Alejandro Guillier y la anticampaña de un anticandidato
Dedicados a juntar firmas, Guillier y su equipo no muestran despliegue, pese a la señal de fortaleza de la derecha en la primaria
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Con la primaria –repetían unos y otros– comenzaba la verdadera campaña presidencial 2017. Con el paso de los días, sin embargo, todavía es imperceptible el despliegue de la candidatura de Alejandro Guillier, pese a la muestra de fuerza de Chile Vamos el domingo 2. No se observa el inicio de una nueva etapa ni refuerzos trascendentes ni cambios de estrategias que permitan corregir las falencias de las semanas pasadas, como las dificultades para instalar mensajes y que su agenda de actividades diarias se transforme en hitos políticos y comunicacionales. La respuesta a los 1,4 millones de votos de la derecha –600.000 por sobre los que convocó en 2013 en su primaria–, parece seguir en una línea de calma y discreción.
Como han repetido los expertos electorales de su propio sector, Guillier viene de dos meses sin visibilidad. En medio de la campaña legal de las primarias –en las que no participó la Nueva Mayoría– el candidato PS-PPD-PR-PC estuvo ausente de las principales vitrinas como la franja y los debates. A menos de cinco meses de las elecciones, por lo tanto, resultaba necesario revertir el espacio perdido que develó esta semana la encuesta Adimark de junio. De acuerdo al sondeo, el ex presidente Sebastián Piñera alcanzó su mejor registro desde agosto pasado con un 31% y Guillier cayó seis puntos hasta un 15%. Beatriz Sánchez, la ahora candidata única del Frente Amplio, le pisa los talones al periodista con un 13%.
En el piñerismo, como un mantra, repiten: mes pasado, mes ganado. Con una posición expectante, el candidato que lleva la delantera debe procurar no cometer grandes errores y dejar que la propia fuerza de las aguas lo conduzca al lugar que desea, el del triunfo. Pero el segundo –el segundo que se halla 10,9 puntos por debajo del primero, de acuerdo a la CEP–, probablemente no debería permitirse un elevado nivel de autocomplacencia ni de inercia. Ni Bachelet en 2013 –que obtuvo un 73% de apoyo en la primaria y 1,5 millón de electores– a estas alturas del partido tenía una campaña sin nervios como la de Guillier. Parece haber una carencia en la centralidad, probablemente algo de dispersión y de inexperiencia.
Aunque son difíciles de identificar, en sus círculos se explica que el problema político tiene un origen práctico: el candidato no quiere realizar acciones de campaña mientras no inscriba legalmente su candidatura como independiente, para lo que necesita unas 34.000 firmas como plazo máximo el 21 de agosto. El proceso encabezado por el senador Juan Pablo Letelier ha mostrado su complejidad –entre otras razones por la poca coordinación que ha tenido el comando con los notarios que deben validar el trámite–, y a estas alturas no se conoce públicamente la cantidad de firmas que le faltan a Guillier. Aparentemente, la decisión del candidato de apostar por una candidatura independiente ha puesto mayores barreras a una campaña que ya ha debido enfrentar importantes dificultades.
En juntar firmas se ha perdido tiempo –tiempo valioso– y dudosamente el electorado premie el esfuerzo de no ser un candidato militante. Como dice un viejo compañero de la ex Concertación, las campañas deben parecer que son ciudadanas, pero finalmente los que hacen puerta a puerta, reparten panfletos y organizan caravanas son los partidos.
Sin comando, mejor
Que los partidos estén disconformes con el candidato y su campaña es una historia vieja. En ejemplos recientes, las tensiones entre la Concertación y la Nueva Mayoría con Bachelet 2005 y Bachelet 2013 eran constantes y se prolongaron en los respectivos gobiernos. Pero las fricciones que se observan en este momento entre la coalición y el equipo de Guillier tienen una dificultad adicional: el candidato PS-PPD-PR-PC no se encuentra en una posición expectante y su despliegue en los cinco meses de campaña estarán determinados por la musculatura de las colectividades y su capacidad para movilizar a su electorado.
Entre los dirigentes de la Nueva Mayoría se señala que Guillier no está desanimado, ni mucho menos. Por el contrario, probablemente el peligro radica en una especie de autocomplacencia del periodista y de su equipo que parecen no observar los nudos firmes que tiene la centroizquierda para revertir el tablero presidencial. En la Nueva Mayoría se afirma, sin embargo, que el candidato se halla sin conducta. Guillier parece anclado en la posibilidad evidente de que puede ganarle a Piñera, pero con la convicción de que todo funciona mejor sin generalísimo, sin campaña y sin comando. Su caballito de batalla es la independencia, que se funda en la creencia de que el enfrentamiento con los partidos tiene consecuencias positivas para la candidatura.
