Un alto en el camino de la Iglesia
Era impresionante ver a tanta gente, tan diversa, comprometida económica y socialmente en distintas iniciativas
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Rafael Mies
En uno de los chistes de Mafalda, aparece ella mirando un globo terráqueo y abajo una frase que dice: “Paren el mundo, me quiero bajar”. Al mirar la cantidad de cosas malas, tristes y desgarradoras que pasan hoy y en tantos frentes distintos, pareciera que la lógica de Mafalda es bastante razonable. Más aún, cuando la propia Iglesia Católica, tradicional depositaria de la esperanza y consuelo para muchos, no es capaz de contener su propia miseria, escondida durante siglos en una institucionalidad agotada y cansada.
Para muchos ya no sirven ni las excusas ni los pedidos públicos de perdón, y me parece justo que así sea, pues el daño ha sido muy grande y a estas alturas aparecen como extemporáneas y poco creíbles. Por el contario, demandan un cambio, una renovación profunda de fondo y forma que devuelva la confianza a la gente y las ganas de encontrar en la fe una respuesta a los grandes problemas humanos.
En este sentido, me tocó participar hace un fin de semana en un encuentro de las más diversas personas y personalidades en la cordillera. La idea de fondo era compartir en un ambiente de tolerancia y respeto la realidad personal de cada uno a la luz de la dignidad y trascendencia de la persona humana. En pequeños grupos formados por pobladores, empresarios, creyentes y no creyentes se compartían experiencias de vida que mostraban lo mejor de la condición humana.
Escuché personalmente de boca del párroco de La Legua contar como él, en medio de las balas y el tráfico de drogas, realizaba su misión evangelizadora. Fue la descripción de un Chile tan lejano que apenas podía creer que estaba hablando de algo que sucede a sólo 45 minutos de Vitacura. Lo mismo de una dirigente poblacional que buscando el rostro de Dios en los discapacitados mentales ha dejado su vida para formar un hogar de acogida en La Pintana.
Uno a uno los testimonios se iban repitiendo. Era impresionante ver a tanta gente, tan diversa comprometida económica y socialmente en distintas iniciativas. Lo más impresionante fue darme cuenta como estas personas lejos de parecer agobiadas irradiaban una alegría y una paz envidiables.
En este encuentro se hablaba del Dios de la fe y del compromiso con el que sufre de un modo muy natural. Los testimonios de búsqueda de una mayor vida espiritual no producían en los ahí presentes rechazo alguno; por el contrario, pese a las diferencias se generaba la certeza de estar hablando de un único Dios y una única experiencia de fe.
En “ el encuentro en lo alto” vi un renacer de la iglesia. Una iglesia viva y cercana con el que sufre. Como pocas veces experimenté exactamente lo contrario a Mafalda y tuve ganas de decir: “Paren el mundo, me quiero subir”
Esta experiencia solidaria fue un alto en el camino, una luz de fe que en medio de la noche nos muestra que en el encuentro amoroso con el “otro” hay un camino, una salida común no sólo para la Iglesia, los creyentes y los no creyentes, sino para esta sociedad chilena que a veces parece tan a lo menos igual de desesperada que el chiste de Mafalda.