Frustrada porque sus dos hijos nunca respondían sus llamadas y mensajes de texto, -Sharon Standifird se puso a estudiar programación y creó “Ignore no more”, una aplicación que bloquea a distancia el teléfono de los hijos y sólo les permite llamar a sus padres o a un número de emergencia hasta que se contacten con ellos. “Bradley (su hijo mayor) ahora necesita llamarme, porque soy la única persona que puede desbloquearle el teléfono”, advierte Sharon. El bloqueo materno prohíbe también el uso de Internet y de otras aplicaciones. Para desbloquear se necesita una clave que los padres entregan en ese momento a sus hijos.
Esta creativa aplicación va más allá de un justo reforzamiento y obligado aseguramiento del derecho de los padres a que sus hijos se dignen responder sus llamadas y mensajes. Se inscribe en la lógica del cuarto mandamiento bíblico y cristiano, que llama a los hijos a honrar padre y madre. Es el único mandamiento que trae consigo una promesa de recompensa: “para que seas feliz y se prolongue tu vida sobre la tierra”. Por su ubicación en el Decálogo y por su raigambre antropológica, este cuarto mandamiento es el quicio sustentador y articulador que facilita un cumplimiento fiel y fecundo de los nueve restantes. Donde la relación filial-paternal es robusta y constante, y los hijos cultivan la admiración e imitación de lo vivido ejemplarmente por sus padres, las probabilidades de una excelente relación fraternal y positiva integración social se aproximan a una regocijante certeza. Por la inversa, cuando en la ruta del hijo pródigo el adolescente busca alejarse y emanciparse de la casa paterna, esta ruptura del vínculo e identidad primordial acarreará fatalmente el autodespojo de todas las coberturas, diques de contención, energías y motivaciones capaces de prevenir la ruina de su patrimonio y dignidad personal. Bastó que el hijo pródigo cortara toda comunicación con su padre para que en cosa de semanas cayera en el vértigo de su falsa liberación y terminara empleándose al servicio de los chanchos.
Este prematuro corte de comunicación con la raíz paterna tiene también explosivas consecuencias en el tramado social. Desde hace dos o tres siglos se ha pretendido hacer ingeniería política apostando a una ciudad o reino de fraternidad, sólo que liberados de paternidad. Pero la porfiada genética no deja de avisar que es el gozoso reconocimiento de una raíz originaria común el que avala y fecunda una vigorosa comunión fraterna. Nadie valoriza ni conoce mejor el modo de procurar igualdad y fraternidad, que aquel que ejerce el divino oficio de paternidad.
El pecado original no se incubó horizontalmente en una disputa envidiosa o codiciosa entre pares: fue un intento vertical de cortar todo vínculo con el Padre. La clave de desbloqueo de la desigualdad y enemistad social es “Padre nuestro”.