Si bien era previsible, la administración del presidente Mauricio Macri en Argentina acaba de completar su primer año de gobierno con un saldo económico por debajo de las expectativas que se instalaron al partir. Se trata de un balance que no hace sino atizar ansiedades políticas y sociales y, por supuesto, poner a prueba la voluntad de las autoridades que enfrentan la colosal tarea de volver a enrielar al vecino país en la senda de un crecimiento sustentable y sobre bases que corrijan las distorsiones introducidas tras años de gestión kirchnerista.
Es ante estas encrucijadas donde se pone a prueba la capacidad de conducción de los liderazgos políticos, el que en el caso de la administración Macri tiene a la vista la promesa de un evidentemente mejor año en 2017.
Tanto los pronósticos del FMI y otros organismos que avizoran el paso de un año de contracción a uno de crecimiento, como lo que se percibe en el campo argentino, en donde la mayor claridad en las reglas del juego está movilizando a los agricultores a sembrar a un ritmo récord, podrían llevar a Argentina a cosechar los frutos de una conducción económica que se basa en señales de mercado correctas para la toma de decisiones de los agentes.