Balmaceda, el presidente de la guerra civil
Por Alejandro San Francisco Profesor del Instituto de Historia y la Facultad de Derecho de la Universidad Católica de Chile.
Por: | Publicado: Viernes 10 de junio de 2011 a las 05:00 hrs.
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Una de las figuras más representativas, controvertidas y notables de fines del siglo XIX chileno fue José Manuel Balmaceda (1839-1891).
Cuando joven pensó ser sacerdote, pero pronto viró hacia posturas distintas, como resume el Julio Bañados Espinosa, su historiador oficial: “el austero ceño de Santo Tomás de Aquino comenzó poco a poco a borrarse de su alma, para contemplar sin horror la faz sarcástica de Voltaire, la cabeza pensadora de Rousseau, la ancha frente de Montesquieu”. De esta manera, consagró las décadas de 1870 y 1880 a promover dos grandes ideas del liberalismo de esos años: el camino al parlamentarismo y la secularización de Chile, con especial participación en las leyes laicistas de 1883 y 1884, mientras era ministro de Domingo Santa María.
En 1886 llegó a La Moneda bajo los mejores auspicios. Como Presidente de la República inauguró una nueva forma de hacer política, con numerosos viajes y reuniones con la gente en las provincias, como ha ilustrado Rafael Sagredo en su excelente libro Vapor al Norte, tren al Sur. Los mayores ingresos producidos por la industria del salitre le permitieron asumir con decisión la tarea de realizar grandes obras públicas en diversas áreas.
Cuando todo parecía marchar bien, sobrevino el gran problema: la política, las divisiones dentro de sus partidarios, los numerosos cambios de gabinetes y la pérdida de confianza entre el gobernante y las cámaras legislativas. Hacia 1890 Balmaceda ya había perdido la mayoría parlamentaria y tomó una decisión peligrosa y llena de significado: nombró al General José Velásquez como Ministro de Guerra, involucrando a los militares en la política. Ese fue un año lleno de complejidades, división entre el Presidente y el Congreso, odiosidad política a través de la prensa y el riesgo inminente de un quiebre institucional. Había alarmas de revolución a fines de 1890.
A comienzos de 1891 el presidente Balmaceda señaló que se vivía una hora grave en la historia nacional, que cumpliría su deber, mientras llamaba a las Fuerzas Armadas a la obediencia y la no deliberación. Pocos días después la Armada encabezó una sublevación contra el gobernante, acusándolo de haber caído en la inconstitucionalidad, iniciándose la guerra civil. Fueron meses dolorosos para Chile: dictadura, persecuciones, prisión política, batallas y miles de muertos llenaron al país de vergüenza. En agosto el Ejército constitucional venció al Ejército dictatorial en Concón y Placilla, el gobernante derrotado se asiló en la legación de Argentina en Santiago, donde permaneció tres semanas. El 19 de septiembre, Balmaceda se suicidó con un tiro en la cabeza, acabando de manera trágica la cruenta guerra civil.
A pesar de las maldiciones recibidas en esos días, con el paso del tiempo su figura renació y se convirtió en un verdadero héroe popular. En palabras de Rodrigo Mayorga, fue un “mártir, demócrata y redentor”. La figura de Balmaceda se agigantó con los años, siendo valorado incluso por sus antiguos detractores. Sin embargo, como telón de fondo aparecía una guerra civil que debería haberse evitado.
Cuando joven pensó ser sacerdote, pero pronto viró hacia posturas distintas, como resume el Julio Bañados Espinosa, su historiador oficial: “el austero ceño de Santo Tomás de Aquino comenzó poco a poco a borrarse de su alma, para contemplar sin horror la faz sarcástica de Voltaire, la cabeza pensadora de Rousseau, la ancha frente de Montesquieu”. De esta manera, consagró las décadas de 1870 y 1880 a promover dos grandes ideas del liberalismo de esos años: el camino al parlamentarismo y la secularización de Chile, con especial participación en las leyes laicistas de 1883 y 1884, mientras era ministro de Domingo Santa María.
En 1886 llegó a La Moneda bajo los mejores auspicios. Como Presidente de la República inauguró una nueva forma de hacer política, con numerosos viajes y reuniones con la gente en las provincias, como ha ilustrado Rafael Sagredo en su excelente libro Vapor al Norte, tren al Sur. Los mayores ingresos producidos por la industria del salitre le permitieron asumir con decisión la tarea de realizar grandes obras públicas en diversas áreas.
Cuando todo parecía marchar bien, sobrevino el gran problema: la política, las divisiones dentro de sus partidarios, los numerosos cambios de gabinetes y la pérdida de confianza entre el gobernante y las cámaras legislativas. Hacia 1890 Balmaceda ya había perdido la mayoría parlamentaria y tomó una decisión peligrosa y llena de significado: nombró al General José Velásquez como Ministro de Guerra, involucrando a los militares en la política. Ese fue un año lleno de complejidades, división entre el Presidente y el Congreso, odiosidad política a través de la prensa y el riesgo inminente de un quiebre institucional. Había alarmas de revolución a fines de 1890.
A comienzos de 1891 el presidente Balmaceda señaló que se vivía una hora grave en la historia nacional, que cumpliría su deber, mientras llamaba a las Fuerzas Armadas a la obediencia y la no deliberación. Pocos días después la Armada encabezó una sublevación contra el gobernante, acusándolo de haber caído en la inconstitucionalidad, iniciándose la guerra civil. Fueron meses dolorosos para Chile: dictadura, persecuciones, prisión política, batallas y miles de muertos llenaron al país de vergüenza. En agosto el Ejército constitucional venció al Ejército dictatorial en Concón y Placilla, el gobernante derrotado se asiló en la legación de Argentina en Santiago, donde permaneció tres semanas. El 19 de septiembre, Balmaceda se suicidó con un tiro en la cabeza, acabando de manera trágica la cruenta guerra civil.
A pesar de las maldiciones recibidas en esos días, con el paso del tiempo su figura renació y se convirtió en un verdadero héroe popular. En palabras de Rodrigo Mayorga, fue un “mártir, demócrata y redentor”. La figura de Balmaceda se agigantó con los años, siendo valorado incluso por sus antiguos detractores. Sin embargo, como telón de fondo aparecía una guerra civil que debería haberse evitado.