A algunos dirigentes que en privado defendían su opción a fines de 2016 –cuando Guillier parecía tener la varita mágica del éxito, como alguna vez la tuvo Bachelet–, ahora se les escucha desilusionados, críticos, inmovilizados, distantes. No es claro si es porque el candidato hasta ahora no ha resultado ser un fenómeno o porque con su apuesta ciudadana dejó a muchos interesados fuera de juego. Pero en la Nueva Mayoría –salvo excepciones y salvo el PC, que parece contento– se advierte una porción de desafección hacia una campaña que no se comprende totalmente. A diferencia de la derecha, que tiene la adrenalina por todo lo alto, en el oficialismo de Guillier no están precisamente llenos de energía.
La distancia del PPD incluso trascendió: la noche del miércoles, en un encuentro en el Congreso al que asistió la directiva y los parlamentarios, se realizó un descarnado balance a la campaña de Guillier y al papel de Karol Cariola en el equipo. Los dardos apuntaron sobre todo a la desconfianza del candidato con las colectividades de la Nueva Mayoría y a la lentitud en la recolección de firmas, que impide inaugurar una nueva etapa con miras al 19 de noviembre.
Meeting point del progresismo
Una de las conclusiones que se ha sacado en la Nueva Mayoría, luego de la primaria, tiene relación con el espacio en que se debe instalar la candidatura de Guillier dado los resultados del Frente Amplio. Sus 327.000 votos no son nada despreciables para una fuerza que nació recién en febrero pasado, pero al menos en esta presidencial no representa una amenaza grave para el oficialismo que en 2013 fue capaz de movilizar a 2,1 millones de electores en su primaria. Junto con el tema de participación, uno de los principales desafíos para el frenteamplismo está en conectar con ciertas mayorías que pretenden representar, como reconoció Sebastián Depolo, el jefe de la campaña de Beatriz Sánchez.
En definitiva, el Frente Amplio, al menos por ahora, no sobrepasa la fuerza que ha tenido la izquierda tradicional (extra Concertación y extra Nueva Mayoría).
En ese sentido –como ha apuntado el diputado Pepe Auth, partidario de Guillier–, el rival es la capacidad del piñerismo para disputar el centro y no el radicalismo de izquierda. La lógica indica, por lo tanto, que el eje debe ser la moderación: con posiciones que mejoren la inclusión social en Chile pero que, al mismo tiempo, pongan el acento en la economía y en el crecimiento. En definitiva, intentar configurarse como el meeting point del progresismo, sobre todo con miras a la segunda vuelta del 17 de diciembre.
En el guillierismo se analiza que la candidatura ha sobrevivido momentos especialmente difíciles: el impacto negativo de la decisión del PS con Ricardo Lagos que derivó en la caída de la primaria, la determinación de la DC de llegar con candidatura propia a la primera vuelta, el nacimiento del Frente Amplio y su abanderada presidencial, la ausencia de Guillier en la primaria. Apuestan, por lo tanto, a superar la etapa de la recolección de firmas y concentrar esfuerzos en la campaña legal y en generar puentes políticos. Aunque no todos estén convencidos de que el electorado de centro esté con Carolina Goic, la mirada está puesta en la segunda vuelta y en la capacidad de Guillier de convocar a los votantes de la senadora DC y de Beatriz Sánchez.
Se comienza a hablar de un entendimiento programático –no un entendimiento electoral– que permita a la centroizquierda y a la izquierda afinar la identidad en torno a algunos temas centrales, como por ejemplo la nueva Constitución.
En el guillierismo saben que la segunda vuelta se resolverá a su favor solo por la capacidad que tenga el mundo progresista de resolver sus diferencias y adoptar un renovado acuerdo civilizatorio. Las encuestas –al menos hasta antes de la primaria– seguían mostrando que en un balotaje la diferencia todavía era estrecha entre ambos candidatos punteros: un 32,9% para Piñera y un 28,7% para Guillier.
Quedan menos de cinco meses para la primera vuelta. El senador por Antofagasta no está en una posición privilegiada para experimentar fórmulas. Necesita una campaña desplegada. Necesita asumirse como un candidato sin complejo de serlo y al que se le acaba el tiempo.