grandes déficit fiscales o ambos. Los gobiernos con una solvencia débil se sienten obligados a rescatar frágiles sistemas bancarios que, por otra parte, se espera financien a los gobiernos que intentan socorrerlos: los borrachos intentan mantenerse de pie afirmándose en otros ebrios.
Los gobiernos también son presionados a intentar la austeridad fiscal mientras el sector privado se reduce: entre 2007 y 2012, el balance financiero del sector privado pasó de déficit hacia un superávit de 16% del PIB en España. La austeridad debilita aún más tanto a los bancos como a las economías. Esto, a su vez, aumenta el desempleo y reduce los ingresos fiscales, haciendo inefectiva la austeridad fiscal. Mientras tanto, la floja demanda en el centro refuerza la debilidad económica en la periferia, más que compensarla.
Con los bancos dañados, la demanda privada dañada, la demanda pública en retroceso y una demanda externa débil, las frágiles economías probablemente crezcan menos y sufran un mayor desempleo de aquí a dos o tres años. La recompensa por el dolor de hoy es el dolor de mañana.
Más allá de que Grecia sea “salvada” o no, por el momento es difícil creer que la eurozona actual lo sobreviva, sobre todo cuando el principal argumento a su favor -el de la integración económica y financiera- está siendo destruido. Con frecuencia cada vez mayor, las empresas, particularmente las instituciones financieras, buscan igualar activos y pasivos por país. De la misma forma, sólo los inversionistas más valientes planearán la producción creyendo que el riesgo cambiario ha sido eliminado. Con una porción de riesgo transfronterizo cada vez más creciente asumido ahora por el Banco Central Europeo, el camino hacia el quiebre se abre más.
Esto parece un largo viaje del día hacia la noche. Podría tomar semanas, meses o años, pero la dirección, por desgracia, está cada vez más clara.
Ahora el segundo punto: ¿Cómo quiere Alemania que se organice la eurozona? Así es como yo entiendo la posición del gobierno y las autoridades monetarias alemanas: no a los bonos de la eurozona; no al aumento de los fondos disponibles del Mecanismo de Estabilidad Europea (actualmente de 500.000 millones de euros); no al respaldo común al sistema bancario; no a la desviación de la austeridad fiscal, incluso en la propia Alemania; no al financiamiento monetario de los gobiernos; no al relajo de la política monetaria de la eurozona; y no a un poderoso boom crediticio en Alemania. El país acreedor, en cuyas manos está el poder en la crisis, está diciendo “nein” al menos siete veces.
Me pregunto cómo las autoridades germanas imaginan que van a detener el círculo vicioso de la eurozona. Tengo dos hipótesis. La primera es que creen que no lo harán. Esperan que para algunas economías vulnerables la vida se vuelva tan miserable que se irán voluntariamente, reduciendo así la eurozona a un núcleo afín, disminuyendo los riesgos a la estabilidad monetaria y fiscal de la propia Alemania ante la presión de rescatar una economía débil. La segunda hipótesis es que los alemanes realmente piensan que estas políticas podrían funcionar. Una posibilidad es que los países más débiles tengan una “devaluación interna” tan grande que pasarían a importantes superávits externos con el resto del mundo, restaurando así la actividad económica. Otra posibilidad es que una combinación de reformas estructurales radicales y una liquidación de activos desate una ola de inversión directa hacia adentro. Eso podría financiar el déficit de cuenta corriente en el corto plazo y generar nueva actividad económica en el largo plazo.
Tal vez las autoridades alemanas crean que habrá un duro ajuste o una rápida partida, pero el “riesgo moral” al menos será contenido y la exposición de Alemania limitada, sea cual sea el resultado.
Sin embargo, la opción de la “salida de los débiles” parece muy riesgosa y la opción de “doloroso ajuste y liquidación” inverosímil como para llevar rápidamente de vuelta a la salida. El peligro, además, no es sólo para los países más débiles. Alemania envía sólo el 5% de sus exportaciones a China, en comparación al 42% que manda al resto de la eurozona. Gran parte de los envíos se verían interrumpidos en caso de un desastre. Lo que ya ocurrió debilitó su economía dependiente de las exportaciones: el PIB alemán sólo fue un 1% mayor en el primer trimestre de 2012 que hace cuatro años. Más allá de estos peligros económicos de los daños a la unión “irrevocable”, seguramente está un desastre político duradero para la hegemonía económica de la eurozona.
En resumen, la eurozona ahora va rumbo a una ruptura y Alemania muestra poca voluntad de querer evitarlo. Esto no se debe a que las alternativas sean inconcebibles. Lo que se necesita es convertir algunos “no” en “sí”: más financiamiento, idealmente a través de algún tipo de bono de la eurozona; respaldo colectivo a los bancos; menos contracción fiscal; políticas monetarias más expansivas; y una demanda alemana más fuerte. Estos cambios no garantizan el éxito, pero al menos darían a la eurozona la posibilidad de evitar el costo de una ruptura parcial o total. Para funcionar a largo plazo, estos cambios también requerirán mayor integración política.
En octubre de 1939, Winston Churchill dijo: “No puedo predecirles la acción de Rusia. Es un acertijo, envuelto en un misterio, al interior de un enigma, pero tal vez allí hay una clave. Esa clave es el interés nacional ruso”.
La clave hoy en Europa es la percepción alemana de su interés nacional. Una vez que quede claro que sus condiciones no funcionarán, los líderes germanos tendrán que elegir entre un naufragio y un cambio de curso. No sé qué elegirán. No sé si sus líderes lo saben, pero de esa decisión depende el destino de Europa.