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Reinventar el Banco Mundial

Al anunciar Robert Zoellick que no se presentará...

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Al anunciar Robert Zoellick que no se presentará a la reelección como presidente del Banco Mundial, el debate se ha centrado en si se mantendrá -o se debería mantener- la tradición de colocar a un americano al frente. Pero, por legítima que sea esa pregunta, se trata simplemente de un aspecto menor del debate necesario sobre el papel del Banco Mundial en el siglo XXI.



El más inmediato de los numerosos desafíos que afronta el Banco Mundial se refiere a la racionalización de su estructura y funcionamiento interno. Con dos tercios de su personal radicados en Washington, D.C., el Banco debe reorganizar su fuerza de trabajo, compuesta, casi sin excepción, por expertos con la condición de funcionarios fijos y una plétora de asesores para superar las consiguientes rigideces. Es más, la organización, concebida en su origen principalmente como banco, sigue siendo feudo de economistas y especialistas en finanzas, pese a que las operaciones de préstamo pierden progresivamente protagonismo. En la práctica, una de las máximas prioridades del Banco debería ser tener un personal diverso, descentralizado y, lo que es más importante, flexible.

Las reformas en materia de gobernanza se han quedado cortas en comparación con las necesidades y apenas si abordan las causas de las inercias que entorpecen la organización. China, actor decisivo en el desarrollo y segunda economía del mundo, sigue ostentando menos del 5% de los derechos de voto del Banco, mientras que la Unión Europea controla cerca del 37% , y Estados Unidos detenta el 16%. Con ocho europeos sentados en su Junta Ejecutiva, compuesta de 25 miembros, el Banco es un pobre reflejo del mundo actual.

Pero el principal reto que afronta el Banco Mundial es el de definir su misión y la esencia de su actividad. El próximo presidente del Banco debe traducir en políticas concretas la borrosa distinción entre países “desarrollados” y “en desarrollo” y desenvolverse en un medio caracterizado por una asombrosa diversidad de agentes del desarrollo, muchos de ellos privados y centrados en objetivos muy acotados, que sin embargo con frecuencia cuentan con presupuestos mayores que los organismos tradicionales.

El Banco Mundial necesita un dirigente que comprenda que la labor puramente financiera ya no justifica su existencia: los bancos chinos han prestado más a América Latina durante los cinco últimos años que el Banco Mundial y el Banco Interamericano juntos y en África se da un caso similar. Así como la financiación de la reconstrucción dio paso al préstamo para el desarrollo a lo largo de la historia del Banco, se debe revisar el énfasis actual en las operaciones bancarias, pues la fuente principal de valor añadido de la organización estriba ahora en su formidable potencial como centro de conocimiento y coordinador de políticas internacionales.

Por ejemplo, mientras que la microfinanciación, tan apreciada por muchas organizaciones del ámbito del desarrollo, recibe mucha publicidad y atrae a numerosos donantes, cuestiones fundamentales, comola necesidad de crear un marco regulador e institucional que vele por la seguridad jurídica y permita prosperar a las microempresas, quedan huérfanas. Estas lagunas interpelan la actuación del Banco Mundial.

O pensemos en la ayuda internacional en el sector de la salud. Muchos países de África atestiguan las desproporcionadas cantidades dedicadas (principalmente por fundaciones privadas) a la lucha contra el sida, el paludismo y la tuberculosis, mientras que los servicios generales de atención de salud reciben sólo sumas simbólicas. Además, las condiciones previas para estas iniciativas más vistosas y más atractivas, siguen sin concitar la suficiente atención. Una campaña de vacunación, por ejemplo, requiere infraestructuras, coordinación logística y personal capacitado. El Banco Mundial es, con frecuencia, el único agente capaz de abordar todas esas cuestiones eficazmente y el único dispuesto a hacerlo.

En la actualidad, la comunidad internacional debe seleccionar un presidente para el Banco Mundial que sintonice con el rechazo creciente de la población común y corriente a las flagrantes desigualdades mundiales, y que entienda que el desarrollo es algo más que el crecimiento del PIB. Este presidente, sea cual fuere su país de origen, reinventará el Banco Mundial para el siglo que vivimos.



Copyright: Project Syndicate, 2012.

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