¿Y si el escenario es peor de lo que pensamos?
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Rodrigo Aravena
Hace un mes había un amplio consenso sobre la posibilidad de que la economía chilena cayera cerca de 2% este año. Prueba de ello es que el IPoM de marzo preveía un rango centrado en dicho valor, mientras que la Encuesta de Expectativas Económicas de abril contemplaba un 2,2%.
Es muy importante considerar que dichas estimaciones eran consistentes, muy a grandes rasgos, con dos supuestos: primero, que la paralización de actividades en Chile a raíz de la crisis sanitaria no se extendería por mucho más de un trimestre; o bien, que a mediados de año se volvería a operar con mayor normalidad. El segundo era que la economía global no presentaría una gran caída. De hecho, el Banco Central asumió en el IPoM una caída del PIB mundial cercana a 1%.
Sin embargo, la realidad nos ha ido mostrando un cuadro distinto. Es probable que la economía global caiga a una tasa mayor, más aún al considerar que diversos países desarrollados presentarían contracciones anualizadas por sobre el 30% este trimestre, con un salto del desempleo en Estados Unidos que sólo se compara con la Gran Depresión. En el plano interno, el crecimiento en los casos de Covid-19 ha llevado a un endurecimiento en las medidas sanitarias que indudablemente tendrá impacto en actividad y hace menos probable una normalización en el corto plazo.
Por todo esto, debemos plantearnos seriamente la posibilidad de tener una recesión algo más profunda de lo que esperábamos. Pero más allá de corregir las estimaciones de PIB, ¿qué podemos hacer para enfrentar esta realidad? Hay dos ejes centrales en los cuales debiéramos concentrarnos.
El primero es evitar que este shock transitorio genere efectos permanentes. Si bien esto resulta muy intuitivo y fácil de entender, representa un desafío tremendo de política económica. Dada la magnitud de esta crisis, debemos hacer todo lo posible, tanto en términos fiscales como monetarios y financieros, para tener una recuperación más robusta y con ello reducir costos económicos y sociales de largo plazo.
La buena noticia es que gracias a los fundamentos y al marco de políticas adoptado en la historia reciente, tenemos espacio no sólo para sostener las medidas en curso, sino que también para implementar políticas adicionales. En este contexto, debemos reconocer la existencia de algunos elementos diferenciadores de Chile, como los fondos soberanos, los ahorros en el seguro de desempleo y el anuncio de la línea de crédito adicional del FMI con el Banco Central. Estos tres instrumentos, que juegan un rol clave en la eficacia de la política económica, son únicos en el mundo emergente, especialmente en nuestra región. En gran medida, ellos constituyen la base de las mejores perspectivas que tiene Chile en relación a otros países. Tenemos buenas condiciones para enfrentar este ciclo.
Como segundo eje, lo anterior debe ser complementado con una visión de largo plazo, donde no olvidemos el principio básico de intertemporalidad: cada peso adicional que usemos de estímulo, conlleva un sacrificio de consumo en el futuro. Por ello, es más importante que nunca que esta crisis transitoria se financie sólo con gastos transitorios (tal como se ha hecho a la fecha), y que se acompañe con planes fiscales de largo plazo, con medidas creíbles y que, sobre todo, no comprometan gastos de largo plazo.
Subrayo especialmente la importancia de que los recursos con que enfrentamos esta crisis no son infinitos; evitemos engañosas sensaciones de abundancia que pueden llevar a planteamientos populistas que se alejen de la realidad.