David Einhorn: el singular gestor de fondo que chocó la FSA
El inversionista está lamentando ahora el mayor error de su carrera.
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Por Sam Jones y Dan McCrum
“Esto se parece tanto al uso de información privilegiada como el fútbol americano al soccer”, dijo un aparentemente exasperado David Einhorn a los ansiosos clientes de su fondo de inversión de
US$ 7.000 millones, Greenlight Capital, sólo horas después que la Autoridad de Servicios Financieros (FSA) de Reino Unido cayera sobre él y su fondo con una multa de 7 millones de libras por abuso de mercado.
Dada su defensa, de que ignoraba el estilo inglés para hacer las cosas, el titán estadounidense de los fondos de inversión no podría haber escogido una metáfora mejor.
Einhorn, un extraordinariamente juvenil sujeto de 43 años y uno de los más exitosos inversionistas activistas del mundo, está ocupado lamentando el mayor error de su carrera: una apresurada orden en noviembre de 2009 para vender millones de acciones del operador de pubs de Reino Unido, Punch Tavers, después de enterarse por ejecutivos de la empresa que la endeudada firma se estaba preparando para salir al mercado a levantar capital.
La multa de Einhorn, la segunda mayor impuesta por la FSA, ha enviado una ola a través de la reservada industria de fondos de inversión, aunque en mayor medida las críticas no se han enfocado en Greenlight sino en el regulador.
“Si me hubieras dicho que la FSA procesaría a un administrador de fondos de inversión él habría sido el que menos habría esperado”, dice Whitney Tilson, rival y fundador de Value Investing Congress, con el cual Einhorn habla regularmente. David, dice Tilson, es “sumamente ético”.
Los directores de fondos de inversión de EEUU hacen parecer como que la industria está bajo una purga de la Comisión de Valores y Bolsa poseída por un fanatismo jacobino cuando se trata de aplicar las leyes de uso de información privilegiada. Sin embargo, aunque la menor señal de que una transacción pueda estar vinculada a uso de información privilegiada ha sido suficiente para esparcir por los vientos a los volátiles inversionistas, lo mismo no puede decirse de Reino Unido. El director ejecutivo de la FSA Hector Sants no ha sido un Robespierre.
Apoyado por los críticos de la FSA, Einhorn optó por una defensa de mártir: él ha sido “injustamente” sometido a un “estándar no escrito” de responsabilidad de la FSA en un intento de la agencia por “expandir su definición de uso de información privilegiada”.
Hijo de un pequeño empresario de Nueva Jersey que no tuvo éxito en Wall Street, Einhorn estuvo siempre destinado a una carrera en los negocios. Estudió gobierno en la Universidad Cornell, pero un paso por la SEC lo llevó a la economía. Se presentó a una entrevista con la CIA, pero eventualmente se decidió a transformarse en un analista bancario en Donalson, Lufkin & Jenrette. Fue, en sus palabras, “miserable”.
La agresiva cultura machista de la firma fue odiosa para Einhorn. En 1993 tuvo su oportunidad y recibió una oferta de trabajo en el fondo de inversión Siegler, Collery & Company. Tres años después, con US$ 10.000 de su propio dinero y US$ 500.000 de sus padres, cofundó Greenlight. El plan de negocios fue trazado en el reverso de una servilleta.
Tras la transición desde las apretadas oficinas de los suburbios al centro de Manhattan, la firma no ha perdido su casi folclórica cultura familiar, dicen los que trabajan ahí. Hay una mesa de pool, un bar y sillones, donde Einhorn disfruta de tomar siestas. Él tiene un sable de luz y una colección de osos de peluche en su propio rincón.
Si hay una mística sobre David Einhorn, es que él no está hecho con los moldes usuales de los fondos de inversión: no es un Svengali del mercado cantonal y elegante traje, pero tampoco un abstruso prodigio de las computadoras. Cubierto con una gorra de baseball de Greenlight y una arrugada polera, él es, por diseño, un consumado outsider. Un colega lo llama el “Mark Zuckerberg” del mundo de los fondos de inversión.
Evita la escena de beneficiencia de Nueva York, donde los ricos luchan por asientos en las instituciones culturales. El fondo de beneficiencia de la familia Einhorn tiene tan bajo perfil como su declaración de intenciones: “ayudar a la gente a llevarse mejor”. Hace aportes a la fundación Tony Blair, así como a varias iniciativas anti bullying. Einhorn es un hombre modesto que habla sobre los partidos de su hijo en la liga infantil de baseball, en vez de Wall Street, dice Eboo Patel, de Interfaith Youth Core, una beneficiaria del fondo Einhorn.
Todo lo cual no quiere decir que el juvenil Einhorn no sea un implacable y meticuloso adversario, a cargo de un fondo multimillonario. Su método, con el cual ha superado los retornos de la bolsa de EEUU durante 13 años, ha sido puesto a prueba una y otra vez: encuentra una compañía subestimada en relación a la posición de mercado, y escarba profundo en sus cuentas para descubrir por qué. Si es una oportunidad atractiva, la toma y la promueve.
Las batallas de Einhorn con ejecutivos de empresas han sido épicas. La que permitió ganar su prestigio fue contra la compañía financiera Allied Capital, y se prolongó por años, involucrando investigaciones federales, políticos y difamaciones por los medios. Fue, recuerda Einhorn en un libro, como “La Firma, el libro de John Grisham, pero sin la tensión sexual y las escenas de persecución”.
La más exitosa y más osada apuesta, sin embargo, vino en 2007: una corta apuesta contra Lehman Brothers. Después del colapso de Bear Sterns en marzo de 2008, la gente comenzó a sentarse y escuchar. En una aparición memorable en el canal CNBC, Einhorn, usando un suéter pintado con las manos de sus hijos, conversó casualmente con los presentadores antes de lanzarse en una devastadora crítica del banco.
Sus disputas con Erin Callan, director de la oficina financiera de Lehman, durante conferencias telefónicas con analistas, se volvieron material esencial. Callan parecía un pez fuera del agua. Y Einhorn ganó millones. Es más de lo que se puede decir de la abortada apuesta de Greenlight por Punch Taverns, una rara incursión en el mercado del Reino Unido, que salió mal incluso antes que las autoridades se involucraran.
La FSA exoneró a Einhorn de haber desobedecido deliberadamente las normas, lo que dejó sólo su propia ignorancia. Para un administrador de fondo de inversión que ha estado inmerso en detalles durante toda su carrera, es una dolorosa acusación, incluso si deja su posición moral relativamente ilesa. En esta ocasión, podrían decir sus críticos, Einhorn se está subestimando a sí mismo.