Beyer: “El desafío de los gobiernos es subirse a las agendas emergentes”
El rector de la Universidad Adolfo Ibáñez señala que en el oficialismo van a haber tensiones inevitables, pero que la centroderecha –aunque llena de dudas y cavilaciones– se ve más abierta que nunca a abrazar las demandas de la ciudadanía por llevar adelante sus proyectos de vida con autonomía y sin obstáculos.
- T+
- T-
Harald Bayer asumió en marzo pasado la rectoría de la Universidad Adolfo Ibáñez. Ex ministro de Educación de Sebastián Piñera y ex director del CEP, en esta conversación que se produce en la sede de calle Presidente Errázuriz de la universidad analiza la coyuntura política, la figura de Jefe de Estado y la instalación de un gobierno que este viernes tiene una importante prueba de fuego en la primera cuenta pública ante el Congreso. Beyer –ahora desde la academia– apunta a uno de los principales retos de la actual administración: “De la capacidad de plasmar su proyecto político en una agenda más concreta dependerá si finamente va a lograr mantenerse con un alto nivel de popularidad”.
–¿Cómo describe la etapa de instalación del gobierno?
–En general la instalación ha sido relativamente buena. El gobierno ha logrado –salvo en periodos breves– tener un cierto control de la agenda.
–¿Ha tenido el control de la agenda? Se le ha visto reactivo…
– En ciertos episodios ha perdido ese control, pero luego ha logrado reaccionar rápido, lo que contrasta con la experiencia de Piñera 1. Eso es lo que ocurre en una sociedad moderna: los temas van explotando y el desafío de los gobiernos es subirse a las agendas emergentes cuando sea necesario y lograr encausarlas.
–¿A todos los gobiernos les aparecen estos temas imprevistos? A Piñera le explotó primero la educación y ahora el feminismo.
–Esto tiene que ver con un fenómeno general que es la dispersión del poder. Los líderes tienen mucha menor capacidad de controlar el debate. El desafío es equilibrar esos temas emergentes con la agenda que prometieron al electorado, que no se diluya. ¿Cómo equilibrar esta mayor emergencia de temas nuevos –que es propio de la modernidad– con las agendas que se venden al electorado? Es el desafío de los gobiernos en las democracias actuales.
–Piñera lo tiene difícil. Estos temas emergentes –como la igualdad entre hombres y mujeres– no le caen demasiado bien a parte de su sector.
–Vengo planteando hace tiempo esto: lo que hay hoy día en la modernidad es una demanda por reconocimientos, para que las personas puedan llevar adelante sus proyectos de vida personal y lo puedan hacer con bastante autonomía. Y efectivamente, la centroderecha ha sido lenta en reaccionar a esta demanda, pero creo que se está apurando. La centroderecha está abrazando –por supuesto que llena de dudas y cavilaciones– esa agenda. Y en esto hay una mezcla de convicciones y oportunismo, como es siempre la política. Van a haber tensiones inevitables, pero esa coalición hoy día se ve más abierta a esa demanda que lo que ha estado históricamente.
–En algunos sectores piensan que la agenda feminista de Piñera es oportunista.
–Lo peor que le podría pasar a un gobierno es que frente a estas demandas emergentes fuera ciego y sordo y, en esta ocasión, eso no ha pasado. El gobierno ha tomado estas demandas y por supuesto que van a haber críticas –que faltaron tales o cuales temas–, pero eso me parece que es propio del debate político.
–El rector de la UDP, Carlos Peña, escribió que “el repentino feminismo de Piñera es insincero”.
–Esas afirmaciones son siempre muy categóricas y, por lo tanto, incorrectas. Hay una combinación de factores: por un lado, maduración y convicción y, por otro lado, oportunismo. Pero la política está llena de ese tipo de fenómenos y en eso no hay monopolio de un sector político en particular.
