Lo que aprendimos en política en 2017
Chile gira a la derecha, el gobierno no retrocede, la Nueva Mayoría se acaba, la generación de la transición se jubila y Chile Vamos tiene en sus manos una oportunidad histórica para la renovación.A
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El 2017 que termina fue uno de esos años en que parecieron moverse las estructuras de la política chilena. No tanto para que se derrumbe algo –pese al lenguaje y a los pronósticos, finalmente la moderación se ha impuesto–, pero suficiente como para dejar instaladas algunas premisas que servirán para comprender mejor los procesos futuros.
1) Chile nuevamente giró a la derecha. Era un fenómeno que parecía predecible hace meses. Los resultados de Chile Vamos en la municipal 2016 y la movilización que logró la coalición en las primarias de julio eran un buen augurio para la oposición. El bajo nivel de respaldo del gobierno, un consenso sobre reformas mal implementadas, una economía lenta y crisis políticas inéditas –como la salida de todo el equipo económico y la revertida renuncia del subsecretario Mahmud Aleuy– despejaban el camino a la derecha, con hambre por demostrar que 2010-2014 no había sido solo un paréntesis. Investigaciones del Centro de Estudios Públicos (CEP) y del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) daban algunas pistas sociológicas en la misma línea: se comenzó a relativizar el supuesto malestar de la sociedad chilena y, a su vez, el protagonismo estudiantil indiscutido en la movilización social del país. Pero la primera vuelta presidencial de noviembre hizo cambiar el ánimo, aunque Chile Vamos mostró su fuerza en la parlamentaria y en la elección de cores. Lo que parecía probable y hasta evidente –la apuesta por un cambio–, comenzó a ponerse en duda. Contribuyó el cuestionamiento a las encuestas –que no supieron leer el 20% del Frente Amplio en la presidencial– y la lectura que hizo el gobierno de esas elecciones: La Moneda concluyó que había una mayoría a favor de los cambios y eso posibilitó la de ilusión de una reñida competencia Piñera-Guillier. El pasado 17 de diciembre, sin embargo, todo volvió a los cauces: el 54% del empresario y la movilización inédita de 3,7 millones de adherentes –como nunca en una segunda vuelta en el pasado reciente– despejó la discusión sobre el tranquilo giro a la derecha del país.
2) El gobierno no retrocede. Difícilmente la situación vaya a variar desde ahora al 11 de marzo, cuando la presidenta Michelle Bachelet deje La Moneda y entregue el poder por segunda vez a Piñera: pese a las reiteradas alertas que no solo provinieron desde la oposición y los sectores menos progresistas de la Nueva Mayoría, en estos cuatro años el gobierno no rectificó su camino transformador. Las encuestas que hablaban de un bajo respaldo a las reformas y a la gestión del Ejecutivo fueron puestas en duda por las principales figuras de Palacio (“Yo me paso encontrando con el 15%. El 15% es grande, aparentemente. Yo voy al supermercado y digo ‘Me encuentro con el puro 15%”, ironizó en octubre pasado la propia mandataria). El histórico quiebre entre el centro y la izquierda no fue tampoco una señal lo suficientemente importante como para que el Ejecutivo tomara medidas para no contribuir a esta ruptura de 30 años de alianzas (finalmente, una de las principales razones por las cuales la Nueva Mayoría se quebró fue por las diferencias entre los socios sobre el pasado reciente –la transición–, donde el gobierno lideró las voces críticas). La salida del equipo económico ni las grandes opciones de perder el poder tampoco impulsó a La Moneda a morigerar, autocriticarse, reconocer. Ni siquiera la evidencia de los resultados de las recientes elecciones, los peores de la centroizquierda desde el retorno a la democracia, en todos los niveles. A casi dos semanas del balotaje –y salvo por Aleuy, que habló de mirar a la cara la derrota– desde Palacio no ha habido un análisis profundo sobre las razones del fracaso. El próximo martes, en el encuentro con la Nueva Mayoría, seguramente el Ejecutivo pedirá responsabilidad política a la coalición. No es claro que haga lo propio, sea por porfía o convicción.
