“Valórico” vs. político
Antonio Correa Director Ejecutivo de IdeaPaís
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Las disputas políticas sobre aquellos temas que involucran convicciones acerca de los valores y bienes humanos –los mal llamados temas valóricos– quizás son consustanciales a la vida en sociedad. En cualquier caso, es indudable la importancia que han adquirido en los últimos años, llegando incluso en momentos a copar la agenda comunicacional. Extrañamente, una vez discutidos, parecen quedar suspendidos y tratarse como si fueran temas "aparte", como si estuvieran en una dimensión paralela de lo público.
Tal vez por esa razón se busca un concepto distinto para calificarlos (valóricos), en vez de definirlos por aquello a lo que naturalmente pertenecen: la política (son, por tanto, temas políticos). Sustraídos estos temas de su campo propio y llevados al plano de la moral, el debate se vuelve aún más complejo. Acá los buenos, allá los malos; acá los que van acorde al sentido de la historia, allá los que se quedaron en las cavernas.
Pero además de dicha dificultad, no menor si buscamos promover un diálogo sincero y fructífero, la discusión se empobrece al no considerar los problemas en toda su complejidad. Así ocurrió con el aborto: como nunca se atendió a las verdaderas causas de vulnerabilidad que suelen empujar a las mujeres que deciden abortar (abandono, presión de la pareja, de los padres, necesidad económica, etc.), se renunció a considerar el tema en sus raíces y efectos políticos, para dar prioridad exclusiva a las libertades individuales (las mismas que la izquierda minusvalora en tantos planos de la vida social). Así, ahora hay libertad de terminar con esa vida humana, pero la mujer está igual de sola, abandonada.
Algo semejante ocurre con la familia, tal como hace notar Manfred Svensson en un excelente capítulo del libro colectivo "El derrumbe del otro modelo: una reflexión crítica", publicado recientemente por el Instituto de Estudios de la Sociedad. Mirada en general, sólo desde su aspecto moral y sin considerarla como realidad política, se tejen en torno a la familia una serie de construcciones que desconocen toda la importancia que ella tiene para el sano desarrollo de la vida común. Al no entenderla como una realidad política, simplemente se renuncia a tomar en cuenta todo lo que la familia puede hacer por la sociedad.
Obviamente no es fácil incluir tal perspectiva, pero es sintomático que ni izquierda ni derecha lo hayan contemplado y tematizado hasta ahora. Está totalmente ausente. La derecha debe entender la oportunidad que ofrece, porque su discurso sólo podría hacerse más coherente –y atractivo– si incluye y potencia su relevancia política. Asimismo, si la izquierda de verdad quiere promover una sociedad más fraterna e igual, no puede renunciar a tener presente esta realidad. ¿Será capaz?