El Banco Central Europeo podría haber abandonado a Grecia hace mucho.
Nada en los libros dice que deba sostener a países en riesgo de colapso económico. Incluso, los arquitectos de la unión monetaria, lanzada en 1999, previeron lo opuesto: el principio de “no rescate” quedó consagrado en un tratado de la Unión Europea.
Enfrentado en las últimas semanas con temores renovados a un incumplimiento griego, el BCE ha dudado. Con vehemencia creciente, el guardián monetario del euro ha advertido de efectos catastróficos para la unión de 17 países. Jean-Claude Trichet, presidente del BCE (a quien le quedan menos de seis meses de mandato) se ha negado a discutir cualquier reestructuración de la deuda griega.
Sus colegas han subido las apuestas: advierten que si los políticos dan un paso siquiera modesto hacia la reestructuración, el BCE cortará la liquidez a los bancos griegos y desencadenará un colapso financiero que empujaría la economía del país al abismo. Es una disuación nuclear: desafíennos y haremos volar el mundo.
La respuesta del BCE a la crisis griega importa porque los bancos del país están excluidos de los mercados financieros y sobreviven sólo porque el banco con sede en Frankfurt satisface todas sus demandas de liquidez. Además, el BCE posee bonos del gobierno griego por unos 45 mil millones de euros, adquiridos durante el último año como parte del esfuerzo por calmar la tensión en los mercados financieros.
Trichet ha presionado a Atenas para que reforme su economía, en especial a través de un programa acelerado de privatizaciones. Pero si esto falla, él o Mario Draghi, el gobernador del banco central italiano que se espera lo suceda el 1 de noviembre, enfrentará un dilema: tendrá que decidir si el BCE desconecta a los bancos griegos, dejando que sean los gobiernos los que decidan si rescatar al país. O bien, tendrán que abandonar por completo las normas y echar más dinero al problema, tal vez rescatando al euro pero con un costo enorme para su credibilidad de largo plazo.
Una posición es que el BCE quedó atrapado en las consecuencias de las acciones que tomó hace un año. No aceptan la reesctructuración porque está muy expuesto. Otra explicación, más caritativa, es que el banco se considera obligado a ser pragmático por los errores en la construcción de la eurozona, que asume que sus miembros no incumplen.
La prioridad inmediata es poner de nuevo en marcha el programa de reformas de Atenas. Pero para escapar del potencial dilema que enfrenta sobre Grecia (y si las cosas salen mal, Irlanda y Portugal), el BCE necesita que los gobiernos de la eurozona asuman la responsabilidad por resolver la crisis inmediata y los problemas de largo plazo de la unión monetaria. Hasta ahora, su disposición no ha estado a la altura de lo esperado por Frankfurt.