–En la arena de la política –escribió Peña– usted no puede haber luchado contra la igualdad de los hijos, el divorcio, el aborto y la píldora, y pretender que, de pronto, se le crea defensor de la igualdad de género. ¿Se tiene derecho a cambiar de opinión?
–Hace 200 años atrás, autores liberales no eran partidarios de la democracia como la entendemos actualmente y hoy claramente el liberalismo es parte de la democracia. O sea, hay avances y procesos donde las coaliciones avanzan y retroceden y eso obedece a una mezcla de convicciones y oportunismo. Hay que reconocerlo. Hasta el día de hoy, por ejemplo, en Chile no hay políticos conservadores que digan lo mismo que decía David Cameron: “Yo soy partidario del matrimonio igualitario porque soy conservador”. Y los que lo dicen son más bien del ala liberal, por lo tanto, hay un avance con trastabillones que es propio de la política. No sería tan categórico en ninguna de estas dimensiones.
–¿Piñera es distinto al de 2010 o el episodio del nombramiento de su hermano en la embajada de Argentina denota que el Presidente sigue siendo el mismo?
–Yo lo he visto –y creo que es un diseño– mucho más rápido en reaccionar de lo que se veía en el primer gobierno. Y eso habla de un aprendizaje político que no existía en su gobierno anterior. Observo que hay, al mismo tiempo, un diseño para mantener la popularidad del Presidente, que tampoco creo que estuviese tan claramente expresado en el primer período.
–Con Piñera 1 y Bachelet 2 el rechazo casi siempre fue mayor a la aprobación.
–El asunto de la popularidad es algo interesante, porque en los gobiernos presidenciales, sobre todo cuando no tienen mayoría en el Congreso, la única manera que sean relativamente exitosos es que los presidentes sean populares. Dicho de otra forma: si el Presidente se vuelve impopular, sus posibilidades de éxito son acotadas. La experiencia del segundo gobierno de Bachelet lo refleja bien: a pesar de tener mayorías claras en el Congreso, la impopularidad de la Presidenta hizo que las posibilidades de llevar adelante su agenda fueron mucho más trabadas y más lentas de lo que ella aspiraba. No logró concretar mucho los proyectos y de la agenda que ella tenía en mente. El presidencialismo tiene oportunidades de éxito solo cuando los presidentes son razonablemente populares y es lo que el actual gobierno ha recogido.
–Lo extraño sería que Piñera ahora mantuviera la aprobación por sobre el rechazo, más allá del primer año.
–Eso le va a permitir tener un grado razonable de éxito. Esto es clave y uno ve que el gobierno lo tiene incorporado en su diseño.
–Los errores no forzados vienen, en esta ocasión, sobre todo de parte de algunos de sus ministros. ¿Fueron demasiado arriesgadas las nominaciones de Varela en Educación o Santelices en Salud?
–Son errores de principiantes los que han cometido, propio de personas que no tienen una trayectoria política y que me parece que son enteramente reparables. No me parece que sea algo definitivo. Pero indudablemente que han significado hasta ahora un pequeño lastre en el desempeño del gobierno.
–Usted fue ministro de Educación. ¿Le tiene fe a Varela luego de sus dichos de los campeones, por ejemplo? ¿Podrá desarrollar su agenda ministerial? Porque piden su salida…
–Tiene el enorme desafío de implementar todas las reformas del gobierno de Bachelet, que son complejas y en muchos casos no están bien legisladas, pero por otro lado tiene el desafío de desplegar bien la agenda propia. Eso es un equilibrio difícil y vemos que todavía no está claro cómo esto se va a aproximar. Si lo logra en los próximos meses, Varela habrá dado un paso adelante y va a tener ahí un espacio para ir generando acuerdos y una mejor impresión que la que ha ido generando hasta ahora.
–Uno de los mayores autogoles, sin embargo, viene de un ministro con experiencia: Felipe Larraín y su polémico viaje a Harvard.
