La mesa está servida
Tomás Sánchez V. Investigador Asociado Horizontal, Autor de Public Inc.
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Tomás Sánchez
Cinco años atrás, en este mismo medio, escribí afirmando que la ciudadanía consideraba que eran otros los asuntos prioritarios, no una nueva Constitución. Mencioné cómo la crisis política que enfrentábamos no se debía a una falta de legitimidad de la carta magna como tal, y que una nueva no sería la solución a todos nuestros problemas.
Sin embargo, si bien hoy en día la salud, la educación y la seguridad siguen siendo las principales demandas ciudadanas en términos programáticos, para alcanzarlas, necesitamos de un nuevo pacto que nos ayude a plantear soluciones. Uno que manifieste el compromiso de todos para combatir los problemas que nos aquejan.
Nótese que es un nuevo pacto, no una nueva legislación o herramienta. Es cierto que podríamos reformar cuanto quisiéramos sin una Convención Constituyente, pero el gran valor de ella no es tanto el documento final, como el proceso es sí. Nuestro país tiene importantes desafíos, donde podremos tener amplios debates sobre cómo resolverlos, pero para poder enfrentarlos, necesitamos un acuerdo social y político legitimado por todos los sectores. Uno que nos dé el piso necesario para no estar cuestionando las reglas del juego constantemente. Sólo así podremos enfocarnos en hacer goles y no en discutir con el árbitro.
Los símbolos, formas y procesos importan, y mucho. Son los que finalmente le dan relato a nuestra realidad. A pesar de ello, es curioso cómo ambos extremos del espectro político en el fondo creen en lo mismo: que la consecución de los medios materiales resuelve por sí sola los problemas sociales. Aquellos que intentan ponerle precio a una nueva Constitución, ya sea por costos directos o por inciertas repercusiones en el crecimiento económico, creo que caen en el error de no recordar que no sólo de pan vive el hombre. Para conformar una sociedad, se necesita más que un buen mercado.
Para la opción de reformas vía el Congreso, ya pasó la vieja. Después de años de resistir el cambio y de mantener un juego político cómodo para los incumbentes de ambos lados, la ciudadanía ya lo legitima este mecanismo (basta con mirar las cifras de aprobación del parlamento). El conservadurismo perdió esta batalla por la misma razón que las especies de extinguen, por no adaptarse y reaccionar a tiempo. Prometer evolución hoy es entre paradojal e irrisorio. Mejor ver el vaso medio lleno: los conservadores también se resistieron a las reformas económicas de los años 80, y ahora están felices con ellas. Lección: la evolución hace bien.
Hoy la mesa está servida. Está todo listo y dispuesto. Tenemos la oportunidad frente a nosotros, y la pregunta es si la dejaremos pasar o no. Una convención constituyente es una oportunidad para que conversemos, para tener un buen debate sobre el país que queremos y cómo administrar el poder para propiciar ese proyecto. Es cierto que no tenemos el mejor clima y convivencia política, y es por eso mismo que necesitamos una nueva instancia para dialogar y renovar los liderazgos.
Esto es una terapia. Una para intentar acerca a una elite muy alejada y desconectada de la realidad del resto de Chile. Una para dar voz a quienes se sienten marginados. Para sanar a quienes el Estado o el mercado les ha pasado por encima. Para construir confianzas y entender que tener visiones diferentes nos complementa, no nos hace enemigos. Es un ejercicio para construir una visión compartida y enfrentar juntos lo que viene por delante.