3) La Nueva Mayoría se acaba. Ese experimento que nació en 2013 llamado Nueva Mayoría tuvo una vida corta y difícil. Unidos bajo el paraguas del liderazgo de Bachelet 2, desde democratacristianos a comunistas intentaron aglutinarse en torno a un proyecto común –el de Bachelet 2, nuevamente– que tenía menos de ideológico que de oportunismo electoral. La centroizquierda venía de una crisis profunda –la de la derrota del 2009–, pero se negaba a repensarse. La posibilidad cierta de retomar el poder –como finalmente sucedió en 2014– fue la mejor excusa para enterrar un debate silenciado, como lo llama Carlos Ominami. Fueron cuatro años de una guerra intestina. Como en los peores tiempos de la derecha y su Alianza por Chile, la guerra entre unos y otros marcó esta segunda Administración de Bachelet, que a medio camino se quedó sin coalición. Finalmente, no había acuerdo ni en la necesidad de un gobierno transformador, ni tampoco respecto de sus contenidos y velocidad de los cambios. Las mayores expresiones de estas dificultades se dieron públicamente entre los dos extremos –la DC y el PC–, pero la crisis fue fruto de una descomposición general y cruzada. Sus componentes, al final del día, ganaron cuatro años de sobrevida –el ingreso definitivo al establishment en el caso de los comunistas–, pero perdieron en identidad y en electores. Actualmente, a dos semanas de la derrota, ni siquiera es pertinente la pregunta sobre el futuro de la Nueva Mayoría. Era un cadáver hace meses y el 17 de diciembre fue el funeral formal. Ahora lo que vendrá –un largo ciclo de reacomodo–, es un nueva etapa que poco tendría relación con lo que observamos en el oficialismo entre 2014 y la actualidad.
4) La generación de la transición se jubila. El fracasado intento de repostulación del expresidente Ricardo Lagos fue el símbolo de un proceso profundo que se visualizó sobre todo en la centroizquierda: la finalización de un ciclo para los sectores que lideraron la transición a la democracia. El senador Guillier –en la línea con el propio gobierno– intentó mostrar una ruptura con el pasado político de la Concertación (1990-2010) y algunos de los principales derrotados en las parlamentaria –Andrés Zaldívar o Camilo Escalona– eran parte de ese mundo que lideró los primeros años de la democracia. Los derrotados dentro de los derrotados –los moderados de la centroizquierda– son sobre todo quienes no valoraban la transición y no le declaraban amor al Frente Amplio. Como señalaba Ernesto Ottone hace algunas semanas, “la izquierda reformadora y republicana se contrajo muy fuertemente en Chile”, lo que hizo extensivo al socialcristianismo. Hasta ahora, cuando el sector vive su larga y oscura noche, no es claro que sea desde el PS desde donde renazca una socialdemocracia moderna que dé respuestas de buena altura al país.
5) Chile vamos y la oportunidad histórica de una nueva derecha. El sector tiene un nuevo accionista que, aunque minoritario todavía respecto de socios como RN o la UDI, tiene peso como para imponer de a poco su voz: Evópoli. El movimiento que surgiera tímidamente al alero de una derecha liberal es hoy quizá el principal vehículo de renovación en Chile Vamos. En estas elecciones pasó de contar con un solo representante en la Cámara Baja a tener seis diputados y dos senadores, entre los que se halla una de las cartas probables para las presidenciales de 2021: el ex ministro Felipe Kast. Evópoli se perfila como un camino de renovación no solo desde el punto de vista generacional, sino también político, con banderas de lucha en el plano valórico como la defensa del matrimonio igualitario y el reconocimiento a la identidad de género. En los partidos grandes del sector, en paralelo, se comienzan a escuchar asonadas por nuevos aires. En la UDI, impulsados por una crítica a la actual mesa liderada por Jacqueline van Rysselberghe en función de su mal rendimiento en la elección de diputados, se ha incubado la presión de la generación de recambio por asumir la conducción del partido. Haber sido desplazada por RN en número de diputados y dejado de ser la colectividad mayoritaria de la coalición le otorga fuerza a Jaime Bellolio, principal rostro de esta nueva camada dentro de la UDI, que nuevamente anuncia una revisión de los principios fundacionales de la colectividad. En este 2017 se sentaron las bases de una posible nueva derecha, cuya constitución y proyección es uno de los principales desafíos del presidente electo.