Virginidad
Por Padre Raúl Hasbún
Por: | Publicado: Viernes 6 de julio de 2012 a las 05:00 hrs.
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Hace 110 años, en la localidad de Nettuno, no lejos de Roma, una niña de 12 que ayudaba a sus humildes padres en tareas domésticas sufrió el acoso de un familiar, también adolescente, obsesionado por tener con ella una relación sexual. Pese a su fragilidad física, la muchacha defendió con igual entereza su integridad virginal y la condición moral de su agresor: “no hagas esto, arriesgas condenarte para siempre”. Dominado por su pasión, él la golpeó con un arma cortante, ocasionándole heridas tan graves que le provocaron la muerte. Antes de expirar, la niña manifestó su perdón y rogó a Dios por el alma de su victimario.
48 años más tarde, el Papa Pío XII proclamaba solemnemente la canonización de Santa María Goretti, virgen y mártir. Muy cerca de la Plaza de San Pedro, vistiendo ahora un hábito religioso, el otrora muchacho causante de su muerte escuchaba con emoción las palabras del Santo Padre. La plegaria de su víctima había sido escuchada. Tal como en el caso del diácono San Esteban, en cuya muerte por lapidación había cooperado material y formalmente el joven Saulo, futuro San Pablo, ese “perdónalo, Padre, no le tomes en cuenta este pecado” abrió también aquí las compuertas de la gracia y generó la conversión del homicida.
Este relato ilustra con nitidez el vínculo que se da entre virginidad y caridad. Lejos de ser un repliegue egoísta y un cuidado obsesivo en torno a la integridad de una membrana, la virginidad expresa una delicadeza exquisita e impregnada de amor. Quien vive virginalmente ha tomado una postura radical: todo lo mío, lo más íntimo, lo más puro, está consagrado en exclusiva para el otro, para el único, para siempre. Virginidad sin caridad es como un cuerpo sin alma, una clausura fóbica, una aversión enfermiza a la entrega de sí en el éxtasis propio del amor. El corazón virginal grita su “No” a la impudicia, su rechazo firme a ser tierra hollada por cualquiera que pase, su protesta contra la banalización y profanación del amor. La otra cara de ese “No” es el “Sí” regocijado a la exclusividad, la reserva, la fidelidad en el don de sí mismo. San Luis Gonzaga, el santo jesuita modelo y patrono de la castidad juvenil, murió por amor asistiendo a las víctimas de la peste negra que diezmó la población de Roma. Y el célibe sacerdote capuchino, Maximiliano Kolbe, se adelantó a ofrendar su vida para salvar la de un padre de familia en el infierno de Ausschwitz.
“Virgen” no tiene género propio. Tampoco es tributario de ondas culturales o credos religiosos. Varones y mujeres de todos los credos y todos los tiempos han comprendido y vivido ejemplarmente la virginalidad como sublime expresión de un amor que honra el señorío y la superior fecundidad del espíritu. Cristo es virgen.
48 años más tarde, el Papa Pío XII proclamaba solemnemente la canonización de Santa María Goretti, virgen y mártir. Muy cerca de la Plaza de San Pedro, vistiendo ahora un hábito religioso, el otrora muchacho causante de su muerte escuchaba con emoción las palabras del Santo Padre. La plegaria de su víctima había sido escuchada. Tal como en el caso del diácono San Esteban, en cuya muerte por lapidación había cooperado material y formalmente el joven Saulo, futuro San Pablo, ese “perdónalo, Padre, no le tomes en cuenta este pecado” abrió también aquí las compuertas de la gracia y generó la conversión del homicida.
Este relato ilustra con nitidez el vínculo que se da entre virginidad y caridad. Lejos de ser un repliegue egoísta y un cuidado obsesivo en torno a la integridad de una membrana, la virginidad expresa una delicadeza exquisita e impregnada de amor. Quien vive virginalmente ha tomado una postura radical: todo lo mío, lo más íntimo, lo más puro, está consagrado en exclusiva para el otro, para el único, para siempre. Virginidad sin caridad es como un cuerpo sin alma, una clausura fóbica, una aversión enfermiza a la entrega de sí en el éxtasis propio del amor. El corazón virginal grita su “No” a la impudicia, su rechazo firme a ser tierra hollada por cualquiera que pase, su protesta contra la banalización y profanación del amor. La otra cara de ese “No” es el “Sí” regocijado a la exclusividad, la reserva, la fidelidad en el don de sí mismo. San Luis Gonzaga, el santo jesuita modelo y patrono de la castidad juvenil, murió por amor asistiendo a las víctimas de la peste negra que diezmó la población de Roma. Y el célibe sacerdote capuchino, Maximiliano Kolbe, se adelantó a ofrendar su vida para salvar la de un padre de familia en el infierno de Ausschwitz.
“Virgen” no tiene género propio. Tampoco es tributario de ondas culturales o credos religiosos. Varones y mujeres de todos los credos y todos los tiempos han comprendido y vivido ejemplarmente la virginalidad como sublime expresión de un amor que honra el señorío y la superior fecundidad del espíritu. Cristo es virgen.