Gobernar

Por Padre Raúl Hasbún

Por: | Publicado: Viernes 7 de octubre de 2011 a las 05:00 hrs.
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El verbo “gobernar” procede del griego “kübernao”, indicativo de quien tiene en sus manos el timón de una nave. Buena elección hicieron los helénicos: la nave es un ejemplo clásico de una comunidad de destinos que sólo puede llegar a puerto si confía el mando a una sola cabeza y ésta no tolera interferencias que le hagan perder el rumbo o amenacen su estabilidad. El capitán de navío puede y hará bien en aceptar sugerencias e introducir necesarias correcciones a su carta de navegación. Lo que no puede hacer es resignar su autoridad de mando y contemplar impávido cómo las personas y los bienes confiados a su liderazgo entran en estado de permanente zozobra. Es significativo que la zozobra, sinónimo de inquietud, incertidumbre e inseguridad sobre lo que acontecerá, sea un término de origen náutico: peligro de que la nave se pierda o se vaya a pique.

La nave del Estado es conducida por el Presidente de la República. Su autoridad se extiende a todo cuanto tiene por objeto la conservación del orden público en el interior y la seguridad externa de la República, de acuerdo con la Constitución y las leyes. En su deber y derecho de guiar la nave cuenta con la colaboración directa e inmediata de personas de su exclusiva confianza, como son los Ministros de Estado, los Intendentes y Gobernadores. Tiene además, el Presidente, atribuciones respecto a la formación y promulgación de las leyes, a los nombramientos y comportamientos del Poder Judicial, del Ministerio Público y de las Fuerzas Armadas, de Orden y de Seguridad Pública. Adicionalmente puede, según su prudencia, decretar estados de excepción, bajo circunstancias que afecten gravemente el normal desenvolvimiento de las instituciones del Estado. Le ampara, en fin, la seguridad de que ninguna persona o grupo de personas puede, ni aun a pretexto de circunstancias extraordinarias, atribuirse autoridad o derechos que no le hayan sido expresamente conferidos por la Constitución o las leyes. En pocas palabras, el capitán de la nave tiene todo lo racionalmente exigible para cumplir lo que se espera de él: conducir con mano firme y llegar a buen puerto.

Esto último no es un ideal, sino un imperativo que le obliga en justicia y bajo riesgo de destitución. Su autoridad es funcional a un objetivo de bien común que no puede alcanzarse sin su decisiva, obligada y correcta participación. La imagen, apreciación o aprobación que el capitán suscite en quienes viajan con él es secundaria y subordinada a la consecución de aquel objetivo : conducir la nave. En las travesías con turbulencia y riesgo de zozobra no se hacen encuestas ni cabildeos interminables: si hay uno que tiene el timón en sus manos, que él conduzca. Conducir es también una manera de educar.

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