Un imperio corporativo del petróleo
Un libro devela las luces y sombras de ExxonMobil, la mayor empresa de Estados Unidos.
- T+
- T-
“Nadie dice a estos tipos lo que tienen que hacer”. El autor de esta frase era, en teoría, el hombre más poderoso del planeta, George W. Bush, presidente de Estados Unidos en aquel momento, en el año 2001. Bush respondía así a la exigencia del presidente de India, Manmohan Singh, a que presionara a “estos tipos” para que firmaran un acuerdo con la petrolera estatal india. “Estos tipos” eran ExxonMobil, la mayor petrolera privada del mundo.
La anécdota forma parte del último libro del periodista de investigación estadounidense Steven Coll, Private Empire. ExxonMobil and American Power (Imperio privado. ExxonMobil y el poder americano), y resume una de sus grandes ideas: el tamaño, la importancia y la presencia internacional de ExxonMobil han convertido la compañía en “un estado corporativo dentro del estado americano”, asegura el autor.
El libro es un retrato detallado de las actividades de la compañía en los últimos 25 años.
De sus personajes, sus polémicas, sus triunfos y sus derrotas –escasas–, desde su capacidad de expandirse y encontrar nuevas reservas, a las dificultades para encarar problemas de imagen pública como su postura frente al cambio climático. En todo el relato, ExxonMobil aparece como una entidad exigente, competitiva e implacable.
La compañía es un organismo con sus propios objetivos y con su propia diplomacia internacional, que a veces pueden coincidir con los de Estados Unidos, y otras no. “Yo no soy una compañía de Estados Unidos y mis decisiones no están basadas en lo que es bueno para Estados Unidos”, dijo en una ocasión su presidente ejecutivo entre 1993 y 2005, Lee Raymond.
Steve Coll, ganador del premio Pulitzer en 1990 por sus artículos en The Washington Post, ha publicado en los últimos años otros dos libros de investigación: Ghost Wars, sobre las controvertidas actividades de la CIA en Afganistán, y The Bin Ladens, un recorrido por la familia y el entorno del terrorista islámico.
Tras la publicación de Private Empire, Coll explicó en una entrevista con la revista Texas Monthly que investigar sobre ExxonMobil “no sólo ha sido más difícil que hacerlo sobre los Bin Laden, sino incluso más que sobre la CIA. El secretismo y una estrategia de relaciones públicas basada en el No comment forman parte de la cultura corporativa de ExxonMobil, una empresa cuyo talante conservador, disciplinado y ambicioso la emparenta con Standard Oil y John D. Rockefeller, la empresa de la que proviene y su histórico fundador.
El relato de Coll arranca con un desastre natural que asestó un duro golpe a la imagen del entonces Exxon entre los estadounidenses. La noche del 23 de marzo de 1989, el petrolero Exxon Valdez encalló en las costas del golfo de Alaska y derramó cientos de miles de barriles de crudo. El accidente provocó una obsesiva fijación de Exxon por la seguridad de sus operaciones y por compartir esta obsesión en todos los países en los que la compañía operaba.
El desastre coincidió en el tiempo con un cambio trascendental en la situación geopolítica mundial. “El fin de la Guerra Fría pareció al principio un mundo de nuevas oportunidades para las petroleras occidentales –escribe Coll–. Había reservas enormes de petróleo por las que pujar en la extinta Unión Soviética, África y otras regiones”.
Sin embargo, el nacionalismo energético y la inestabilidad en muchos de esos países dificultaron el acceso a esas reservas a compañías como Exxon. Y este acceso era clave para hacer frente al mayor reto de las petroleras: la tasa de sustitución de reservas.
Fusiones y otras aventuras
Private Empire narra las dos maneras con las que la petrolera estadounidense garantizó sus nuevas reservas: fusiones o adquisiciones de compañías con reservas en mercados donde Exxon no tenía acceso, y expansión en países con reservas e interesados en la tecnología de Exxon para explotar sus recursos naturales.
En la primera parte, destaca la fusión con Mobil, formalizada en diciembre de 1999. Después de sondear posibles acuerdos con otros actores del sector (incluido British Petroleum), Exxon acabó adquiriendo Mobil, una compañía con importantes activos en zonas como África Occidental, Venezuela, Kazajstán, Abu Dhabi, Qatar e Indonesia. La resultante ExxonMobil se convirtió en la petrolera privada más importante del mundo y pronto se convertiría en la mayor compañía de Estados Unidos. Steve Coll además desentraña las actividades de ExxonMobil en países como Chad, Nigeria o Guinea Ecuatorial.
Coll también analiza el entramado de lobbies utilizado por ExxonMobil en Washington para moldear las políticas estadounidenses en materias claves para el negocio petrolífero, como los impuestos, la lucha contra el cambio climático o la política exterior de Estados Unidos.
En algunas ocasiones la relación entre la Casa Blanca y la petrolera ha sido muy cercana: Lee Raymond es íntimo amigo de Dick Cheney, vicepresidente con George W. Bush.
Cambio de tendencia
Tras la jubilación de Lee Raymond como principal ejecutivo –sustituido por Rex Tillerson–, la petrolera debía enfrentarse a las nuevas circunstancias: un mayor consenso científico sobre el impacto humano en el cambio climático; una opinión pública contraria a la dependencia estadounidense del petróleo (incluso George W. Bush aseguró que el país era “adicto al petróleo” en un discurso en 2006), y el uso de la compañía como arma arrojadiza en las elecciones de 2008.
ExxonMobil se embarcó en un gran esfuerzo para convencer “a las elites políticas y mediáticas de que no era necesario amar la industria del petróleo, pero debía ser entendida como indispensable”. Entre otros movimientos, ExxonMobil suavizó su posición sobre la lucha contra el cambio climático.
Los datos con los que Steve Coll culmina su libro arrojan una interesante idea: no sólo ExxonMobil es una entidad con la fortaleza y el impacto de un estado. También es más eficiente.
El pasado mayo, ExxonMobil destronó a Wal-Mart como la mayor empresa de EEUU, según la lista Forbes 500: la petrolera ingresó casi US$ 450.000 millones y sus utilidades se dispararon a
US$ 41.000 millones.