¿Qué podemos decir (y esperar) del 2018?
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Rodrigo Aravena
Probablemente esta pregunta es la más relevante por estos días. Y las razones para justificar su importancia no son pocas: estamos terminando el año, por lo que el desempeño del 2017 está prácticamente escrito, el Banco Central acaba de publicar el IPoM con proyecciones actualizadas y estamos ad portas de la segunda vuelta de la elección presidencial. Entonces, ¿qué es razonable decir, responsablemente, sobre el próximo año?
Creo que es muy importante hacer la distinción en tres grandes áreas, que simultáneamente serán determinantes para el devenir macro: hay cosas que ocurrirán con una alta probabilidad, también hay elementos de incertidumbre y, por cierto, hay una serie de desafíos de los cuales tenemos que hacernos cargo, aunque hasta ahora, desafortunadamente, hayan recibido poca atención.
Partamos con un tema en el que existe poca diferencia de opiniones: el resto del mundo definitivamente está atravesando una mejora importante. No sólo está aumentando el crecimiento, sino que pareciera que están quedando atrás los últimos vestigios de la crisis financiera global. Por ejemplo, el hecho de que en EEUU el nivel de desempleo sea el más bajo desde 2001 y que la confianza haya alcanzado el mayor nivel en los últimos 15 años (la misma situación se observa en Europa) es señal inequívoca de mejores condiciones externas. Esto, como resulta esperable en un escenario así, ha venido acompañado de mayores precios del cobre, dando aún más soporte a la economía chilena. De esta manera, si hay algo que podemos esperar con relativa tranquilidad es que el resto del mundo nos ayudará a aumentar el crecimiento local.
Sin embargo, esta mejora externa, que probablemente es la principal razón por la cual podemos sostener mejores expectativas, se enfrenta a una serie de elementos locales sobre los cuales aún hay incertidumbre. En la presentación del último IPoM, el Banco Central dejó entrever que la recuperación en la tasa de crecimiento no está del todo garantizada, entre otras cosas, porque la mejora en los niveles de confianza está basada en expectativas de acontecimientos futuros más que en una recuperación tangible del escenario macro actual. Esto, unido a una nueva reducción en la inversión esperada para este año (y por ende en el nivel esperado para 2018), y a la incertidumbre asociada a las consecuencias de la segunda vuelta de la elección presidencial, hace que la recuperación del crecimiento aún sea frágil. Sin ir más lejos, factores como el retroceso de la bolsa local y del valor del peso chileno, caídas que han estado totalmente desacopladas con los mercados externos, sólo confirman que la incertidumbre juega un rol relevante.
Todo lo anterior deja en evidencia que tenemos muchos desafíos por delante. Si bien podríamos enumerar una serie interminable, quisiera centrarme en una idea: Chile necesita, de manera urgente, recuperar el crecimiento. Y no sólo estoy pensando en el crecimiento del 2018, sino en la capacidad de largo plazo, la cual se ha reducido a cerca de la mitad de la que teníamos a comienzos de esta década. La caída consecutiva de cuatro años en la inversión, nos da las luces necesarias sobre cómo enfocar los esfuerzos a futuro. Así, la reducción en los niveles de incertidumbre, sobre todo en cuanto al fortalecimiento de aspectos institucionales de largo plazo, con claridad en los objetivos de las políticas públicas, que muestren un serio compromiso con la responsabilidad fiscal (más aún al considerar el deterioro de las cuentas fiscales los últimos años), son sólo algunos de los elementos que pueden marcar la diferencia en el largo plazo.
Pero quisiera terminar esta columna destacando que Chile no tiene desequilibrios macroeconómicos relevantes, aún posee bajos niveles de deuda y una alta estabilidad macroeconómica, lo cual implica que aún estamos a tiempo de realizar ajustes sin que resulten dolorosos para el país. Pero, al mismo tiempo, debemos estar conscientes de que si no se retoma pronto el crecimiento, este diagnóstico podría cambiar.