En el marco de la tramitación del proyecto que amplía el giro de ENAP, ha habido un interesante debate en torno de la situación financiera de la estatal. La administración ha argumentado que la utilidad antes de intereses, impuestos, depreciaciones y amortizaciones (EBITDA) ha mejorado en los últimos años, lo cual se considera valioso pues respondería a mejoras de gestión. Este buen desempeño avalaría la incursión de ENAP en nuevos negocios (entre ellos la generación eléctrica), habiéndose anunciado una inversión de alrededor de
US$ 800 millones anuales entre 2016 y 2020, 60% por sobre sus inversiones históricas.
Considerando que el horizonte de inversión propuesto por la estatal es de mediano a largo plazo, se vuelve necesario revisar su historia. ENAP es una empresa que en los últimos 10 años ha tenido una rentabilidad negativa sobre su patrimonio que alcanza los dos dígitos. Es una empresa que además tiene un nivel de deuda cinco veces mayor al de sus pares, llegando a niveles tan altos que las Clasificadoras de Riesgo internacionales explícitamente le entregan la clasificación de grado de inversión solamente por contar con el aval implícito del Estado de Chile, al ser una empresa 100% pública.
En este contexto, hablar de su buena gestión basado en el indicador financiero EBITDA no hace sentido alguno ya que, al cargar con una deuda tan alta, cualquier indicador que no considere los gastos por los servicios de su deuda pierde relevancia. Ello llama a la cautela a la hora de incursionar en nuevas inversiones, dado que difícilmente la empresa logra solventar las deudas acumuladas.