–Es totalmente inexplicable lo que pasó ahí. Yo no tengo una explicación. Se equivocó drásticamente, le costó reconocer el error y eso habla de una tozudez que me parece inadecuada para un ministro con la experiencia de él.
–Entre las críticas a Piñera 1 fue la falta de relato. ¿Ahora lo tiene?
–El gobierno ha ido construyendo no sé si un relato, pero sí un proyecto político que está compuesto por cuatro pilares. Por un lado, esta búsqueda de acuerdos en temas que son relevantes. Una segunda dimensión es este discurso de las seguridades, aunque no sabemos todavía cómo lo va a plasmar. Un tercer punto que no estaba tan presente antes en los sectores de centroderecha es esta suerte de desarrollo en la que todos se suben al carro y no va quedando nadie abajo. Este gobierno habla de desarrollo integral, no solo de crecimiento económico. Está ampliando el discurso. Una cuarta dimensión que está todavía en pañales: brotes que sugieren que el gobierno está recogiendo esta idea de que en una sociedad pluralista y moderna como la que aspira a ser la nuestra, las personas quieren vivir sus proyectos de vida personal sin que sientan obstáculos. Estos asuntos tensionan al oficialismo –la adopción homoparental, la identidad de género, el matrimonio igualitario–, pero finalmente lo que enriquece a la coalición es mostrar una apertura a esta agenda. Por primera vez se escucha más recepción a esos temas que también forman parte de una sociedad más inclusiva.
–¿Qué espera de la primera cuenta pública?
– El Presidente hoy día tiene un proyecto político y eso se tiene que traducir en contenidos, proyectos, iniciativas. Eso todavía no se vislumbra con fuerza. De la capacidad de plasmar su proyecto político en una agenda más concreta dependerá si finamente va a lograr mantenerse con un alto nivel de popularidad.
¿Qué lee el rector?
- Dogs at the Perimetery
- A Madeleine Thiene, escritora canadiense de origen chino nacida en 1974. Leyó la novela en inglés Dogs at the Perimetery y parte ahora con otra de la autora, Do Not Say We Have Nothing.
- Cómo va a terminar el capitalismo
- Acaba de terminar, además, el libro del neomarxista alemán Wolfgang-Streeck titulado Cómo va a terminar el Capitalismo y comienza la última novela del chileno Germán Marín, Póstumo y Sospecha.
"Bachelet tiene que reconocer que ya no es una actriz del proceso político actual"
–¿Cómo observa a la oposición?
–La oposición está en busca de su camino. No tiene muy claro cómo plantearse frente al gobierno y tampoco cómo recuperar una agenda de centroizquierda razonable, moderna y que se haga cargo de las demandas de la ciudadanía. La oposición gira en torno al legado, desconociendo que el legado fue bastante castigado en la elección pasada. La ciudadanía, por los pocos antecedentes que hay disponibles en la encuesta, no tiene una particular simpatía por la centroizquierda.
–¿Alcanza a descifrar en qué está Bachelet?
–Me atrevería a decir que siente que efectivamente la oposición está muy desarticulada y ella quiere contribuir a articularla. Pero no sé si va a ayudar a su articulación esto de reunir a sus ministros e insistir en su legado. Me parece que ese no es el camino. Ella tiene cierta autoridad moral para tratar de influir, pero tiene que reconocer que ya no es una actriz del proceso político actual, a menos que plantee una agenda renovadora de la coalición. Pero no la veo haciendo ese trabajo.
–En el bacheletismo defienden que la centroizquierda debe reestructurarse a partir de la agenda de Bachelet
–Está bien: a lo mejor pueden reponer la agenda, pero eso pasa primero por una introspección profunda para comprender por qué la agenda no fue recogida por la población. Más allá de los porcentajes y del nivel de participación, hay que pensar que ganó en algo así como en 305 de las 346 comunas del país. Es decir, fue un triunfo bastante categórico.