Brasil, que entró en recesión en el segundo trimestre del año pasado, según un reciente reporte del órgano oficialmente encargado de determinar los ciclos económicos, podría recibir el golpe de gracia en las próximas semanas si la agencia calificadora Moody's concreta una esperada rebaja en su calificación soberana a nivel de bono basura.
Lo más trágico es que la presidenta Dilma Rousseff se ha apegado estrictamente al manual de los economistas ortodoxos para lidiar con una crisis. Ha prometido lograr un superávit fiscal a como dé lugar, está recortando el gasto, eliminando subsidios, abriendo mercados, incoporando a privados, eliminando la política de los directorios de las grandes compañías estatales. Hace tres meses atrás, aunque ya eran evidentes los estragos de la crisis, muchos observadores estaban optimistas de que se estaban tomando todas las medidas correctas.
El riesgo político no era desconocido para los analistas. Sin embargo, la rápida erosión de la base de apoyo de la mandataria se está convirtiendo en un factor inesperadamente determinante en la crisis. El peligro es que bajo este entorno ya no sea suficiente aplicar el manual de emergencia de los economistas ortodoxos.