Economía y Política
“Partir de cero es un golpe que no soporta cualquiera”
Pocos días después del sismo, recibieron un llamado de la Corfo para reconstruir el local arrasado por el terremoto y posterior maremoto.
Por: | Publicado: Martes 22 de febrero de 2011 a las 05:00 hrs.
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Carolina Rossi Pantoja
Santa Elena era el restaurante más grande de Dichato. Era común que los fines de semana este local, alcanzara el límite de su capacidad de 200 personas, atendidas por 20 empleados y con ventas por unos $ 80 millones. “Si me pedían lomo a la diabla, yo preguntaba ¿cómo se lo preparo? Y aprendía”, cuenta su dueño y administrador Hernán Monsalves Manzini.
Lo que todavía le tocaba aprender a este empresario era cómo reconstruir todo un legado familiar luego del devastador terremoto y maremoto que botó una historia que partió en el puerto de Napoles, Italia. Cuando Europa sentía la amenaza de la I Guerra Mundial, el napolitano Vittorio Mazini se embarcó a América para radicarse en Chillán. Con ánimo de iniciarse en tierras desconocidas, negoció con campesinos de la zona (cazadores de faisanes, conejos y tórtolas) para crear platos únicos que se venderían en el Hotel Marconi, su primer emprendimiento y que lo acompañaría toda su vida. Lo replicó en Dichato, cuando nació Elena Mazini Ruiz, su primera hija. Desde muy niña, ella ayudó y aprendió de su padre. Cuando todavía no llegaba la década del 40’, Vittorio murió y junto a él su “Hotel Marconi”. Elena creó generó su propio negocio como administradora de carnicerías hasta clubes y restaurantes en Chillán. En invierno vendía en Chillán y en los veranos, como había diversificado su negocio, se iba a Dichato. Hasta que en 1968, junto a su hijo Hernán Natalio Monsalves Manzini, que había nacido en 1947, se radicó en la caleta de pescadores. La empresaria consiguió un sitio a metros de la costa y dio inicio a su restaurante: “Santa Elena”. En 1973 falleció y, de un momento a otro, Hernán a los 26 años tuvo que tomar el mando. Él aplicó, además de lo aprendido de su madre, un buen “vodka con limón” a las ventas y repuntó en la caleta como nunca antes lo había hecho. Tras la crisis de 1982, se “apretó el cinturón”, pero con el auge de la zona en los 90’ el posicionamiento de Santa Elena se materializó, llegando a ser recomendado por quienes visitaban la zona. Hasta el terremoto. Pocos días después del sismo, Hernán recibió un llamado de la Corfo para reconstruir el local arrasado por el terremoto y posterior maremoto. Con ya 62 años, tomó el dinero que tenía ahorrado, comenzó a redactar el plan de negocios y postuló a un crédito Corfo, el que se adjudicó a mediados de años. La reconstrucción, que costo $ 80 millones -la mitad la cubrió el préstamo- demoró 10 meses y empleó a 22 personas. Debido a la cercanía con la costa de su terreno anterior, la Intendencia de la Región le entregó otro terreno en préstamo, donde construyó su nuevo Santa Elena. Fue sólo en enero de 2011, para reinauguración del local, que Hernán pudo dimensionar lo sufrido tras el terremoto: “ahora lo sentí... perderlo todo de la noche a la mañana y partir de cero es un golpe que cualquier no soporta”. Como don Hernán comenta que ahora “las sabe todas”, puede continuar “dándole el gusto a la gente”. Y, como si de legado familiar se tratase, Julieta, su hija, es la jefa de cocina y su hijo es suboficial de la Marina, aunque en su tiempo libre pasa a Santa Elena y ayuda a su papá en el bar del local.
El negocio está abierto todo el año, pues Monsalves prefiere estar atender directamente sus a clientes de Concepción, Chillán y Los Ángeles o a los “gringos que siempre vienen” para los cuales tienen un menú en inglés.
Santa Elena era el restaurante más grande de Dichato. Era común que los fines de semana este local, alcanzara el límite de su capacidad de 200 personas, atendidas por 20 empleados y con ventas por unos $ 80 millones. “Si me pedían lomo a la diabla, yo preguntaba ¿cómo se lo preparo? Y aprendía”, cuenta su dueño y administrador Hernán Monsalves Manzini.
Lo que todavía le tocaba aprender a este empresario era cómo reconstruir todo un legado familiar luego del devastador terremoto y maremoto que botó una historia que partió en el puerto de Napoles, Italia. Cuando Europa sentía la amenaza de la I Guerra Mundial, el napolitano Vittorio Mazini se embarcó a América para radicarse en Chillán. Con ánimo de iniciarse en tierras desconocidas, negoció con campesinos de la zona (cazadores de faisanes, conejos y tórtolas) para crear platos únicos que se venderían en el Hotel Marconi, su primer emprendimiento y que lo acompañaría toda su vida. Lo replicó en Dichato, cuando nació Elena Mazini Ruiz, su primera hija. Desde muy niña, ella ayudó y aprendió de su padre. Cuando todavía no llegaba la década del 40’, Vittorio murió y junto a él su “Hotel Marconi”. Elena creó generó su propio negocio como administradora de carnicerías hasta clubes y restaurantes en Chillán. En invierno vendía en Chillán y en los veranos, como había diversificado su negocio, se iba a Dichato. Hasta que en 1968, junto a su hijo Hernán Natalio Monsalves Manzini, que había nacido en 1947, se radicó en la caleta de pescadores. La empresaria consiguió un sitio a metros de la costa y dio inicio a su restaurante: “Santa Elena”. En 1973 falleció y, de un momento a otro, Hernán a los 26 años tuvo que tomar el mando. Él aplicó, además de lo aprendido de su madre, un buen “vodka con limón” a las ventas y repuntó en la caleta como nunca antes lo había hecho. Tras la crisis de 1982, se “apretó el cinturón”, pero con el auge de la zona en los 90’ el posicionamiento de Santa Elena se materializó, llegando a ser recomendado por quienes visitaban la zona. Hasta el terremoto. Pocos días después del sismo, Hernán recibió un llamado de la Corfo para reconstruir el local arrasado por el terremoto y posterior maremoto. Con ya 62 años, tomó el dinero que tenía ahorrado, comenzó a redactar el plan de negocios y postuló a un crédito Corfo, el que se adjudicó a mediados de años. La reconstrucción, que costo $ 80 millones -la mitad la cubrió el préstamo- demoró 10 meses y empleó a 22 personas. Debido a la cercanía con la costa de su terreno anterior, la Intendencia de la Región le entregó otro terreno en préstamo, donde construyó su nuevo Santa Elena. Fue sólo en enero de 2011, para reinauguración del local, que Hernán pudo dimensionar lo sufrido tras el terremoto: “ahora lo sentí... perderlo todo de la noche a la mañana y partir de cero es un golpe que cualquier no soporta”. Como don Hernán comenta que ahora “las sabe todas”, puede continuar “dándole el gusto a la gente”. Y, como si de legado familiar se tratase, Julieta, su hija, es la jefa de cocina y su hijo es suboficial de la Marina, aunque en su tiempo libre pasa a Santa Elena y ayuda a su papá en el bar del local.
El negocio está abierto todo el año, pues Monsalves prefiere estar atender directamente sus a clientes de Concepción, Chillán y Los Ángeles o a los “gringos que siempre vienen” para los cuales tienen un menú en inglés.